sábado, 11 de noviembre de 2023

El offside flagrante de los simuladores


Por Héctor M. Guyot

Nada es lo que parece en el kirchnerismo. Desde el principio, los Kirchner jugaron con las formas de la democracia en la superficie mientras ocultaban bajo la mesa las maniobras oscuras, muchas de ellas delictivas, tendientes a robar fondos públicos y lograr su objetivo de máxima: una hegemonía que les permitiera concentrar el control del Estado y, por extensión, de la sociedad. La distancia que había entre las fantasías del relato y la realidad que buscaban esconder confirmaba esta doble dimensión en la que actuaba el populismo. 

Pero no había caso, lo que se perpetraba en los sótanos afloraba cada tanto a la superficie. Era la lava que subía desde las profundidades de un volcán en erupción. La tropa K salía a contener el incendio a base de más relato y más operaciones sucias. Por esta necesidad agónica de mantener separadas la esfera de lo visible de aquella en la que debía permanecer oculta la evidencia pornográfica, la saga del kirchnerismo podría describirse como el despliegue constante de una simulación. Tanto llegaron a dominar los Kirchner este arte que convencieron a sus fieles de que los simuladores no eran ellos, sino sus enemigos. Hace falta mucha habilidad para esconder un elefante detrás de una margarita, pero los santacruceños lo lograron. Para eso, promovieron la ceguera voluntaria. Sin embargo, la fuerza del encantamiento no pudo evitar fisuras elocuentes. Una de ellas, memorable, fue el despertar de la exministra María Eugenia Bielsa, cuando se le escapó la verdad ante un grupo de militantes: “Robamos, muchachos, robamos, y perdónenme que lo diga así”.

Por supuesto, no la perdonaron. El show debía seguir. Y siguió. Siguió a pesar de la borrachera de billetes bien regados con whisky en la Rosadita, de los millones de dólares saltarines de López y su carabina, de los cuadernos de Centeno, de las fortunas fatídicas de jardineros y secretarios, de la irreprochable sentencia condenatoria en el juicio de Vialidad y de tantos otros crímenes y pecados expuestos a la luz del sol. A la simulación, parece, no hay quien la pare, aunque por su propia desmesura siempre encuentra obstáculos.

Esta semana lo que saltó de las entrañas de la Tierra es una gran estructura de espionaje ilegal gracias a la cual el kirchnerismo se lanzó a una simulación temeraria: el juicio político a los miembros de la Corte Suprema. Una constante: cada visión de los sótanos del oficialismo confirma la naturaleza berreta de sus operaciones clandestinas, en las que la práctica ilegal se confunde con una turbia militancia política.

En un extremo de esta red hay un policía retirado, exagente “inorgánico” de la SIDE, que se dice periodista y que, se presume, maneja su propia tropa de espías. Solo así es posible armar más de mil carpetas con información íntima y sensible de políticos opositores, empresarios, jueces, artistas, deportistas y hasta importantes dirigentes del peronismo. La sed de control y dominio ha de ser inagotable para espiar incluso a los propios. De este lado de la red actuaban un dirigente de La Cámpora y el diputado Rodolfo Tailhade, principal impulsor del juicio político a la Corte y el primer general de Cristina Kirchner en su guerra contra la Justicia. Todo indica que la red de espionaje ilegal termina en la vicepresidenta, que en un país en caída libre consagró su gestión a un solo afán: la conquista de su impunidad.

Con esta revelación del fiscal Pollicita, los simuladores quedaron al descubierto otra vez. Y quedó claro: acusaban a los jueces del delito que estaban cometiendo ellos (la proyección, otro clásico). En offside flagrante, el miércoles levantaron sus carpetas y escaparon de la reunión de comisión que impulsa el jury contra el máximo tribunal. “Perdieron por abandono. Por eso huyen con vergüenza”, describió con precisión Mario Negri, rápido de reflejos. La farsa se pospuso hasta después del balotaje, para que esta frustrada simulación no complicara otra en curso.

La simulación de Sergio Massa también es palpable. El único que no parece advertirlo es él mismo, y por eso repite con tono monocorde y descaro invicto que él no es kirchnerista (aunque se abrazó a Cristina), que no sabe nada del juicio político a la Corte (a pesar de que sus diputados lo hicieron posible), que no forma parte de este gobierno (del que es socio fundador) y que trae bajo la manga las soluciones para los graves problemas del país (que ha agravado durante su gestión como ministro a cargo). ¿Estamos acaso frente al no va más de los simuladores? Muchos de los que así lo creen van a darle su voto el domingo de la verdad. Más que una paradoja o un absurdo, se trata de un síntoma de lo bajo que ha caído la democracia argentina cuarenta años después de haber sido recuperada. Y con ella, el país.

¿Y qué hay del otro lado? ¿Podría Javier Milei ser el antídoto contra la infatigable simulación kirchnerista, que hoy alcanza otra cumbre en la performance del candidato Massa? Muchos apuestan que sí, aun cuando saben que el prospecto de ese jarabe amargo no trae detalladas las contraindicaciones que podrían derivarse de su ingesta.

© La Nación

0 comments :

Publicar un comentario