Por Pablo Mendelevich |
En la historia del peronismo, la apelación al cuidado de sus manos que hizo el domingo Sergio Massa no fue nada original. Cuando Luis Majul le preguntó por las causas judiciales de Cristina Kirchner, Massa dijo que no tiene “la obligación de poner las manos en el fuego por nadie”.
Antiguamente la idea de poner las manos en el fuego como garantía tercerizada no era literalmente así. Las leyes anglosajonas establecían cuántos pasos debía caminar el incriminado sosteniendo en las manos un hierro ardiente. Si lograba llegar al final sin soltarlo era proclamado inocente. Y si no, se lo condenaba a muerte.
Por suerte los métodos judiciales evolucionaron desde entonces y ni el fuego ni el hierro forman parte del instrumental tribunalicio contemporáneo. Tan importante como eso es que la Constitución trae desde 1853 un artículo, el 109°, que expresamente le prohíbe al presidente arrogarse el conocimiento de causas judiciales pendientes. Por motivos que se desconocen, el artículo 109° no aparece en el ejemplar de la Constitución que tiene en su mesita de luz Alberto Fernández, quien en varias oportunidades dictaminó la inocencia de su vicepresidenta con catedrática contundencia, si bien en declaraciones más recientes, molesto con ella por otras desventuras, decidió recriminarle la comisión de “faltas éticas” en los hechos juzgados en la causa Vialidad. No se descarta que en un mes, cuando consolide su condición de expresidente, Fernández restaure su primitivo diagnóstico sobre Cristina Kirchner y la corrupción, ciertamente menos benévolo que el actual.
Mientras no sea presidente, como político Massa sí puede opinar sobre causas judiciales en trámite y es bueno que lo haga, porque la protección judicial pretendida por Cristina Kirchner para sí misma constituye hoy uno de los asuntos centrales de la machucada institucionalidad argentina. El juicio político a la Corte Suprema, sin ir más lejos, es una secreción de esa cruzada judicial. Aunque Massa podría llegar a presidente de la República en diez días, ignora -según él mismo- el desarrollo de ese juicio político que pronto cumplirá un año. Textual: “no lo conozco, es un tema del Poder Legislativo”. Prometió empaparse del tema una vez que pase el domingo 19, porque ahora anda corto de tiempo.
No ahondó, pues, en las causas por corrupción de su socia política, tampoco dijo que lo que vale es en definitiva lo que resuelva la Justicia. Cosa que impidió conocer un detalle: si está a favor del estado de derecho o es devoto de ese lawfare que la vicepresidenta sataniza cada vez que puede. Sólo habló de las manos. Clásico insumo metafórico que a la vez habla de la Argentina circular.
En 1950, cuando preparaba su reelección, Perón también enfrentaba un cuadro de inflación, falta de divisas y sequía. Por eso impuso restricciones a la salida de dólares. Estados Unidos le ofreció entonces un préstamo a un conjunto de bancos argentinos para que se pudieran pagar las deudas de los exportadores norteamericanos, pero el general lo rechazó con desusado tremendismo. El 1° de mayo de 1950 dijo en el Congreso: “Me cortaré las manos antes de firmar cualquier cosa que signifique un préstamo a mi país”. Poco después se llegó a un acuerdo por 125 millones de dólares.
De allí que el antiperonismo apodara a Perón La Venus de Milo. Treinta y siete años más tarde las metáforas sucumbieron a la verificación macabra: al cadáver de Perón le fueron amputadas ambas manos.
También sucedió que un día al presidente Néstor Kirchner, quien no lograba satisfacer los reclamos populares por la seguridad, le llevaron la versión de que el gobernador Daniel Scioli le había respondido en privado a la familia de una víctima que él no podía hacer más en esa materia porque no lo dejaban. Embalado, Kirchner desafió en público a Scioli a que dijera “quién le ata las manos”, una pregunta que no es común formularle a personas mancas. La víctima de la inseguridad era Carolina Píparo, quien devino política. Hace 17 días salió tercera al postularse para gobernar la provincia de Buenos Aires por el partido de Javier Milei.
Cuando la Justicia persiguió y condenó a Amado Boudou, el sacrificio ígneo en sus dos versiones (poner las manos o no ponerlas) alcanzó en el peronismo uno de los picos de diseminación más altos que se recuerden. Quien estudie esas reacciones políticas apreciará la laxitud de la expresión, o directamente su eficacia para fijar un pronunciamiento rotundo que en verdad, enunciada en un sentido o en otro, nada dice. No se mete con los actos de corrupción investigados, con su significación ni con el sometimiento real del dicente a la majestad de la justicia, lo que significaría la promesa de acatar lo que ella sentencie. Un kirchnerista de la primera hora como Aníbal Fernández dijo muchas veces que él no ponía las manos en el fuego por nadie y que eso lo aprendió de Néstor Kirchner. La misma escuela de Massa. Mientras tanto, el kirchnerismo sigue siendo el sector político más sospechado por corrupción, el que tiene más causas abiertas y el que acumula más condenas.
He aquí la gran contradicción. No poner las manos en el fuego por nadie sugiere que cualquiera puede ser pecador, que la honestidad es cosa de cada individuo y que el divorcio entre la moral y la política es ajeno a condiciones ambientales o culturales (ni hablar de cleptocracias, eso ya es tan improbable como un elefante anaranjado). Sugiere, en fin, que el que tenga problemas con la ley se arregle solo con su alma.
Pero sucede que Cristina Kirchner hasta el día de hoy, más allá de que está cumpliendo casi a pleno con el silencio acordado con la campaña de Massa, tiene alineados a los senadores peronistas y a la mayor parte de los diputados del oficialismo detrás de su cruzada personal tribunalicia destinada a salvaguardarla. El secreto es el poder y Cristina Kirchner, más allá de sus traspiés, lo sigue renovando. ¿Que en adelante no tendrá cargo?
Hay que escucharla: ella misma dice que el cargo no importa, que es una militante. Quiere decir una mandamás tesonera. La mayor parte de las nuevas bancadas peronistas del Senado y de Diputados le responderán porque ella armó las listas, a menos que Massa arrasase en las urnas y haya un realineamiento acelerado detrás de su liderazgo.
En la campaña Massa no ofrece una perspectiva distinta de la que el peronismo en conjunto planteó hasta ahora respecto de las causas de corrupción, asunto doblemente importante porque organiza el desempeño institucional del peronismo con relación a la Justicia.
Si un eventual presidente Massa quisiera adoptar una postura republicana respecto de la situación penal de Cristina Kirchner, lo que en primer lugar significaría dejar de poner y sacar jueces y fiscales según las necesidades de la imputada, se desataría dentro del peronismo un enfrentamiento mayúsculo. Es cierto que mucho depende del resultado electoral venidero pero, contra lo que se suele repetir en la campaña, no todo se juega el domingo 19, sencillamente porque una parte muy importante ya se jugó: la reconfiguración parlamentaria, las gobernaciones, las intendencias. El poder quedó repartido.
¿Poder repartido en el peronismo sin líder fuerte? Eso está por verse. Massa por ahora celebra en público que Cristina Kirchner no ocupará ningún cargo e infiere de allí que no tendrá influencia. Una frase de campaña tan liviana como la de sus manos fuera del fuego.
© La Nación
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