Por Pablo Mendelevich |
Nadie en ningún país del mundo gobierna con declaraciones públicas. Pero mucho más ridícula parece la idea de que quien en realidad está gobernando con declaraciones públicas es la oposición. Según Sergio Massa, al ser entrevistado por una radio Javier Milei hizo subir el dólar y provocó inflación. Él, como ministro de Economía, no tuvo nada que ver.
Se supone que quien gobierna lo hace esencialmente mediante la toma de decisiones. Una parte del trabajo es decisional y otra, la que incluye las políticas y los programas a ejecutarse, administrativa.
Por supuesto que la administración de los recursos y bienes del Estado conlleva la necesidad de estimular y alentar a la sociedad. Pero de un gobernante lo primero que importa es lo que hace y lo que deja de hacer, responsabilidad suya intransferible, incluidas, desde luego, las consecuencias. ¿Desaparece esa responsabilidad según lo que hagan otros?
Algunos gobiernos autocráticos culpan a sus opositores por lo que no anda bien pero las cosas deberían funcionar de otro modo en una democracia normal. Claro, por lo que se ve no es este el caso de la Argentina: el país normal es una promesa de campaña. Escurridiza utopía renovable cuya invocación, por lo menos, ya se encuentra normalizada. Néstor Kirchner prometía “un país en serio” hace veinte años.
El que por ahora tenemos apila capas geológicas de desviaciones políticas, culturales y sobre todo institucionales, lo que determina que muchas cosas -el mismo sistema político- estén fuera de escuadra. Sin ir más lejos, contra lo que dice el manual de instrucciones hoy gobierna el ministro de Economía, quien con desprecio por toda profilaxis destinada a garantizar equidad democrática es también el candidato a presidente del oficialismo. En rigor no se sabe muy bien a qué se le llama oficialismo. Dos de los tres socios que constituyeron el gobierno, el Presidente y la vicepresidenta, quedaron -o se pusieron- fuera de juego, mientras el tercero, que no es otro que el todopoderoso ministro de Economía, sostiene que este gobierno no es suyo y promete soluciones para cuando él acceda, por fin, al poder. Nos hallamos, pues, delante de un no gobierno con candidato oficial autárquico, una malformación empollada por la fórmula presidencial invertida.
Como regente de las cuentas del Estado, Massa es el responsable de una expansión del gasto público que no hace otra cosa que alimentar el círculo vicioso de emisión indiscriminada, inflación descontrolada y aumento de la pobreza. La quiebra del Estado no lo desanimó para repartir dinero oficial durante la campaña ni para seguir engordando las oficinas públicas con militancia propia. Por eso el responsable de la economía estallada que está orgulloso del plan PreViaje le dejará una bomba al sucesor, cada hora más voluminosa. Quién sabe si la seguirá armando hasta el domingo 22, hasta el 19 de noviembre o el 10 de diciembre. Ningún manipulador de bombas está exento de que le explote en las manos. En síntesis, que Massa haya acusado de irresponsable a su rival es parecido a lo que los psicólogos llaman proyección.
No es que Milei sea inocente ni que la corrida cambiaria le haya sido al libertario del todo ajena. Pero hace falta separar las cosas, huir de una trampa que más que dialéctica sería hidráulica: Massa culpa a Milei antes que nada para vaciarse de responsabilidad. Se la endilga completa. Al mismo tiempo renueva el enfoque de que la suba del dólar en el mercado negro (bucólicamente denominado azul) sólo tiene dimensión policial. Son vivillos que especulan, dice, no parará hasta meterlos presos. La misma sobreactuación grotesca que usó en el segundo debate para reprender a Milei por haberles “faltado el respeto a las mujeres”, después de que éste le dijo a Myriam Bregman que “si los socialistas supieran de economía no serían socialistas” y que ese era su caso.
Milei, que prácticamente partió de cero, junta votos a raudales gracias la ira contra “la casta” y a la ilusión de “dolarizar”. Massa, cuyo sector político tiene una veteranía de casi ochenta años, insiste en describir al dólar como cualquier cosa menos un refugio para operadores económicos e individuos de a pie que necesitan protegerse de la desvalorización del peso que las autoridades, o sea él, no consiguen frenar.
Si Milei fue una reencarnación del Guido Di Tella que presagió el “dólar recontraalto” en 1989 lo que hizo en definitiva fue copiar un comportamiento peronista, aunque en esa época él era arquero de Chacarita Juniors y no sólo no soñaba con ser candidato a presidente sino que tampoco se imaginaba que iba a hacerse famoso hablando de economía por televisión. Pero también pudo inspirarse en Alberto Fernández, el candidato presidencial que en 2019 agitó los mercados al diagnosticar que el dólar estaba subvaluado.
Sin menospreciar la extraordinaria llegada que hoy tiene, tal vez sea necesario volver a poner a Milei en contexto. Hace falta recordar que el político más inexperto de la historia que haya salido primero en una elección nacional (las PASO de agosto), es un provocador nato entrenado en la fábrica de frases cortas modelada por el minuto a minuto. De los panelistas que se saben los nombres de todos los maquilladores de los canales, Milei seguramente sea el de mayores conocimientos de economía, el más astuto y el más ambicioso.
Tanto es su expertise económico televisivo que lo de llamar excremento al peso, una figura de dudoso gusto pero indiscutible eficacia comunicacional para hablar de inflación endémica, lo repitió infinidad de veces. Recopiló las que pudo en un video apenas le cargaron la corrida cambiaria de esta semana y lo subió a las redes. Tiene razón, no dijo nada nuevo.
Es cierto que para un político convencional el ascenso de panelista a candidato presidencial y luego al podio de supuesto favorito para las elecciones generales acrecienta sus responsabilidades públicas. Pero Milei no es un político convencional sino uno que ofrece romper todo. Receta que le dio suficientes satisfacciones electorales para hacer tambalear todo el sistema. Además de haber puesto en estado de alerta como la amenaza a la democracia que es a la mayoría de los intelectuales, los economistas, los analistas políticos y buena parte del mundo académico, entre otros, y de haber despertado interés y cierta alarma en la prensa mundial.
Frente a una carrera de la inflación con el dólar que viene de mucho antes (y a la que le sobran razones para acelerarse) pretender una compostura cívica o un liderazgo moral del candidato que llegó hasta acá gritando, insultando, descalificando, rompiendo reglas y prometiendo espejismos y medidas extremas inaplicables sería cuanto menos una ingenuidad.
Quienes acusaron a Milei por el impacto económico negativo que causarían sus dichos probablemente sepan que el reproche retroalimenta al candidato libertario porque subraya su alta credibilidad. No es tarea fácil reaccionar con eficacia frente a un provocador, que encima no es un estudiante que viene de interrumpir una asamblea universitaria en Filosofía y Letras sino un recién llegado a la política que acaba de ganar nada menos que una elección nacional y ahora puede ser el próximo presidente. Pero la reacción del todopoderoso Massa tal vez pertenezca a otra categoría. La del gobernante que camufla su fracaso mediante culpables al paso.
© La Nación
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