martes, 19 de septiembre de 2023

Qué dolor, qué dolor, qué pena

A las novelas que muestran la crudeza de la guerra se 
les llama “antibélicas”, aunque no lleven sino la intención 
de contar una historia más o menos realista

 Imagen: Hugo Matania / Wellcome Collection

Por David Toscana

En el primer libro de Heródoto podemos leer la historia de Creso. Los oráculos le aseguran que “si emprende una guerra contra los persas, destruirá un gran imperio”. Se lanza a la invasión con gran codicia y resulta correcto el augurio, pues Creso acabó destruyendo su propio gran imperio.

Ya con la sumisión del derrotado, Creso le dice a Ciro: “Nadie es tan estúpido que prefiera la guerra a la paz, porque en la paz los hijos sepultan a los padres, mientras que en la guerra son los padres quienes sepultan a los hijos”.

Casandra dice en Las troyanas: “El hombre prudente debe evitar la guerra”, y tras la derrota de Troya, ha de agregar “pero si se topa con ella, es hermosa corona para su ciudad el morir con honor”. Es un bello parlamento el de Casandra. Ella sabe que los aqueos han ganado la guerra, ¿pero qué han ganado?, ya que han perdido miles de vidas por la rabia de un marido cornudo, mientras que los troyanos “morían inmolados por su patria, lo que constituye la más hermosa gloria”.

Las mujeres troyanas son sorteadas entre los aqueos. Botín de guerra. El clímax de la tragedia llega cuando deciden matar al hijo pequeño de Andrómaca. “Hay que arrojarlo desde los muros de Troya. Así va a suceder, muéstrate prudente”, le dicen a Andrómaca. “No te aferres a él, soporta con nobleza tus males y no imagines que, débil como eres, tienes fuerza.”

La guerra en la literatura suele ser muy distinta a la que encontramos en los libros de texto. A las novelas que muestran la crudeza de la guerra se les llama “antibélicas”, aunque no lleven sino la intención de contar una historia más o menos realista.

Sin novedad en el frente comienza con la felicidad de unos soldados que recibirán doble cuota de comida y cigarros. “Hay doble ración de salchicha y de pan. Esto va bien.” Pronto sabemos que no se debió a la generosidad prusiana, sino a un error, pues “se había preparado lo necesario para los ciento cincuenta hombres de nuestra compañía, pero la artillería inglesa hizo de las suyas sin parar, ametrallando nuestra posición sin tregua, y causándonos tantas bajas que solo regresamos ochenta hombres”. En México diríamos “menos burros, más olotes”, pero lo que salta a la vista en la novela de Remarque es el poco luto por los caídos y el gusto por el doble de Wurst und Brot. Salchichas y pan de muerto.

La novela no presenta una perorata antibélica al modo de Dalton Trumbo en Johnny cogió su fusil. Pero el mero testimonio de unos muchachos pudriéndose en las trincheras da a pensar mucho de lo que no está escrito. En algún momento, alguno de los personajes dice que “la guerra habría de ser una especie de fiesta popular, con taquillas a la entrada y música, como en las corridas de toros. Los ministros y generales de los dos países bajarían a la plaza en traje de baño, armados con estacas y que se dieran una buena paliza. El país cuyos generales y ministros sobreviviesen sería el vencedor. Esto sería más sencillo y todo iría mejor que ahora, cuando han de pelearse quienes son ajenos al asunto”.

Como crítica suena bien. Tal como ya es crítica el título de la novela Los generales duermen en sus camas, de Charles Yale Harrison; pero en la práctica caemos en un absurdo, pues no tengo duda de que el ministro de la defensa de Guatemala puede noquear al de Estados Unidos en el primer asalto, así como el de Uganda a la de Portugal. Siguiendo al personaje de Remarque, prefiero en México a un boxeador que a un estratega.

Y sin embargo se entiende bien lo que quiere decir: si la gente de arriba compartiera la suerte de los soldados, se lo pensarían dos veces. Los jefes de Estado suelen decidir sobre invasiones mientras gozan de un aparato de seguridad, en palacios acolchonados y comiendo como gourmants mientras sus soldados malduermen en el suelo y celebran su rebanada de pan viejo.

Sobre este asunto, el Johnny de Dalton Trumbo panfletea sin usar comas: “Seréis vosotros que nos empujáis a combatir que nos incitáis unos contra otros vosotros que pretendéis que un zapatero mate a otro zapatero que un hombre que trabaja mate a otro hombre que trabaja que un ser humano que sólo quiere vivir mate a otro ser humano que sólo quiere vivir. Recordadlo. Recordadlo vosotros que planeáis la guerra. Recordadlo vosotros los patriotas vosotros los feroces vosotros los propagandistas del odio vosotros los inventores de consignas. Recordad esto como lo único a recordar en vuestras vidas”.

Y lo dejo con todos los iberismos de la traducción para que se lea como un pésimo doblaje marca España.

La última batalla que contó con la presencia de los jefes de Estado fue la de Solferino. Por un lado estaba el emperador Francisco José, y por el otro estuvieron Napoleón III y Vittorio Emanuele II. Esta batalla la noveliza Joseph Roth en una de sus obras maestras: La marcha Radetzky. Los soldados comienzan tan contentos como los de Remarque. “Habían comido bien y se les había repartido aguardiente, en honor y a cuenta del emperador, quien desde el día anterior se hallaba en el frente.”

Remarque dice que no hay novedad en el frente, pero la novedad al otro lado de su trinchera era Henri Barbusse, escribiendo una maravillosa novela también sobre la suerte de los soldados. “La guerra es el cansancio aplastante, sobrenatural, es el agua a la altura del vientre, es el lodo y la mierda y la infame suciedad. Son los rostros mohosos y la carne rajada y los cadáveres que ya no parecen cadáveres, flotando en la tierra insaciable. Eso es, es esta infinita monotonía de miserias, rota por afiladas tragedias, eso es, y no la bayoneta que brilla como la plata, ni el canto del clarín cuando sale el sol”.

“La guerra”, decía Heráclito, “es el padre y el rey de todas las cosas; a unos los muestra como dioses y a otros como hombres, a unos los hace esclavos y a otros libres.” Elijo no estar de acuerdo con él, más con el corazón que con la razón; pero sí puedo decir que la guerra es el padre de literatura gloriosa. Si aqueos y troyanos no se hubieran matado entre sí, si no se hubiesen llevado a las mujeres vencidas como trofeo, si no hubiesen arrojado de la muralla al hijo de Andrómaca, ¿qué sería de nosotros?

© Letras Libres

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