Por Pablo Mendelevich |
Como ya lo había anticipado de manera fogosa en la campaña, Javier Milei encogerá el gabinete nacional a menos de la mitad de su tamaño actual. No sólo cerrará ministerios -o los convertirá en secretarías y subsecretarías- sino que modificará por completo el modelo de conducción del Estado. Algo que se advierte sobre todo con el nuevo Ministerio de Capital Humano, en teoría un superministerio: concentrará Salud, Educación, Desarrollo Social y Trabajo.
Desde ya que estos cambios significan mucho más que un mero achicamiento administrativo destinado a relucir como ahorro. Para analizarlos quizás haga falta tomar en cuenta no sólo los aspectos políticos y organizacionales involucrados, sino también los históricos y culturales. Porque se refieren a la forma de ejercicio de la autoridad pero también a la percepción popular del poder.
Existe un mito según el cual la expectativa de desarrollo, incluso el devenir de las personas tiene correspondencia directa con las competencias del Estado según cómo se denominen y organicen los ministerios. La burocracia macondiana, podría decirse, alcanzó el paroxismo en 2013 en Venezuela cuando a Nicolás Maduro se le ocurrió crear el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo Venezolano. Los resultados fueron inciertos. Si es por los 7,7 millones de emigrantes venezolanos no se verificó que el dictador haya cumplido las metas.
En los años setenta la Argentina fue escenario de otro sarcasmo, este demasiado trágico, acaso un plagio de los ministerios de la Verdad, de la Paz, de la Abundancia y del Amor mencionados por George Orwell en 1984, que se ocupan respectivamente de las mentiras, la guerra, la inanición y la tortura. Estuvo lejos de ser una novela futurista: bajo el tercer gobierno del peronismo muchos opositores (diputados, académicos, sindicalistas, estudiantes, artistas, curas, obreros, militantes) fueron asesinados por una organización terrorista estatal que no operaba y tenía su temerario arsenal en cualquier ministerio sino en uno llamado de Bienestar Social.
Tuvimos en nuestro país ministro de Guerra. Esa costumbre permitió durante décadas que los militares formaran parte del gabinete nacional. Venía de la época de la Confederación: el de Guerra fue uno de los cinco ministerios creados por la Constitución de 1853. En 1898 se desdobló en Guerra y Marina. Ya en el siglo XX, cuando las guerras menguaron, los militares miraron para adentro. Estuvieron 53 años dedicados en forma intermitente a dar golpes de estado. En ocasiones el ministro de Guerra derrocaba al presidente y se convertía él en presidente. Fue el caso del general Pedro Pablo Ramírez.
Casualmente, como segundo ministro de Guerra de aquella dictadura, la del 43, arrancó su carrera política el coronel Juan Domingo Perón. Ya presidente, Perón reescribió la Constitución (1949), lo que entre otras cosas le permitió salir del corset de ocho ministerios vigente desde 1898. Ocho ministerios es el talle que Milei anunció con inusitada agitación que repondrá el 10 de diciembre.
Perón armó un ministerio para cada necesidad. En total, 20 (después creó uno más, Comercio Exterior, para el joven Antonio Cafiero). A la Secretaría de Asuntos Políticos, una criatura de la Revolución del 43, la subió al rango superior. Por ley el sobresaliente Ministerio de Asuntos Políticos tenía dos funciones yuxtapuestas: ocuparse de todas las cuestiones electorales y difundir en el país y en el exterior la doctrina justicialista. A veces sumaba el espionaje interno sobre los partidos de oposición.
En realidad lo que hizo el primer peronismo fue adaptar y expandir la infraestructura estatal diseñada por los militares entre 1943 y 1945. De ese modo redujo la función deliberativa del régimen republicano a cargo del Congreso y aumentó el peso del Poder Ejecutivo en la toma de decisiones.
Si Milei da vuelta ahora el organigrama y lo ajusta a su disruptivo planteo doctrinario no va a ser el primero que patee todo el tablero: ya lo hizo Perón. Este es un viejo debate de las ciencias políticas, ya que el organigrama nunca está quieto. Otros presidentes también llevaron adelante cambios funcionales del gabinete, pero no lo dieron vuelta. Alfonsín pasó de los 10 ministros de la dictadura a ocho ministerios y cinco secretarías. Eliminó Justicia, que pasó a ser parte de Educación, y Acción Social, que se sumó a Salud.
En 1991 Menem, que intercaló funcionarios políticos y técnicos y siguió una lógica piramidal y centralizada en él, separó Justicia de Educación, fusionó Economía con Obras y Servicios Públicos e hizo varios cambios en el segundo y tercer nivel. Cerró secretarías y fue un gran creador de subsecretarías. Una novedad llamativa fue el invento de una secretaría con más título que suceso: la de Programación y Coordinación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico. Menem pasó a gobernar con ocho ministerios y ocho secretarías.
A partir de 1994, con la nueva Constitución, el único cambio importante fue la incorporación del jefe de Gabinete, cuyo relieve Menem se ocupó de aplanar de entrada, lejos de la idea original de Alfonsín de asemejarlo a un primer ministro y usarlo para mitigar el híperpresidencialismo.
La ley de ministerios de De la Rúa estableció diez carteras y creó la Oficina Anticorrupción, además de los ministerios de Desarrollo Social e Infraestructura y vivienda. Poco antes de su caída De la Rúa creó que Ministerio de Turismo, Cultura y Deporte y el de Seguridad Social.
Duhalde siguió con diez ministros y Néstor Kirchner, cuyo mandato estuvo signado por la concentración de poder, tampoco introdujo cambios sustanciales en la estructura. Cristina Kirchner subió primero a once (creó Ciencias, Tecnología e Innovación Productiva) y le sacó Producción a Economía. En 2010 fundó el Ministerio de Seguridad. En el segundo mandato agregó el Ministerio de Cultura. Los ministerios llegaron a ser 16. Los gobiernos verticalistas del matrimonio Kirchner se caracterizaron por suprimir las reuniones de gabinete.
Macri, que arrancó con un gabinete de 21 ministros, en 2018 lo achicó a 11. Quiso desburocratizar el Estado, pero no siempre le salió. Sólo una anécdota: en 2017 el Ministerio de Modernización designó a una coordinadora de la Coordinación (sic) de Fortalecimiento de la Cultura Organizacional de la Dirección de Fortalecimiento de las Capacidades Institucionales de la Oficina Nacional de Innovación de Gestión de la Subsecretaría de Planificación de Empleo Público de la Secretaría de Empleo Público. Por lo menos eso informó el Boletín Oficial.
Alberto Fernández, creador del polémico Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, armó un gabinete con 20 ministros. Después lo redujo a 18.
¿Alcanzará la vuelta al esquema de ocho ministerios de Milei y la extinción de algunas carteras tradicionales una significación análoga a la que tuvo el camino inverso dispuesto hace 74 años por el presidente Perón? Rogando que los peronistas no interpreten esta observación como una comparación ofensiva para la grandeza inmaculada de su prócer, hay que decir que existen semejanzas, no ideológicas sino procedimentales y contextuales, entre los ascensos de Perón y de Milei.
Ambos reunieron fuerzas sociales y políticas heterogéneas nutridas de segmentos políticamente huérfanos seducidos por la confrontación feroz con un enemigo palpable, el que tendría toda la culpa de sus frustraciones: la “partidocracia” antes, la “casta” ahora. Políticos novatos de súbito crecimiento, ambos politizaron con su prédica a sectores marginados, postergados, enojados con lo que se cocinaba en inaccesibles centros de poder. Tanto los contrincantes domésticos como varios gobiernos, políticos, diplomáticos, intelectuales y diarios de Estados Unidos y de Europa los sindicaron en campaña como sujetos peligrosos para la democracia. Perón, por filonazi. Milei, por extremista desequilibrado. Igual ganaron las elecciones de 1946 y de 2023.
Una vez elegidos, en sus entornos los dos se encontraron escasos de cuadros experimentados, algo ostensible en las dotaciones parlamentarias. A los elencos gubernamentales los reforzaron con aliados de reconocida veteranía, es decir, con desgajados de aquella mitad repudiada. Perón lo hizo con radicales y socialistas, Milei lo está haciendo con macristas y peronistas.
Además de su sesgo según la procedencia y el expertise de los ministros, la organización del gobierno, el diseño del gabinete, su tamaño y los nombres de los ministerios es algo que brinda información sobre la traducción al terreno real de lo que debe ser el Estado para quien sólo se expresó antes mediante consignas e histrionismo. Pero el tema ofrece alguna complejidad, no es lineal.
Quizás tenga una pátina castrense el reflejo de confiar en que el Estado regulará la fluidez de la política en la medida en que haya un gran Ministerio de Asuntos Políticos. Tampoco garantiza la provisión de energía ni las tarifas apropiadas disponer de un Ministerio de Energía en vez de una secretaría. El Ministerio de Educación, se sabe, no consigue per se que la educación pública sea, aparte de una consigna, una prestación de alta calidad. Entre otras cosas porque buena parte de la responsabilidad sobre el sistema educativo pasó a las provincias. Pero en algunos sectores está muy arraigada la idea de que las jerarquías estatales definen la agenda pública, algo que la historia no siempre corrobora. Tampoco el nuevo Ministerio de las Mujeres.
Nunca una reforma ministerial había sido un obsesivo motivo de agitación política como lo fue para el kirchnerismo la decisión de Macri en 2018 de degradar el Ministerio de Salud a secretaría. También resultó novedoso el tamaño del fiasco después de que el gobierno kirchnerista de los Fernández repuso en 2019 la jerarquía ministerial con ínfulas revanchistas, vino la pandemia y la salud pública manejada desde el ministerio de Salud resultó catastrófica, con un saldo luctuoso, ni siquiera exento de sospechas de corrupción.
Hay un viejo chiste alusivo a los nombres de los ministerios, el del boliviano que se jacta de que en su país pusieron un Ministerio de Marina, lo que provoca una risa burlona de su interlocutor argentino. El boliviano replica: ¿acaso ustedes no tienen Ministerio de Justicia?
© La Nación
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