Nito Mestre |
Por Renato Salas Peña (*)
Siempre he confesado que soy un tipo de fácil llorar: lloro con bobas novelas, con cursis comerciales, con artículos sensacionalistas, con películas mal hechas, pero cuando se trata de música mi ávido crítico despierta en mí, hurgo con minucioso y hasta con antipático opinar sobre la coincidencia melódica, la poca profundidad de la letra, la falsedad del cantante, lo común de sus performances, lo bonito que suena o canta, pero lo poco trascendente que resultará.
Con Nito Mestre, el eterno conocido de siempre, aquel que se me presentó al amanecer de un invierno calamitoso, con el que fuera el primer trabajo de los Sui Generis: Vida (1972), dúo que armó en el secundario al lado del icónico Charly García y que hasta el día de hoy lo acompaña (con sus letras) en sus presentaciones, y que gracias a esos dones que dan los dioses a solo algunos pocos mortales mantiene la voz casi idéntica a esas canciones que gritamos en los parques llenos de ebriedad y adolescencia.
En 1973 graban Confesiones de invierno, al año que sigue, dando una vuelta de tuerca sacan del estudio Pequeñas anécdotas de las instituciones, lo que para mí resultó el desencadenante de que Nito decida alejarse de la sociedad más cercana a Lennon – McCartney que tuvimos en el rock en nuestro idioma. Para 1975 ya estaban filmando su propio Adiós Sui Generis, y si bien Charly se dirigía en búsqueda de la locura total, Nito no quedaba atrás, como muchos han solido sostener durante muchos años; él también se embarcó en proyectos más urbanos, más íntimos, más amicales: Por Sui Gieco (1976), Los desconocidos de siempre (1977-1979).
A Nito Mestre, de madre lituana que lo acompañó casi 95 años y su padre, médico de profesión, que solo le dio los primeros 8 años, le inculcaron siempre el amor a la música que lo lleva al estudio de la voz, la flauta traversa y la guitarra, siendo un eximio ejecutante de las dos primeras. Para muestra nos dejó ya clásicos discos: 20/10 (1981), Escondo mis ojos al sol (1983), Canta a Sui Generis (1993), Trip de agosto (2014). Muestras ineludibles del talento de Mestre, que muchas veces ha querido ser simplificado a ser la voz de Sui Generis, nada más falso e injusto que eso.
Nito es más que una voz (aunque él es la voz). Es un compositor muy lúcido y poético, es un virtuoso instrumentista, un tipo que solo acompañado de su acústica se tumba a toda una banda, pero también es el que mantiene la voz con una orquesta de más de 120 músicos y sale siempre airoso y entre palmas sinceras. Nito ha sabido soportar estos 71 años, llega en paz con todas esas broncas que la gente suele crear en sus delirios: enemistades con García, al cual siempre cantará, porque es su amigo, solo eso, y lo del hijo es solo producto del amor hacia la que fuera su pareja del momento, María Rosa Yorio, crió a Migue y nunca se consideró su padre, siempre le dijo que Charly lo era.
Si bien Sui Generis volvió a unirse en el 2000 con Sinfonías para adolescentes, fue un breve encuentro, de esos que se dan en momentos de emoción, de resacoso recuerdo o nostalgia novelera que hace subir a un escenario a dos amigos o a tres, cuatro, esto depende de la banda. Los vi y no quiero decir que no funcionaron, tal vez yo fui el que no funcionó para ellos. Pero hace algunas noches Nito llegó a Lima para presentar su espectáculo sinfónico, y nuevamente nos regresó a nuestros primeros años, cuando aún creíamos que podíamos ser libres de verdad, teniendo una casa pobre y echándonos del cuarto de cuando en vez para tirar viejas hojas del pasado en distintos tiempos que nos tocaron vivir.
Y sí, Nito lo logró: lloraba, lloro, cuando escucho esa voz que forma parte de mi soundtrack adolescente y que tras 35 años aún me hace sentir humano, digamos que un poco mejor.
(Desde la Ciudad de Palomino)
(*) Lima-Perú 1971 - Docente universitario, Licenciado en Educación con especialidad en Lengua y Literatura, asimismo llevó una Maestría en Docencia a Nivel Superior y Gestión Educativa y actualmente un Doctorado en Humanidades.
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