miércoles, 20 de diciembre de 2023

«Cabos sueltos», de Jean Pierre Bravo Zapata

 Carátula del libro "Cabos sueltos" y el autor del mismo, el escritor, educador
y sociólogo peruano Jean Pierre Bravo Zapata

Por Renato Salas Peña (*)

Las migraciones de los años 50 trasformaron a Lima en ese irreconocible monstruo de 100 cabezas del cual habló Congrains, o esa inmensa mandíbula de Ribeyro capaz de arrancarnos de cuajo del dulce asfalto.

Se produce por esta época lo que fue llamado por algunos sociólogos: el segundo mestizaje en nuestra patria, la cholificación de Lima, el nacimiento de la cultura chicha y otras teorías que han tratado de explicar qué es lo que le pasó a esa Lima virreinal y putona que solo queda en algún libro de historia que ya nadie lee.

Ribeyro, Congrains, Reynoso y Bravo hablan al respecto en sus narraciones más conocidas de esos nuevos personajes. Achorados migrantes, golpeados provincianos, nuevos limeños de esta Lima que ya no es cuadrada, pero que sigue presentándonos todas esas gafas siniestras que hacen de nosotros sus más conspicuos lateadores de 6 de la tarde.

Esa Lima entrañable, nuestra Lima conera, esa que se escapa de los mapas urbanísticos sigue siendo el escenario preciso para esos personajes que pasean su desesperación, sus fracasos, sus amores, sus ayes tan vallejianos por sus grises calles.

Estos úÍtimos 50 años de Literatura en el Perú han visto como se han ido enriqueciendo sus historias. Cómo se ha sobrevivido y surgido de la nada en los arenales. Cómo se inventó un nuevo ritmo en la carpa de un circo. Cómo se dibujaba la sombra de un perro colgado con cartel. Cómo se hacia una cola por diez panes. Cómo se vive en dictadura y en silencio. Cómo la selección nunca más clasificará al Mundial. Cómo otra vez se votó por García.

Y en eso van las historias, corriendo por nuestro río Rímac que se las lleva sabe dios dónde, allá por esos mares desolados y contaminados que mojan nuestros pies cansados y veraniegos.

Allí van las historias, esas que florecieron en una cueva de Altamira, en un castillo tomado por diez arrechos jóvenes o por un pata que ahora con la tranquilidad del retiro voluntario, de ese exilio minero, de esa prisión que sí posee puerta de salida, se anima a reunir esta cifra cabalístíca, de susto, de martes o viernes tenebroso para brindarnos, este, su primer conjunto de relatos.

Con Jean Pierre nos presentamos a regañadientes en ruta a Huancayo, ni modo, lo teníamos que hacer, esas largas siete horas sin huaico asesino, no nos dejaba otra; de eso ya hace más de diez años y desde el comienzo me di cuenta de que en él habitaban todas esas historias que yo siempre quise contar, todas esas mesas en las cuales alguna noche transformé en día, esas lacrimógenas que tragué de adolescente, esos salones que retumbaban en eco con nuestras voces, esas coincidencias tan exactas que da vergüenza contar.

Así fue creciendo este libro, imagino, que tanto tardó, que tanto se perdió; pero que hoy habita entre nosotros pa-seándose por sus escenarios y pasándose así sigiloso como quien no quiere la cosa de mano en mano, a lo pasero.

Libro que desde que lo abres te encuentras con esa punkeke eros- thanatos, que asemeja a mi querida Betty Blue o con esos adolescentes llenos de barros en pos de un agarre sin brichería o tal vez quizá, así de refilón, con ese peleador de barrio que busca nivelarse este mes. Pero siempre esa constante en su narrativa que mueve al Universo: el amor.

Ese preso en búsqueda de la libertad que sale meneándose al compás de una Virgen de las Mercedes o de esa fea que sí tiene quién la bese porque en realidad, quién es el feo acá.

Esa marca sanmarquina que con nuestro lápiz amarillo nos hizo dibujar tal vez las primeras letras de verdad, los primeros floros socialistas-comunistas de la cuarta internacional y no sé qué más en un parque agripado o agrifado de Lima.

Pero también aparecen esos seres ribeyrianos que no entienden por qué se quedan sin empleo, si ellos no han hecho nada o esas cajas de muerto que dicen frágil ya por las puras o ese Raskolnikov andino sin hacha, pero sí con cuchillo en mano que tiene una cita de veinte lucas para curarse del pasado.

Estas son las historias que, en un Toyota pacharacazo, se estrellan contra nosotros mismos, con nuestra más triste realidad; esa realidad de perros manoseados por el dueño o tal vez ese pudo ser así, que tantos de nosotros, de verdad, así por mi madre, Jeampi, sabemos a la franca que al menos, algún día, lo deseamos.

Prólogo del libro “Cabos sueltos”

© hipocampo editores

0 comments :

Publicar un comentario