lunes, 20 de noviembre de 2023

El fogoso Milei es un enorme signo de pregunta

 Por Pablo Mendelevich

En distintas épocas la Argentina tuvo como presidentes a políticos de alto vuelo y también a hombres (y mujeres) mediocres. Con mayor o menor experiencia partidaria, con más o con menos muñeca para la rosca política, todos –la mayoría abogados– eran políticos. Incluidos, desde luego, aquellos de formación militar, como Roca y Perón, verdaderos líderes de época.

Sin contar los gobiernos inconstitucionales surgidos de los seis golpes de Estado del siglo XX, por primera vez en la historia ahora gobernará la Argentina alguien que no es un político profesional: un outsider

Economista, panelista de televisión, Javier Milei llega al poder como la encarnación suprema del hartazgo colectivo premoldeado como corriente social subterránea en el sísmico 2001. Varias capas geológicas de fracasos y frustraciones, con especial grosor las del largo y resiliente ciclo kirchnerista, repujaron el fenómeno a imagen y semejanza de los outsiders que brotaron en otras latitudes. Nadie sabe qué desafíos se plantearán en esta nueva etapa que ayer se inauguró en la Argentina. Milei dijo anoche que se ha terminado una forma de hacer política y empieza otra. Es su promesa más verosímil.

Sin historia, sin un partido afianzado como no sea La Libertad Avanza, gestado ad hoc, con una doctrina libertaria particular, sin experiencia, sin un solo gobernador propio y con fuerzas parlamentarias tan minoritarias como novatas, el fogoso Milei es un enorme signo de pregunta. Lo que más se ignora de él involucra la campaña que acaba de terminar, la que lo convirtió en una figura mesiánica para vastos sectores sociales que antes no sabían quién era y que lo votaron para probar algo nuevo, algo distinto. ¿Gobernará aquel candidato iracundo de maneras y planteos extremos y baja tolerancia a la diferencia de ideas o el presidente electo que anoche esbozó una convocatoria abierta? ¿Lo sosegarán la cotidianeidad del poder y la necesidad de hacer acuerdos? ¿Podrá morigerarlo su flamante socio Mauricio Macri, cuya influencia real en el nuevo gobierno probablemente sea la segunda gran pregunta del momento?

Aclaración para extranjeros: en la Argentina está culturalmente muy aceptada la mentira en las campañas electorales. Carlos Menem, casualmente un modelo de estadista para Milei, al llegar al poder no solo se afeitó las patillas e hizo todo lo contrario de lo que había dicho o sugerido en la campaña, sino que justificó su conversión con un legendario sinceramiento: “Si decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”. Su eficaz liderazgo, que le permitió unificar detrás de sí a casi todo el peronismo, elevó aquella confesión a la categoría de norma estructural.

Ese Milei perfilado como explosivo por la campaña, disruptivo, incluso dueño de un temperamento en apariencia inapropiado para conducir los destinos del país, potenció la interpretación de que no era un contrincante legítimo sino una amenaza para la democracia, algo que también se dijo desde el exterior. Pero no es esta la primera vez que llega al poder en elecciones libres alguien considerado una amenaza para la democracia. Es la segunda.

Sin que sea una comparación de aptitudes, hay que recordar que a Perón en 1945 le pasó igual. Tanto la oposición como los centros de poder en Europa y Estados Unidos lo consideraban una amenaza para la democracia. Milei, curiosamente, arrancó citando a Perón: “Dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”.

Ayer, cuando el peronismo sufrió su tercera derrota presidencial en casi ocho décadas, Sergio Massa no mencionó ni a Perón ni al peronismo ni al kirchnerismo. Massa tampoco nombró al gobierno actual ni al Presidente ni a la vicepresidenta. Solo intentó responsabilizar a Milei por lo que ocurra con la economía desde mañana, algo que una hora después el presidente electo rechazó con acierto. Es el único anticipo concreto: la transición no será fácil.

© La Nación

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