sábado, 12 de agosto de 2023

Un momento de claridad

 Por James Neilson

Como estudiantes que temen reprobar un examen del que dependerá su futuro, todos los políticos profesionales están rezando para que los resultados de las PASO del domingo les digan que, a diferencia de sus rivales, ellos sí entendían lo que pasaba por la mente colectiva nacional, provincial o municipal. A muchos les gustaría contar con algo más que su propio instinto, pero no han podido confiar en los datos que les suministran encuestadores contratados que procuran satisfacer a sus clientes entregándoles números que los complacerán, o en los grupos de enfoque que, según parece, suelen informarles que quienes aventuran opiniones a menudo dicen sentirse como víctimas de una catástrofe que les es incomprensible. Es como si el electorado estuviera envuelto en una capa de niebla tan espesa que a los políticos les cuesta ubicarlo.

Muchos están preguntándose si la sociedad ha cambiado tanto como, en vista de lo que ha sucedido en los años últimos, sería lógico suponer. Los hay que se han convencido de que la mayoría quiere romper con un pasado que se ha llenado de fracasos y que por lo tanto estará dispuesta a pagar todos los costos que les exigiría una transformación radical. Si tienen razón quienes piensan así, funcionaría una política de choque que comenzara con un paquete de medidas apropiadas para un país que acababa de sufrir un inmenso desastre natural pero que mantenía intacta una cultura de trabajo que le permitiría recuperarse con rapidez, como en efecto hicieron Alemania y el Japón para salir de los escombros dejados por la Segunda Guerra Mundial.  

Pero, claro está, por ahora no sirve para mucho comparar la situación en que se encuentra la Argentina con la de países arruinados por una guerra. Si es víctima de algo, es de una extraña enfermedad degenerativa de origen político y social que, andando el tiempo, la inmovilizaría al privarla del uso de sus facultades. No sorprende, pues, que a pesar de todo lo ocurrido, buena parte de la población siga negándose a abandonar su fe en dirigentes por lo común escandalosamente corruptos que se las han arreglado para depauperar al país en una época en que casi todos las demás, incluyendo a sus vecinos, han logrado progresar. Casi sin darse cuenta de lo que le ocurría, la Argentina, que una vez era por lejos el país más próspero y pujante de América latina, ya va a la zaga de Uruguay y Chile. A menos que cambie pronto, no tardará en verse superada por Paraguay.

Además de resolver algunas cuestiones puntuales importantes, como las relacionadas con las internas de Juntos por el Cambio, las PASO revelarán si es posible que estén en lo cierto quienes aseguran que el país está por consignar al basurero de la historia al peronismo o si es que el movimiento tradicionalmente hegemónico ha conservado buena parte de su poder de atracción.

Los dos asuntos están íntimamente relacionados. Mientras que Patricia Bullrich apuesta todo a que la mayoría quiera o, por lo menos, esté dispuesta a aceptar un programa de reformas estructurales drásticas, su contrincante, Horacio Rodríguez Larreta, cree que a menos que el próximo gobierno tenga muchísimas patas peronistas, no le sería dado sobrevivir por mucho tiempo. Como señala, “todo requiere leyes en el Congreso y se vota por mayoría”.

De más está decir que ambos planteos entrañan riesgos. Para prosperar, el giro copernicano propuesto por Bullrich y Mauricio Macri tendría que superar no sólo la resistencia previsiblemente violenta de los kirchneristas más fanatizados y sus compañeros de ruta, sino también la oposición pacífica pero a la larga igualmente eficaz de un sinnúmero de empresarios, sindicalistas y burócratas que se aferrarán a los privilegios corporativos que consideran derechos adquiridos y que en muchos casos están consagrados por ley.

Rodríguez Larreta cree que la mejor forma de desarmar a los defensores del “modelo” existente consistirá en incorporarlos a sus propias huestes con la esperanza de que la falta de alternativas los obligue a apoyar las reformas que serán necesarias para que la economía comience nuevamente a crecer. Por razones evidentes, el esquema así supuesto motiva escepticismo entre los convencidos de que el gobierno resultante sería aún más “gradualista” que el de Macri. Asimismo, la imagen pública del alcalde porteño, la de un buen administrador que siempre está dispuesto a ceder a fin de conseguir una parte de lo que se propone, dista de ser la más apropiada para un político que aspira a salvar de la autodestrucción a un país que ha caído en bancarrota y que tiene que optar entre resignarse a un destino que sería trágico para decenas de millones de personas por un lado y, por el otro, esforzarse muchísimo para salir del pantano viscoso en que está hundiéndose.

Si no fuera por la impresión difundida de que sea un dirigente débil y nada carismático de mentalidad conformista, cuando no peronista, Rodríguez Larreta ya tendría asegurado un triunfo indiscutible en la interna de Juntos por el Cambio y, meses más tarde, en las elecciones presidenciales. Hace un año, pareció que para él se trataría de nada más que un trámite, pero las dudas acerca de su fortaleza anímica han sido aprovechadas con habilidad por Bullrich cuya campaña se ha basado en el coraje cívico que, a juicio de sus simpatizantes, es su característica más notable.

Sea como fuere, aunque las PASO nos suministren un instante de claridad, la niebla pronto volverá, ya que nadie ignora que mucho podría cambiar antes de que, por fin, se celebren las elecciones definitivas en octubre o, si hay ballottage, en noviembre, después de lo cual, por un rato, el país quedará libre del proselitismo febril que ha mantenido plenamente ocupados a los integrantes de la clase política y que con toda probabilidad se intensifique en los meses venideros.

El miedo a las reformas, que convive con la conciencia de que el país tendrá que desviarse de la ruta que eligió tomar décadas atrás y que lo ha llevado al borde de un precipicio escarpado, enfrenta al electorado con problemas que los políticos mismos, hombres y mujeres que juran tener soluciones para todas las dificultades, parecen incapaces de entender muy bien.

No se trata de un detalle menor. Para que la democracia funcione como es debido, es necesario que el grueso de la ciudadanía confíe en que sus representantes elegidos sean personas honestas que antepondrán el bienestar de la comunidad a sus intereses particulares, pero en la Argentina, aún más que en otros países de cultura occidental, ya escasean los que piensan que son así. ¿Perderá fuerza tal actitud en las semanas que tendrán que transcurrir antes de que el futuro político inmediato se haga menos incierto? Es posible, pero también lo es que de resultas del escepticismo de un sector muy amplio, el gobierno que emerja del prolongado proceso electoral carezca del apoyo firme que precisaría para hacer mucho más que concentrarse en prolongar su propia vida.

Mucho dependerá del impacto económico de los resultados de las PASO. Si Sergio Massa sale malherido sin que Juan Grabois hiciera una buena elección, los mercados podrían celebrarlo, tomándolo por evidencia de que la mayoría había dado la espalda al voluntarismo caprichoso kirchnerista, pero también podrían reaccionar con pánico por entender que el gobierno había perdido toda su capacidad para manejar la economía. En cambio, un resultado promisorio desde el punto de vista de Massa, daría lugar a cierto optimismo en cuanto al corto plazo pero mucho pesimismo frente al largo, ya que significaría que Juntos por el Cambio no tendría asegurada la victoria aplastante que necesitaría para gobernar con eficacia si gana en octubre o noviembre.

El que a esta altura sea por lo menos factible que termine perdiendo el candidato o candidata de una coalición opositora amplísima, que incluye a neoliberales, centristas, radicales que en otras latitudes serían izquierdistas socialdemócratas y peronistas “republicanos”, es de por sí desconcertante. Después de todo, no es que quienes han permanecido leales al oficialismo tienen muchos motivos para creerlo capaz de protegerlos contra los rigores de los ajustes por venir. Parecería que para los muchos que votarán a Unión por la Patria, es decir a Massa o a Grabois, lo único que importa es “el relato” y que por lo tanto hacen suya una variante actualizada del eslogan del los gladiadores romanos que ante el emperador coreaban “morituri te salutant”, o sea, “los que van a morir te saludan”, puesto que no pueden sino entender que, de triunfar Massa, les aguardarían años sumamente difíciles.

Desde hace meses, los dirigentes de Juntos por el Cambio son conscientes de que la interna a veces virulenta que protagonizaban Rodríguez Larreta y Bullrich los ha perjudicado. Esperan que, superadas las PASO, les sea dado cerrar filas y felicitarse por haberlo hecho. Así y todo, no les será fácil recuperar la imagen de unidad que quisieran proyectar aunque sólo fuera porque muchos ciudadanos de a pie propenden a considerar perniciosos los conflictos que son propios del sistema democrático. Acaso hubiera sido mejor que celebraran sus elecciones internas meses antes de las PASO, ahorrándose de tal manera la pérdida de autoridad que les ha supuesto respetar a rajatabla el calendario electoral oficial que, por cierto, no ha contribuido en nada positivo al país.   

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