Por Loris Zanatta |
¡Resistencia! Desde las Madres de Plaza de Mayo hasta los intelectuales progresistas, desde la prensa kirchnerista hasta los sindicalistas más combativos, desde los curas villeros hasta los movimientos sociales, desde los amigos venezolanos hasta los eternos cheguevaras europeos, se alza un coro unánime: ¡Resistencia! Javier Milei todavía no asumió en la Casa Rosada y ya quieren desalojarlo. Si fuera por ellos, supongo, ni siquiera tendría que tomar posesión.
“Resistencia” es una palabra ampulosa y densa de historia, debe utilizarse con precaución: su uso no es indiferente ni inocente.
En Europa evoca la resistencia partisana contra el nazifascismo, es una gran palabra. En la Argentina evoca la resistencia del peronismo a los regímenes que lo proscribieron y es más ambigua. Claro: proscribirlo fue antidemocrático, pero tampoco había sido democrático su gobierno. Con estos precedentes, no conviene erigirse en adalid de la democracia.
Si fuera una cuestión semántica sería irrelevante, pero como cuestión política es más inquietante. Sí, porque en democracia se hace oposición, la resistencia es contra el invasor o las dictaduras. En el primer caso hay un marco legal; en el segundo todo vale. ¿La Argentina fue invadida por una potencia extranjera? ¿Las elecciones presidenciales no fueron transparentes? ¿No hubo un veredicto popular claro? La palabra “resistencia” suena amenazante, ajena a la más elemental gramática democrática, cuya premisa básica es la legitimación mutua de gobierno y oposición. Si se impone la “resistencia” contra Milei, ¿debemos deducir que no lo consideran un presidente legítimo? ¿Por qué? Que invoquen la defensa de la democracia como base de una actitud tan antidemocrática enturbia aún más las aguas, confunde aún más el pensamiento: ¿qué democracia tienen en mente?
Hubo un tiempo en que envidiaba a los que, sabiendo todas las respuestas, no tienen necesidad de hacerse preguntas: la fe los protege de las dudas, la ideología a prueba de bombas, la superioridad moral en su ADN, su vida debe ser soleada y gratificante, pensaba. Hoy los compadezco: viven felices, diría Spinoza, “en el santuario de la ignorancia”. A mí tampoco me gusta Milei, él también se cree moralmente superior, lo he escrito mucha veces. A pesar del entusiasmo reinante, no creo que sea el hombre adecuado en el lugar adecuado en el momento adecuado. Le deseo éxito, y ya logró uno inmenso, pero soy escéptico. Sin embargo, desde que su ascenso se ha convertido en un huracán, me pregunto por las razones, intento comprender, trato de explicar. Ellos no, ellos “resisten” sea como sea: ni un día lamiéndose las heridas, preguntándose si tienen responsabilidad, cómo, cuándo, ¡por qué! “Milei no sabe cuánto cuesta un kilo de pan o un pasaje de autobús”, escriben indignados. Él no, pero sus votantes sí. Y también saben muchas otras cosas que ellos, cegados por la fe, se niegan a ver. Tal vez por eso lo votaron. ¡Qué presunción!
Lo que me lleva a mi punto. Aunque no creo en los milagros políticos, menos aún en los económicos, conservo cierta fe en los lentos e invisibles cambios culturales. El batacazo electoral –es mi tenue esperanza– inducirá al peronismo, incluso al kirchnerismo, a la autocrítica. Los impulsará a reflexionar sobre las razones de su derrota, su cultura política, su idea de democracia. Si desde las mañanas se ven los buenos días, mi esperanza es infundada. Sí, porque el llamado a la “resistencia” es peronismo puro, peronismo antiguo, inamovible, eterno, impermeable a los tiempos cambiantes y a las bofetadas de la historia. Ojalá recapaciten pronto, ojalá muchos peronistas tomen distancia.
¿Qué implica esto? Está claro: que Milei hoy como Macri ayer y varios otros antes son para ellos el equivalente de un invasor extranjero. Sus votantes son a sus ojos antinacionales y antipopulares, su gobierno será por tanto un gobierno “colonial”. ¿Cómo, entonces, no “resistir”? No es casualidad que el eslogan peronista en la campaña electoral fuera “en defensa de la patria”. Los argentinos están acostumbrados a ese lenguaje, tal vez se les escapa la enormidad autoritaria, el chantaje amenazante: ¿en qué otro país una fisiológica elección presidencial se convierte en “defensa de la patria”? ¿Defensa contra quién, contra qué, por qué? ¿Qué peligro corre “la patria”? Antaño habrían invocado el “ser nacional”. Hoy es aún peor, creen defender así la “democracia”, se creen sus amos, sus monopolistas, los únicos con derecho a gobernarla. ¿Será democrático?
El problema es que la noción peronista de democracia nunca ha sido la del constitucionalismo liberal. Cuántos ideólogos peronistas para explicarnos que, más que las urnas, cuenta la “participación”; más que los individuos, las “comunidades”; más que el Parlamento, la “plaza”; más que los partidos, los “movimientos”; más que la Constitución, “el pueblo”. Su pueblo, por supuesto, erigido en todo el pueblo, en el único pueblo verdadero, en guardián de quién sabe qué “esencia” de la nacionalidad. Pero ¿en qué mundo viven? ¿En qué época? ¿No ven que, si alguna vez lo hubo, ese pueblo es minoría? ¿Que lo que queda es exiguo, agotado, empobrecido, rabioso? ¿Que la mayoría votó a Milei ajena tanto al “pensamiento nacional” como a la “cultura popular” de la que se creen guardianes? ¡Harían bien en reflexionar sobre el pueblo real, en lugar de anunciar la “resistencia del pueblo mítico!
Palabras al viento. Se habla mucho de que Milei amenaza a la democracia. No veo cómo, pero ya veremos. Sin duda, la tolerancia no es su mejor cualidad, en estilo político se parece más a un peronista que a un liberal. Pero una cosa es un candidato y otra un presidente. Y llamándose liberal, se compromete a respetar la democracia liberal, no invoca una democracia alternativa. Los peronistas no. Si no todos, muchos. Llaman “democracia” a su antítesis. ¡Y en su nombre evocan la “resistencia” al gobierno legítimo! ¿Hasta dónde llegarán? ¿Bastará la protesta legal? ¿Piensan en medidas de fuerza, en actos violentos, aspiran al martirio del que se alimenta toda “resistencia”? Me temo que el problema de la democracia argentina no sea tanto Milei, que vendrá y se irá como todos. Sospecho que reside sobre todo en los demonios que despierta en sus enemigos.
© La Nación
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