Por Roberto García |
Definición segura, sin escapatoria, al menos para la provincia de Buenos Aires. El resto del país, tal vez, disponga de otra oportunidad electoral el 19 de noviembre. Pero este domingo, aparte de la votación nacional, en el distrito más importante de la República se consagra sin segunda vuelta —por apenas un voto, si fuera necesario— al nuevo gobernador, el mismo mal llamado “poronga” que en el pasado solía determinar políticas y conductas a la Casa Rosada y a sus ocupantes: era el hombre fuerte para la guerra y la paz.
Se modificó esa incidencia del imperio de Rosas, Tejedor, Alsina o Rocha y, salvo, la curiosidad de Eduardo Duhalde, en el último ciclo democrático de 40 años de la Argentina ninguno de los pasantes ejecutivos ejerció influencia significativa en el poder de la Nación. Ruegan más de lo que exigen, tímidamente, además. Ni el ignoto “Titan” Alejandro Armendáriz, votado sin que se le conociera rostro, voz e historia, colgado de la candidatura de Raúl Alfonsín, o el economista del furcio, Axel Kicillof, estampita prendida del pecho lechero de Cristina Fernández de Kirchner. Ninguno con peso específico y personal.
Sin embargo, por disponer de la estancia bonaerense, más de un engreído entendió que le correspondía la misión histórica de convertirse en Presidente de la Nación, en revertir la maldición de que el estacionamiento temporal en La Plata es un obstáculo insalvable para llegar con banda y bastón a Plaza de Mayo. Inútil esfuerzo: la provincia mantiene su virginidad y, en estos últimos 40 años, fracasaron Duhalde, Antonio Cafiero, Daniel Scioli y hasta María Eugenia Vidal. Demasiado atrevidos llegaron a creer que los votos de la provincia les pertenecían, y que eran iguales al resto del país. Y propios, inclusive.
Como seguramente debe pensar Kicillof si este domingo a la noche repite su mandato y se aparta sin decirlo de La Cámpora, Máximo Kirchner, la cofradía de intendentes de esa fracción y, en particular, del adinerado de Martín Insaurralde con el que se encuentra rodeado económicamente. No se sabe si ese eventual desprendimiento, en particular los vínculos con el negocio del juego —que ya demostró ser más rentable el legal que el ilegal— se producirán apenas se conozca el resultado. Ipso facto, juran en La Plata. Esa decisión, si ocurre, incluye al remanente personal del potentado Juan Pablo de Jesús, secretario y adlátere para todo servicio del controvertido Insaurralde. Ambos adherentes al mismo club del agente de publicidad que le ha aportado novias, amantes y esposas a varios empresarios y dirigentes de la política.
Ese probable desenlace, siempre que triunfe Kicillof, implica un declive del hijo de Cristina y su hermano de leche en el poder, Insaurralde & Cía., mientras en oposición implica una suba de categoría de Andrés “Cuervo” Larroque, hoy a punto de caramelo para convertirse en un posible jefe de gabinete (sin desmerecer al conductor de autos Carlos Bianco). Ese dúo (Kici + Cuervo) pretende un rol más elevado en el futuro, ambos pregonan ciertas formas de humildad económica que no se caracterizan con el filoludópata e inquilino del yate en Marbella. También cierta coincidencia ideológica.
Con Máximo se han cruzado otras diferencias y en conjunción con caudillos municipales se alista para acosarlo en la conducción del PJ. Ya no está solo Fernando Gray, el intendente rebelde de Esteban Echeverría contra el cristinismo explicito. Si bien siempre Cristina impulsó a su “chiquito” Kicillof y a su pupilo Larroque, ahora rebuzna por las rencillas y ciertas amistades que cosecha su hijo Máximo, defensor de Insaurralde, protector del turismo náutico y el tarjeteo de la chocolatería de la Legislatura de Buenos Aires (igual que otros exponentes del resto de los partidos, opositores o no). Pero este conflicto de madre e hijo repite historias pasadas, en la que no coincidieron parientes con ejercicios de la política: recordar el caso de Evita y su hermano Juan.
A Kicillof, por su parte, debe cuidarlo: por obediencia debida, ignorancia jurídica u otra significativa carencia, el gobernador fue su combativo ejecutor de la operación sobre YPF que le cuesta al país 16 mil millones de dólares. Si bien Kicillof es responsable de esa amarga mala praxis, con el tiempo debe haberse enterado de pormenores que entonces desconocía. No sería un buen momento para revelarlos.
Esa ruptura inminente en la cúpula oficialista de la provincia ofrece un antecedente de cambios: a la austeridad que a menudo ofrece Larroque ahora incluye transformaciones en su cabeza progresista, sea por la cercanía al poder o por comprensibles razones de edad. Ha pasado desde su ministerio social sin anomalías en contratos, subvenciones o ayudas y, en ese periplo de asistencias, empieza a reconocer ciertos servicios del sindicalismo que antes aborrecía.
Por ejemplo, en el último aniversario del asesinato de José Rucci, promovió la fotografía del gremialista con Juan Perón, una suerte de homenaje. Raro en quien, hace unos años, se fascinaba con la posibilidad de darle la mano a Mario Roberto Firmenich, su ídolo mayor, entonces convenientemente guardado en Europa. Parece que logró ese apretón en algún momento, tal vez por su amistad con el hijo del jefe de Montoneros, con quien fue compañero en el Nacional Buenos Aires.
Sorprende, por lo tanto, la comunión que reserva en su inteligencia entre quien ordenó el crimen de Rucci con la misma víctima, la asociación mental de Rucci con Firmenich. Debe tener una explicación, por lo menos frente al espejo. O ante la hija del que fuera dirigente de la UOM y secretario general de la CGT.
Para Cristina, la elevación de su dúo preferido debería alinearla, extasiarla, pero la indispone el tiempo que habrá de ocupar para limpiar las impurezas entre sus dos favoritos y su hijo. Debe mantener juntos a todos, ella necesita a la provincia y para su estabilidad sería turbulento que la tómbola electoral cantara a favor de Néstor Grindetti o Carolina Píparo. Tanto el auditor de Patricia Bullrich como la candidata le anularían la escritura del santuario bonaerense y ella quedaría hundida en un pantano absurdo: tener 25% de los votos asegurados en el país, ser la primera minoría en la provincia de Buenos Aires y carecer de un refugio en ese territorio para acurrucarse políticamente con cierta tranquilidad.
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