sábado, 16 de septiembre de 2023

Voto por mí

 Por Carlos Ares (*)

Vamos a votar hechos polvo, con sed de justicia. Después de años tan secos, sin ver un espejismo de país posible, un oasis en el desierto, el cauce de los ojos se inunda con una riada de sentimientos líquidos. En el cruce de caras chispea el brillo de las miradas acuosas. Se llora, se vota, por uno mismo. Bajo el techito de silencio, entre las filas que aguardan el pase para entrarle al destino, repiquetean fuerte los corazones anhelantes. Los latidos tamborilean como gotas contra la chapa. Nos llovemos encima. De seguir así, no va a parar nunca.

La demora en la espera riega la ansiedad, aumenta el caudal del embalse. Una vez adentro, a solas, sin vergüenza, las gotas de deseos se precipitan en el hilo de la cascada. Derraman serenas, calladas. Sobrepasan el dique del párpado inferior que las contiene. Saltan al vacío, o se dejan caer. La huella húmeda se seca antes de ahogarse en un mar de lágrimas ya lloradas.

Es tan inocente el mensaje de un voto, tan conmovedora la bondad que lleva con él, tan ingenuo el ruego que susurra su oración, que aun cuando no haya ganado el candidato elegido, si los números indican que la voluntad mayoritaria coincide en la necesidad de cambiar, procurar algo mejor para todos, la emoción recarga el depósito de ilusión. Es el efecto sopapa, desagotador de drama, que tiene la democracia.

Quien atravesó la dictadura valora el voto como un principio de salud. Los nacidos, criados después, pueden reconocer todavía las marcas que dejó el navajazo. Cicatrices abiertas, fracturas expuestas, autoritarismo explícito, violencia desbocada, fascismo in pectore. Las huellas de sangre están ahí para quien quiera seguirlas hasta ver adónde conducen. Frente a tal derrumbe de la condición humana, votar, ejercer ese derecho aunque sea cada tanto, estremece, renueva la esperanza.

Las consecuencias de las elecciones que hemos hecho hasta ahora no dan como creerse genios del voto. Los que prometieron todo no lograron casi nada. Desde el menemismo, el poder real se mantiene en equilibrio bajo el control de “familias” empresariales, sindicales, judiciales. Cada una tiene la fuerza suficiente para intimidar a las otras con acciones criminales. Soborno, extorsión, aprietes, peajes, amenazas, bloqueos, matones, asesinato, narcos, operaciones montadas por los servicios de inteligencia.

El sistema funciona bajo reglas propias de la mafia. Llegado el momento de la campaña electoral, la tira de Moyanos, Lingeris, Barrionuevos, patrones de los trabajadores, Hugo Sigman, el señor de las vacunas, Eurnekian, el de los cielos de Milei, la televisión de Vila, del “consiglieri” Manzano al servicio de Massa, invierten en la campaña del candidato que garantiza la protección política de los negocios con el Estado. Financian viajes, encuestas, actos, carteles, caravanas, publicidad, videos, mensajes en redes sociales.

Cito a Borges: “Nadie es la patria, pero todos los somos”. En el momento de votar cada uno es la pieza de un juego de memoria que encaja con otros. Nadie es San Martín, Belgrano, Sarmiento, Alberdi, Roca, Leloir, Houssay, Milstein, Manzi, Cadícamo, Nelly Omar, Berni, Alonso, Cortázar, Sabato, María Elena Walsh, Fontanarrosa, Quino, Charly, Calamaro, Mercedes Sosa, Fangio, Messi, Ginóbili, Sandrini, Norma Aleandro, Alfedo Alcón, Darín, Hugo del Carril, Aristarain, Szifron, Campanella, pero todos lo somos.

Nadie es Troilo, Salgán, Goyeneche, Discepolo, Tita Merello, Piazzolla, Cerati, Páez, Tato Bores, Jaime Dávalos, Leguizamón, Castilla, Héctor Tizón, Julio Bocca, Martha Argerich, o Daniel Baremboin, pero todos lo somos. El orgullo por semejantes compatriotas no da tampoco como para sentirse ciudadanos de un país Gardel, pero cuando votamos ellos son la cultura que nos formatea, incluye, define, representa. Cada uno en la suya, como puede, ese día se pone la misma camiseta, suma figuritas para el álbum de la herencia, guarda un poco de tierra en maceta, aire de aquí paisano, fotos de risas, emociones, amores, adioses, abrazos, lo que hace que la vida acá valga la pena de ser vivida.

En fin, tanto lloriqueo para tratar de explicarme porqué voto por mí, no por Milei, menos por Massa.

(*) Periodista

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