Por Carlos Ares (*) |
Esta columna se escribe sobre el fondo emocional de una canción que acabo de escuchar. Apareció en YouTube mientras vagaba sin rumbo fijo. Llevaba tiempo sin oírla. Reproduje el álbum completo. No fue una búsqueda intencional, deliberada, o sí, quién sabe. Cada día la bola del flipper rebota tantas veces en el azar antes de perderse por el agujero de la noche que, en una de esas, tal como vamos, tocó donde algo dolía. Para que se entienda mejor, o no, que tiene que ver la referencia ambiental con el texto que sigue, al final transcribo la letra de la canción.
Cuando ya se los devuelve al olvido, permitan un modesto reconocimiento a las miles de personas en edad de merecer mucho más que llegado el momento, sin obligación de hacerlo, con sus años en la mochila, fueron a votar. Documento impecable, pañuelo limpio, orgullo puesto, pecho erguido, huesos frágiles, ojos acuosos, pelo débil, cara noble. Al verlos lagrimear, quienes los desprecian deben pensar que de viejo, tal vez se mea por los ojos. Es posible. En una de esas, es así. Los años ablandan vejigas, rencores, cuentas pendientes, los corazones comienzan a fallar, la memoria inunda la vista de recuerdos.
La primera vez. El mismo colegio. El eco de risas que resuenan en los patios. La ilusión que andaba por acá, que sigue ahí. La mirada otra vez cargada de ruegos a las caras en la boleta elegida. El deseo que se lleva el sobre a la urna. Vuelven, regresan, cumplen, dejan huella, constancia, brindan con los ausentes, celebran la ocasión, se mean de alegría. Saben de qué se trata, cuánto costó recuperarla, defenderla, el valor que tiene ejercer ese derecho a participar que concede la democracia. Votar es, será siempre, una oportunidad más de convivir.
Ya no, quizá, para algunos de ellos. Los viejos se mean encima por hijos, nietos, amigos. Es verdad que, si se los apura, estarían dispuestos todavía a levantarse con ganas de mearse también sobre las tumbas de todos los criminales que hicieron fortunas en cargos públicos, los que se llevaron puesto este país. Son broncas propias de la edad. Nadie se despide contento de este mundo, ni del otro, el personal. Duro, terrible a veces, pero fascinante, maravilloso, conmovedor, pleno de aventuras en continua oferta.
Dicho esto como respuesta a tanto atrevido que le faltó el respeto a personas dignas, que sostienen con su ejemplo la ilusión de un país posible, hagamos silencio. Es el momento de analistas políticos, sesudos panelistas, en fin, gente que cree tenerla clara. Dejen hablar a los periodistas que se abrigan al calor del poder, los que apuestan a ganador, también a los que se dan por vencidos. Que disfruten de sus cinco minutos de tele. Cumplamos con nuestro papel de reparto.
La mayoría somos sólo fantasmas, sombras anhelantes de cuánto falta de la noche para llegar a mañana, cuánto para otro día, otra cosa, otra vida. Chito, circulen. Puteando, cabeza gacha, como versiones de hinchas fastidiosos que a la salida del estadio murmuran, mascullan dale, ya fue, háganla corta, jueguen bien, sean honestos, si se ofrecen como servidores públicos laburen para quién les paga. Llevamos, ¿cuánto?, bancando Albertos, Aníbales, Moyanos, De Mendigurénes, Insaurraldes, en campaña electoral, comiéndonos el coco, los ahorros.
Cargamos con demasiadas penas, millones de pibes que heredan las deudas, adultos que lamentan la pérdida del tiempo en espera. Basta loco, dejen de robar, de joder a los demás, reconozcan que hicieron mucho daño, arranquemos de una vez con la reparación Destruir es fácil, construir un país decente nos va a costar el otro huevo. Si acaso hay hoy una canción que nos reúna, que sea la última. Como el poema que escribió Miguel Hernández.
“Pintada, no vacía/pintada está mi casa/del color de las grandes/pasiones y desgracias/Regresará del llanto/adonde fue llevada/con su desierta mesa/con su ruinosa cama/Florecerán los besos/sobre las almohadas/Y en torno de los cuerpos/elevará la sábana/su intensa enredadera/nocturna, perfumada/El odio se amortigua/detrás de la ventana/Será la garra suave/Dejadme la esperanza”.
Dejen la esperanza de que algo de todo lo que prometen esta vez puede ser verdad.
(*) Periodista
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