sábado, 30 de septiembre de 2023

Sólo queda votar

 Por Carlos Ares (*)

El mozo era Milei. Tenía una expresión maléfica, ojos sanguinolientos, cejas diabólicas, baba en los dientes. La cuenta, señor, dijo. Miré el total. ¡No puede ser!, casi grité. Milei sonrió. Pedí hablar con el jefe. Se acercó Massa. Detrás, en la sombra, se recortó el fantasma de Barrionuevo. Milei le hizo reverencias como si fuera Messi. ¿Qué pasa?, preguntó el capo sindical gastronómico en tono de amenaza, ¿se resiste a poner el voto? No hay ningún error, observó Massa, hágase cargo, son veinte millones de pobres.

La serpiente de papel con el detalle de la consumición de personas se deslizaba delante de mis ojos. Podía leer causas, nombres, fechas, ver videos, recordar cada crimen. Contrabando de armas, los bolsos de López, el convento, el tráfico de efedrina, Aníbal Fernández, Báez, las propiedades de Daniel Muñoz, el testaferro de Néstor, los hoteles, los millones de dólares en cajas de seguridad, el juicio, la condena a Cristina por defraudar al Estado. El tendal de vidas en estado miserable que fueron dejando desde los años noventa se aceleraba hasta cantidades inconcebibles. Enrollada, apretando el cuello, la serpiente me asfixiaba.

Desperté en estado de pánico. Milei, Massa, Barrionuevo, seguían ahí. Sus voces salían de la radio. Se mezclaban con otras, Victoria Villarruel, Gerardo Martínez, el de la Uocra, exservicio de inteligencia de los militares. Llegaban como ecos de la dictadura. Negaban. Culpaban a otros. Salté de la cama. Abrí la ventana. Tragué aire a bocanadas. Me sentía débil, cansado como si hubiera salido a la superficie después de bracear durante cuarenta años desde el fondo del mar. ¿Cómo se llega a eso? A ser un tipo tan jodido que no le importa el daño, la consecuencia de lo que hace?, pensé.

Es tanta la impunidad que te asaltan los sueños, te cierran la boca, te dejan mudo, sin palabras. Si acaso tuvieras la oportunidad de hablar con alguno, no con los que roban para la corona, como dijo José Luis Manzano, exministro de Menem, ahora socio de Vila, promotores de Massa, no con los López, “Chocolate” Rigau, Báez, Jaime, De Vido, o Insaurralde, quien arregla un divorcio con 20 millones de dólares, sino con los que, además, quieren llevarse también el bronce de la historia, ¿qué decir?

Enterrados los muertos, con ellos los juicios que hubieran condenado a Menem, Néstor Kirchner, o el testa Muñoz, ¿a quién, de la tira de responsables sindicales, empresarios, políticos, quisieras tener mano a mano? Imaginá la escena. Media mañana, cola en la caja del Coto. La botella de medio litro Oliovita que no compraste ayer en el chino a 2.300 pesos porque te pareció demasiado, tampoco la llevás ahora, porque acá está a 4.300. Se te ve mover los labios. ¿Puteás? De pronto, un personaje bajo muestra los dientes en un afiche, en un video, repite consignas de campaña electoral, te distrae, te saca, ¿ese es Kicillof?

“Tarados” les dijo a los que se opusieron, o dudaban, por la forma en que se iba a meter mano a otra caja, la de YPF, como ya lo había hecho Boudou con las AFJP, también en Ciccone. Era viceministro de Economía. La jueza del caso, Loretta Preska, citó esa declaración en su sentencia sobre la demanda que hicieron los acreedores. Argentina fue condenada a pagar 16 mil millones de dólares. Ahora grita, se alza en puntas de pie para salir en la foto, culpa a los buitres, la sinarquía internacional, el imperio romano, los jueces de línea, el var. No renuncia, no pide licencia, no se presenta ante la Justicia para que se investigue si hubo mala praxis, o malversó fondos públicos.

Los defensores de “la patria” compiten en otra liga, la de los amorales. El poder no cambia a nadie, lo muestra. Ahora se ve quién es. ¿Qué sabe del afano a mansalva en la Legislatura de la Provincia que usted gobierna? Kicillof debería repetir salita roja en el jardín de infantes universitario para aprender a leer, hacer cuentas, respetar la ley. A la luz de su gestión pública, el grupito que integraba entonces, los “Tontos, pero no tanto”, resultaron “Inútiles, por mucho”.

Se creen los discursos con los que se invisten. No tienen remordimientos. No ven, no oyen, no sienten, no les duele.

Sólo queda votar.

(*) Periodista

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