martes, 5 de septiembre de 2023

El divorcio de la pasión y la razón

Sensaciones: Provoca entusiasmo en muchos y desconcierto y temor en otros tantos.

Por Sergio Sinay (*)

Las revoluciones nacen para terminar, de manera optimista y decidida, con un orden establecido. Y no se hacen revoluciones respetando las leyes y el orden contra el cual se combate. Esto dice el sociólogo y ensayista italiano Francesco Alberoni en su clásico ensayo Enamoramiento y amor. Quien encabeza una revolución, señala Alberoni, se presenta como un mesías que trae la buena nueva, el que cambiará el mundo conocido, pondrá alegría donde había dolor, esperanza en el desconsuelo y hará crecer nuevos brotes en la tierra seca y estéril. Quienes le creen, sus devotos, feligreses y seguidores, aunque el mesías se trate de una persona común, con tantos defectos como toda la gente, o aún más, tienen hacia él la misma actitud que un enamorado ante el sujeto de su amor. Es la persona con quien se disponen a vivir una experiencia extraordinaria.

Un 30% de quienes votaron en las recientes PASO, aquellos que eligieron a Javier Milei, parecen haber respondido, en el campo de la política, a esta descripción del ensayista italiano, a quien se deben también inspirados trabajos sobre los valores, la esperanza, la amistad, el optimismo y el erotismo. En ese estado cuasirrevolucionario, según lo pinta Alberoni, la razón tiene poco espacio y casi nada que hacer. Ha sido desplazada por la pura emocionalidad, y la pasión elemental. En El lenguaje de las emociones, uno de sus interesantes ensayos, el filósofo estadounidense Sam Keen apunta que la cultura de la modernidad nos seduce con la peligrosa ilusión de que todo se puede conseguir en un abrir y cerrar de ojos. Que no son necesarias la conciencia, la inteligencia, la escucha receptiva, el acceso a la realidad con los ojos abiertos y la responsabilidad para responder con presencia, con actitud y con acciones a las consecuencias que los actos propios generan en los demás.

Aunque se las suela considerar así, la razón y la pasión no son antagónicas. Se trata de atributos humanos que se potencian cuando se asocian. En caso contrario, la razón sin pasión produce conclusiones que, por muy certeras que resulten, terminan en la pasividad y la esterilidad. Por su parte, la pasión desprovista de la razón deviene impulso ciego, arrasador y a menudo destructivo. Son como un jinete sin caballo o un potro salvaje sin jinete, según el caso. El psicólogo cognitivista israelí Daniel Kahneman, ganador en 2002 del Premio Nobel de Economía por sus estudios sobre la incidencia del comportamiento en el acontecer económico, recuerda que los humanos somos seres emocionales que razonan. Es decir, capacitados para salir del estado emocional reactivo y básico (propio de nuestro antiquísimo cerebro reptílico) y acceder a la elaboración y gestión de las emociones (algo posible gracias al neocórtex, la capa más evolucionada del cerebro). Que en nuestra morfología estén dadas las condiciones para esta asociación entre jinete y caballo no significa que ésta inevitablemente se produzca. Kahneman señala dos sistemas de pensamiento. El Uno, impulsivo, reactivo, que toma cualquier información por verdadera sin chequearla. Y el Dos, que evalúa posibilidades e información, no responde al deseo ni al impulso, desmonta creencias e ilusiones, conecta con la realidad y sus condiciones. El Uno es inmediato y responde a urgencias. El Dos necesita tiempo, destila la información, elabora argumentos, descarta el optimismo irreflexivo. No es inmediato, hay que llegar a él.

El fenómeno Milei sigue provocando entusiasmo en muchos y desconcierto y temor en otros tantos, unos y otros (también los principales candidatos que se le oponen), aparecen como ejemplos de lo que ocurre cuando la pasión destierra a la razón para proponer futuros peligrosos o improbables, y cuando la razón no crea motivos para conmover y esperanzar a quienes necesitan creer en un porvenir posible. Cuando se retoma la idea de Alberoni sobre las revoluciones se puede observar que la mayoría de ellas, fueron eficaces para destruir un orden, pero no para crear uno nuevo y mejor. De modo que terminaron pareciéndose a lo viejo o aliándose con él.

(*) Escritor y periodista

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