Milei. Su presencia provoca diferentes reacciones.
Por Sergio Sinay (*)
La presencia de Javier Milei en el balotaje está operando como un catalizador que provoca significativas reacciones en algunos sectores de la sociedad. Tanto en ciertos medios, como en comunicadores, personajes del mundo intelectual y del espectáculo, participantes del mundo político y económico y también entre ciudadanos de a pie, el candidato libertario viene como anillo al dedo para desplegar en su contra un súbito y exaltado fervor democrático en declaraciones y comunicados.
Como si se tratara de enfrentar un ataque alienígena, que pone en peligro la vida en la Tierra, o al menos en este sector del planeta llamado Argentina, desde diferentes trincheras se sale a combatir al monstruo. Quien llegara desde lugares remotos y careciera de información previa creería que está en peligro la armonía, la vida productiva y feliz, el eficiente y respetuoso funcionamiento de las instituciones, la floreciente economía, la cordial convivencia, el acatamiento y honramiento de las leyes y el ejemplar desempeño de la clase dirigente y los gobernantes, en un país que se eleva como modelo para el mundo. Ojalá. Pero no.
Es cierto que Milei no ahorra palabras ni actitudes a la hora de ofrecerse como pantalla, sobre la cual muchos de sus atacantes proyectan sus propias oscuridades, sus propios pasados negados, sus venalidades, sus aspectos turbios para presentarse luego como impolutos combatientes por la democracia. Quien les da letra y a quien terminan apoyando, llamando a votar por él, es el candidato de un gobierno, y más que de un gobierno de un régimen, que durante treinta de los cuarenta años de la democracia no ha hecho más que desvirtuarla, vaciarla de contenido, valerse de ella para apropiarse del Estado como botín, distorsionar el significado de los Derechos Humanos, extender la corrupción como una metástasis morbosa, manipular la Justicia con complicidad de integrantes de ella, valerse del Poder Legislativo como escribanía para el allanamiento de sus componendas, generar niveles de pobreza e indigencia inéditos, vivir fiestas obscenas en residencias oficiales, mientras morían miles de personas privadas de vacunas (por los negociados que se hicieron con éstas) y huérfanas de contacto con sus familiares, a su vez condenados al encierro. El candidato al que los súbitos adalides de la democracia urgen a votar es (aunque él mienta que no) el representante de ese régimen y el responsable y ejecutor directo de la destrucción final de la economía, lo que significa, más allá de números, destrucción de trabajos, de esperanzas, de futuros, de vidas. Porque este régimen ha significado para la sociedad argentina un alto costo en vidas. Cuando la democracia no cura, no educa y no alimenta (como ocurre con la que se dice defender con evidente oportunismo y alto grado de hipocresía) las enfermedades, la ignorancia y el hambre matan.
No puede haber inocencia cuando, en nombre de la democracia (palabra que se dice fácil, y a la que es complejo honrar de veras con conductas y acciones) se llama a votar a ese candidato. El democratismo es la caricatura de la democracia. Y va acompañado de un aura de superioridad moral que termina de distorsionar lo que ella es y significa. La cuestión no es defenderla cuando aparece la excusa Milei sino cuando los reflectores están apagados, en la vida y en los comportamientos cotidianos, esos que no se firman en comunicados ni se declaran ante cámaras y micrófonos.
Quizás Milei sea una amenaza para la convivencia democrática. Sus delirios y torpezas validan la sospecha. Pero nadie lo vio gobernar. Al candidato, oficialista, en cambio, se le conocen las acciones. Ni él ni lo que representa (porque, más allá de maquillajes y prestidigitaciones es el kirchnerismo) son, a la luz de esas acciones, lo que democracia y república significan de veras. En la pobre, difícil y crucial opción de estas elecciones también existe la posibilidad de votar en blanco o hasta de no votar y atenerse a la penalidad. Pero no usar a Milei como excusa ni a la democracia como máscara para elegir más (o peor) de lo mismo que nos trajo a hasta aquí. Y además, proclamarlo con pretendida superioridad moral.
(*) Escritor y periodista
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario