Guernica. Picasso lo pintó después del bombardeo al pueblo vasco.
Un hermoso día el de hoy. Ay, ¡qué bello día es hoy! Está para desatar nuestra tormenta. Que va a tronar por el dolor. ¿Se escucha la voz? Llega desde
alguno de esos otros mundos que están en éste. El Indio Solari canta “El tesoro de los inocentes”. Juegan a “primero yo”, y después a “también yo”, y a “las
migas para mí”. Cierran el juego. Saben que el tonto nunca puede oler al diablo, vida mía, ni si caga en su nariz. Aunque te sientas mal, si no hay amor que no haya nada entonces. Alma mía, no vas
a regatear. ¿No estaba todo dicho ahí? En esos temas escritos hace, ¿cuánto ya? Por Carlos Ares (*)
Tratando de que nadie se avive, las patitas en reversa, reculamos ahora en el vacío como dibujitos animados. Corriendo a la deriva, los ojos ciegos bien abiertos, nos fuimos al carajo. Abrazando el termo, cebando un mate en la trinchera del amanecer, asomamos un pan flauta como ofrenda de tostada en paz antes de alzar la cabeza, despacito, para espiar, entrecerrando los ojos, a ver qué nuevo drama pinta hoy. Jijiji, ríen a la distancia las caras de la desgracia. El pogo más grande del mundo va a detonar. Esos pibes son como bombas pequeñitas, avisó el Indio.
Azules fríos, grises destemplados, iluminadas por el fogonazo de un disparo, el resplandor de una llamarada, las madrugadas pincelan un cuadro sombrío. Nadie quiere más. Tampoco menos. El paisaje del Conurbano reproduce una copia trucha del “Guernica” que Picasso pintó en 1937, después que el pueblo vasco fuera arrasado por un bombardeo alemán durante la Guerra Civil española. En la desolación predomina un violeta fascista. Podría titularse: “Matanza”, sangre sobre barro, 2023.
El espejo de un país posible estalló. Estalló en fragmentos. Las esquirlas se hunden como puñales en la garganta, cortan la respiración. A la luz de una vela se ven pedacitos de personas. Pies descalzos. Ojos extraviados. Sombras en fila que escalan basurales. Carros al paso. Caballos descarnados. Perros ambulantes. Hijos desmayados en brazos de mujeres que claman al cielo. Destinos clavados como banderillas sobre la cerviz de toros bravos. El aire quieto huele a vida de mierda.
Acá, acá, gritan las imágenes de los saqueos. ¿Me ves? Acá, acá, piden los cuerpos mudos. ¿Me oís? El fibrón negro, de trazo grueso, bordea los dedos que teclean la crónica. Otro capítulo de la misma historia. La farsa que se repite como tragedia. El texto anuda al cierre un moño de seda en señal de duelo. Se imprime como una mano en la caverna. El efímero testimonio queda grabado sobre el muro de cristal líquido. Es una más en la infinita red de manos, de emojis con caritas tristes, que confirma: es verdad, fuimos inútiles.
Estaba escrito. El corazón de las tinieblas late en Tik Tok. El horror, el horror, zumba en los zócalos de la tele. Los pichiciegos dados por muertos salen de las cuevas. Se refriegan los ojos. Niegan la derrota. No a la tregua. Los siete millones de locos se reúnen en el Aleph a vivir el sueño de los héroes. Desorientados, circulan en los senderos que se bifurcan. Consagran a un rey por inconveniencia. Los lanzallamas le abren el paso a los muertos que reviven en las tumbas. Todos los fuegos, el fuego.
Desagotado, seco, boludo, gil, sin apuro, sentado, la espalda contra el tronco de un árbol, en un bar, mirando nada por la ventana, tirado en el sofá, pasando canales como si apretaras globitos en un protector de plástico con burbujas, ahí donde se cruza el límite del abandono, se deja de pensar, siempre aparece algo, una foto, un recuerdo, una canción. La memoria te sabe, acompaña, viene a decirte, tranquilo, así son las cosas, sólo se trata de vivir.
En 1940, cuando los nazis se instalaron en París, los alemanes caían sin aviso al estudio de Picasso para saber en qué andaba. El control de los servicios de inteligencia incluía obra, vida, relaciones con otros artistas, en particular con los judíos. Cuenta la leyenda que en una de esas visitas, el vigilante de turno se quedó mirando una postal que reproducía el “Guernica”. El tipo se sorprendió. “¿Esto lo hizo usted?”, preguntó. “No”, contestó Picasso, “esto lo hicieron ustedes”.
¿Quiénes fueron los ustedes que hicieron esto de nosotros?
(*) Periodista
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