Tom Waits
Por Renato Salas Peña (*)
Él culminaba el último trago del último bar californiano en el último verano que viajó con su padre entonando una mexicanada ranchera a ritmo ebrio y adolorido, es así que tras sus lecturas tan beatnicks, tan malditas y desesperadas: Bukowski, Kerouac, Ginsberg fue acolchonando las letras que caerían más tarde en esas melodías que se meneaban entre el blues borracho de las noches, el rock jipi de Woodstock, pero principalmente la melancolía que genera nuestra banda sonora familiar, cuando esta se llena de tristeza y se atrinchera de golpe en el corazón.
Tom Waits nació en la roja California dream hace un poco más de 70 años atrás, aunque al parecer su voz se extinguiría en alguna cantina de mala muerte, esta ha aprendido a sobrevivir hasta el día de hoy, que es considerada casi una voz de culto y forma parte de ese trajín que llamamos vida. Tras el divorcio de sus padres, que sincretizaron al alcoholizado irlandés con la recia vikinga en él, se dejó tocar por el sistema, esa primera debilidad y con su banda del secundario: The systems cantó las canciones de moda para salir huyendo de ellas al poco tiempo y adentrarse en Dylan, Armstrong y otros que sonarán en ese estado de desesperación.
Closing time, su primer trabajo del 73 cuando solo tenía 24 años y se embutía toda la ginebra de los locales en los que tocaba armando esa aurora de músico-poeta maldito que a esa edad nos cae tan bien, pero que supo equilibrar teloneando al genio de Zappa hasta que vio la luz su segundo trabajo: The heart of Saturday night, que nos abre las puertas a ese juglar que delira en sobredosis de alcohol y noches amanecidas, epopeyas de personajes callejeros que luchan sus propias cruzadas perdidas de antemano.
Ese pesimismo, esa derrota antes de jugar el partido, ese escepticismo, ese patético sobrevivir, esa encorvada actitud, esa tristeza que cae de bruces de pura tristeza, ese es el Waits que continuaría en discos como Nighthawks at the diner, Small change, Foreign affairs, que de cierta forma lo lleva a esa fama que no se busca pero se termina encontrando de casualidad en el último cigarro de la cajetilla o en el último sorbo de una cerveza caliente. Pero, las noches suelen ser dolorosas y siempre, pero siempre, por más maldito que se quiera ser, uno en el fondo del callejón persigue la felicidad o algo que se le asemeje.
Waits dejó Asylum y se unió a Coppola (una dupla que nació para unirse) y a la que será su compañera, letrista, regenta, terapeuta y cuidadora de excesos, Kathleen Brennan, una firma para su nueva casa disquera Island records y su primera entrega: Swordfishtrombones, en el 83, una rareza desde el título, ¿pez espada trombón?, y su contenido lleno de un nuevo Waits tratando de aprender al lado de esos nuevos instrumentos y experimentos musicales a rehacerse, a inventar una nueva forma de ser o no ser feliz.
Thomas Alan Waits se ha paseado por las escenografías del cine y del teatro, pero su mejor puesta en escena es él mismo, ese que endemoniado nos llena de tristeza positiva los días más cansados de vida y nos cobija en esa voz ardiente, poética, delirante, desgarradora, lejana, épica, alcoholizada, amigable, hermana, jodida, esa voz de los pobres que luchan por un mañana mejor.
(*) Lima-Perú 1971 - Docente universitario, Licenciado en Educación con especialidad en Lengua y Literatura, asimismo llevó una Maestría en Docencia a Nivel Superior y Gestión Educativa y actualmente un Doctorado en Humanidades.
© Agensur.info
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