Por Marcos Novaro |
Ser presidente argentino suele ser un oficio extremo, al que es muy difícil sobrevivir sin hacer papelones. Pero ser expresidente y no meter la pata puede que lo sea aún más.
Desde Hipólito Yrigoyen, pasando por Juan Perón hasta llegar a Cristina Kirchner, todos o casi todos nuestros expresidentes han querido volver al poder, volviendo locos a sus sucesores.
Lo intentaron porque sus constituciones se lo permitían, porque muchos de sus seguidores iniciales les siguieron siendo fieles, y también porque ellos mismos se enredaron en ensoñaciones que les habilitaban una segunda o tercera oportunidad, en que supuestamente iban a corregir todos los errores cometidos en las primeras.
Solo que en los casos en que lo lograron, y los tres casos mencionados lo ilustran muy bien, lo hicieron peor que la primera vez, dejando un tendal de costos enormes para el país. Y en el resto, como sucedió con Frondizi, Menem y algunos otros, el desorden que provocaron fue siempre mayor que cualquier nuevo aporte que pudieran hacer para la salud de la vida pública.
¿Aprendió algo de todo esto Mauricio Macri? Uno podría pensar que sí, porque finalmente, después de muchas vueltas, se resignó a no volver a candidatearse este año, dejó lugar para que otros crecieran. Pero puede que las apariencias engañen.
Macri siguió, pese a ese repliegue, o a través de ese repliegue, concibiéndose como el líder indiscutido y trascendente de su espacio y de su partido. El dueño de casi todas sus acciones y titular de sus decisiones. Y pretendió seguir moldeando la competencia electoral. Lo que hizo interviniendo de forma punitiva, sin medirse ni consultar a nadie, cuando algo lo disgustó o lo atrajo, contra buena parte de sus aliados radicales, contra Larreta, y con mayor regularidad aún a favor de Javier Milei.
Fomentó así choques virulentos contra sus adversarios internos, apostó a una improbable convergencia con el libertario, ignoró olímpicamente que sus coqueteos con él pudieran favorecer la migración de votos cambiemitas a su favor, y relativizó el rol de líder emergente de Patricia Bullrich, a quien supuestamente iban dirigidos sus mejores deseos. En suma, no se comportó en nada como un expresidente que va retirándose, aunque sea a regañadientes, sino como el gran titiritero detrás de escena.
El resultado quedó a la vista el 13 de agosto. JxC hizo la peor elección de su historia en esas PASO. En gran medida, debido precisamente a que la coalición se internó en una disputa destructiva, con dosis injustificadas de agresión entre los socios, que en la mayoría de los casos nacieron del sector macrista de la misma. Mientras ese mismo sector, en su irresponsable e inconducente coqueteo con los libertarios, apostaba a compartir con estos la “fuerza del cambio”. Idea que el mismo Macri consagraría, en la cúspide de la torpeza política, la noche del escrutinio.
¿Qué llevó a Macri a cometer tantos errores? ¿Inconscientemente quiso seguir siendo el hombre fuerte, el referente de todos, por encima de quienes terminaran siendo los candidatos o eventuales gobernantes? Es una forma de interpretarlo.
¿Es que encontró en Milei el tipo de personaje vanidoso, resentido y descontrolado que pensó que podría usar sin mayores problemas para ese cometido, y lo concibió como un dócil instrumento en sus manos más necesario que nunca, ahora que muchos se rebelaban en su contra en el PRO y en los demás partidos aliados de JxC por no poder él ya por sí mismo asegurar un triunfo electoral? ¿Vio en ese insolente y agresivo polemista al vindicador de su derrota personal en 2019? Es también probable.
Como sea, ahora enfrenta un problema, y es que no puede seguir haciendo su juego, mostrándose indiferente entre Patricia y Javier, porque entre estos comenzó una nueva disputa, que va abriendo grietas y multiplicando diferencias. El país, el gobierno y el futuro que nos espera si gana uno u otro serán muy distintos, no los “pequeños matices entre más o menos dinamita” con que soñaba Macri, así que no le va a quedar otra que fijar una posición.
¿Qué va a hacer entonces? Y más importante aún, ¿qué puede obligarlo a hacer su gente, la propia Bullrich, el PRO, el resto de JxC?
Al respecto parecen existir dos tesituras. La primera sugiere que lo más que se va a poder conseguir es que el expresidente no introduzca más ruido y confusiones, así que lo que convendría es que no hable, siga viajando por el mundo y se dedique a la FIFA y el bridge.
Pero Milei mismo se está ocupando de que esto no sea suficiente, porque sigue hablando maravillas de Mauricio, invitándolo a colaborar con él. A sabiendas de que cada vez que lo hace abre el canal por el que millones de votantes cambiemitas pasaron ya a sus filas, y otros cuantos pueden seguirlos.
Así que tal vez la única que les queda a los seguidores de Patricia, y esto es lo que sostiene la segunda tesitura, sea ponerse un poco más exigentes. Y tratar de lograr algún grado de reconocimiento del error, alguna corrección y una consecuente advertencia: Macri fue quien abrió esa puerta, por lo que es lógico que le corresponda cerrarla, tarde o temprano tendrá que reconocer que metió la pata, que Milei no era un simple y simpático compañero de ruta sino un factor de caos que podría, mal manejado, echar a perder el entero proyecto de cambio en que el PRO y JxC han venido trabajando hace tantos años.
Y que puede encima ofrecerle servicios invalorables al statu quo kirchnerista que compliquen aún más las cosas, como facilitar la reelección de Kicillof, desprestigiar a sus adversarios más desafiantes como si todos fueran parte de la misma “casta fracasada” y seguir legitimando el lenguaje de la virulencia y la descalificación, que tanto provecho le ha dado al actual oficialismo.
Dependerá del poder de convicción de Bullrich, pero también de la toma de conciencia del propio Macri que al menos algunas de estas muchas posibles formas de reparación se pongan en práctica. Después sí, tal vez pueda tener derecho, y convertirse en jarrón chino.
© TN
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