Por Francisco Olivera
Se hace difícil encontrar en la historia reciente medidas electorales tan inflacionarias como las que viene tomando Sergio Massa. No tanto por la cantidad de pesos que el ministro ha decidido volcar a la calle, alrededor del 0,8% del PBI, como por la velocidad con que lo hace sin que exista otro modo de cubrirlos que la emisión monetaria.
Un informe del economista Fausto Spotorno indica que el último antecedente, el “plan platita” de 2021, orilló el 0,2% del producto, y el de 2019, de Macri, el 0,6%, pero que en ambos casos fueron aplicados durante plazos más largos. Lo más significativo se verá desde noviembre, cuando unos 700.000 contribuyentes cobren el salario de octubre sin impuesto a las ganancias y mejoras de hasta el 40% en el bolsillo.
Una bomba electoral. En la CGT celebran y agregan que ni Cristina Kirchner se animó a tanto. En 2015, durante la campaña en que el candidato era “el proyecto” –o Daniel Scioli para los no kirchneristas–, Hugo Moyano y otros compañeros fueron a proponerle a la presidenta una medida similar, que entonces habría alcanzado a unos 970.000 trabajadores. Pero ella no quiso y, ese año, según el informe de Spotorno, el estímulo apenas llegó al 0,2%. ¿La jefa del Estado no lo creyó necesario para ganar? ¿O pretendía ahorrarle a su eventual sucesor una herencia inflacionaria? Misterios que nunca serán develados.
Las decisiones de Massa envalentonan a varios en Unión por la Patria, pero asustan al establishment económico. Algunos empresarios alertan por primera vez con la palabra prohibida: “Nos deja en la cornisa de la hiperinflación”, advirtió anteayer Marcos Pereda, presidente del Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICyP), entidad integrada por empresarios de primera línea. La inquietud empezó a oírse también en la línea técnica del Banco Central, donde perturba más que nada la brecha cambiaria: ¿por cuánto tiempo podrá el Gobierno mantener el dólar oficial a 350 pesos con una inflación mensual de dos dígitos? Los números del ente monetario indican que los precios ya se comieron la competitividad de la última devaluación. El tipo de cambio multilateral, que se mide contra los países a los que la Argentina exporta, está 18% por debajo del nivel de aquel 14 de agosto. “No recuerdo un final de campaña con tanta gasolina tirada al fuego”, dijo a este diario un fabricante nacional.
La audacia con que el Gobierno redujo el impuesto a las ganancias tiene el sello de Massa. El catalán Antoni Gutiérrez Rubí, su asesor de campaña, apuntaría aquí que fue en realidad una propuesta que él venía haciéndole casi desde el cierre de listas, pero que el propio ministro la desoyó en su momento para no entorpecer el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Massa llegó a suponer que ese anuncio le agregaría vigor a su candidatura. Pero no ocurrió, y vino entonces la derrota del 13 de agosto, que cambió casi todo, hasta la influencia de Gutiérrez Rubí, relegado de ahí en adelante a trabajar más lejos de quien toma las decisiones, Malena Galmarini. Es decir, todavía en el mismo edificio, en Mitre al 300, pero no ya en “el piso de Malena”, como llaman los militantes a esas instalaciones que la presidenta de AySA delimitó con paredes de durlock. La estrategia está ahora en manos de los publicistas Dante Rodríguez y Dino Teson.
En el peronismo sienten que, ahora sí, sin el FMI de vigía y con Cristina Kirchner en silencio, Massa es un verdadero candidato. “No sería conveniente que ella apareciera”, dijo un peronista que teme por lo que la vicepresidenta pueda decir hoy en la presentación de un libro en la universidad de Víctor Santa María. ¿Cumplirá la promesa que Massa dice haberle oído, la de recluirse en El Calafate? El título de la charla invita a descreer: “De castas, herencias, derrumbes y futuro”. En Unión por la Patria esperan que al menos no afecte al candidato. No quisieran que echara a perder una recuperación en las encuestas que, proyectan, terminará de consolidar la rebaja en Ganancias. Esa medida es medular. “Yo sé que es populista, pero hoy se trata de ganar o ganar”, se sinceró el secretario general de un sindicato.
El desafío es grande. Deben conseguir que parte de quienes no fueron a votar –entre ellos, muchos afiliados al PJ–, decida esta vez hacerlo y con la boleta de Massa. Un trabajo del politólogo Ignacio Labaqui muestra que no sería imposible. Hay apenas 633.202 votos que separan a La Libertad Avanza, ganador en agosto, del que salió tercero, Unión por la Patria, y quedan disponibles 744.484 que votaron a fuerzas que no superaron las primarias. Solo con que la participación subiera en octubre 5 puntos serían 1.769.721 más. De ahí el optimismo. Los primeros sondeos de intendentes del conurbano dicen que Massa todavía perdería el ballottage frente a Milei, pero por diez puntos, y que hace veinte días la diferencia era de 30. “Si Sergio llega a ganar, hay massismo por diez años”, se envalentonó uno de los organizadores del último acto en Tucumán.
La jugada de Massa fue además a varias bandas. Le provocó a Juntos por el Cambio, por ejemplo, un dilema y una fractura de los que no se pudo aún reponer. ¿Conviene votar un proyecto que podría desencadenar una hiperinflación o, por el contrario, habrá que rechazarlo y aguar la ilusión de 700.000 asalariados?, se preguntan todavía algunos opositores.
La rebaja en Ganancias tiene también la impronta del tiempo anticasta: la mayoría de los contribuyentes sienten que está recuperando una parte que le corresponde y que el Estado le venía sacando. La sesión de la Cámara de Diputados, donde Juntos por el Cambio votó en contra, ahondó además la tensión entre Macri y los radicales que dieron quorum. “Populismo contagioso”, lo definió el expresidente.
Milei, en cambio, votó a favor con el argumento de que la carga tributaria será siempre “un robo”. En su espacio citan al respecto a Milton Friedman: “Estoy a favor de recortar los impuestos bajo cualquier circunstancia y con cualquier excusa, por cualquier razón, siempre que sea posible, porque yo creo que el gran problema no son los impuestos: el gran problema es lo que se gasta”, decía el premio Nobel. Pero al proyecto le falta esa parte: no solo no contempla bajar el gasto para ser viable sino, al contrario, según difundió el diputado Mario Negri, incluye un billón de pesos en concepto de Ganancias, como si el impuesto quedara intacto en 2024. Prat-Gay aprovechó la incoherencia para burlarse en Twitter: “Nunca dura más que una semana la palabra de Massa. Le hace al Congreso lo mismo que al FMI: firma lo que de antemano no va a cumplir”, publicó.
Lo más difícil sigue entonces pendiente. La Argentina no volverá a despegar con semejante nivel de gasto. Y la aventura de Massa indica antes que nada que su horizonte no va más allá de diciembre. ¿Podrán hacerlo Milei o Patricia Bullrich? ¿O todos esperan que una híper vuelva a resolver, vía licuación, al menos la parte del problema que no está indexada?
El líder libertario insinuó en el Congreso esa hipótesis cuando contestó con ironía a las objeciones que Juntos por el Cambio le hacía por su voto a favor. “¡Vamos, todavía, más rápido los vamos a sacar!”, dijo.
Como si la rebaja en Ganancias pudiera acelerar la crisis del modo en que Guido Di Tella lo hizo en 1989, sobre el final del gobierno de Alfonsín. Consultado sobre si la futura administración tendría un dólar alto, el entonces futuro ministro de Menem contestó “recontraalto”, y eso bastó para convencer a las cerealeras de no liquidar un solo dólar hasta que asumió el riojano.
En el bosque incendiado la motosierra es un detalle.
© La Nación
0 comments :
Publicar un comentario