Por Sergio Suppo
Un terremoto sigue a otro en la semana más dramática del gobierno que se va. Y ninguno de esos notables impactos cesaron; por el contrario, se han ido acentuando en un rumbo acelerado de final incierto.
El triunfo de Javier Milei es ahora más significativo que la corta como inesperada ventaja que obtuvo sobre los candidatos de Juntos por el Cambio y del peronismo kirchnerista.
La aceleración inflacionaria que siguió a la comprometida devaluación del lunes agigantó la precariedad de la gestión del Gobierno y de su principal protagonista y a la vez candidato, Sergio Massa.
Un efecto contagio del éxito de Milei pareciera estar sumándole votos para la primera vuelta del lejano 22 de octubre. Pero nada es definitivo en medio de un tembladeral inflacionario.
Mientras se rompía el silencio vergonzante de los adherentes a Milei, se desataba una ola de orgullo procedente de la misma ciudadanía de a pie que lo eligió como respuesta a una añeja acumulación de frustraciones y hartazgos. Milei es ahora un intocable para esa feligresía nueva y diversa, que compró al candidato primero como un látigo y ahora como garantía de una transformación radical de las estructuras políticas y económicas del país. El libertario tiene ahora por delante el desafío de mantener y ampliar el resultado.
El triunfo que sorprendió hasta a sus propios votantes derrumbó el lógico corrimiento del poder de un oficialismo que fracasó hacia una oposición revivida por el derrumbe de su rival.
Un tercio del electorado saltó por sobre el sistema de suma cero de las dos grandes coaliciones que sucedieron en la Argentina al bipartidismo.
Milei primero fue llamativo por su estilo y sus modales entre el rock y la violencia verbal; luego encontró que ir contra todo el sistema le abría una enorme oportunidad. Después apuntó al dolor más añejo y peor tratado: la inflación. Diagnosticó que su origen está en el déficit fiscal y recetó como fulminante solución la eliminación del peso y su reemplazo por el dólar.
En esa opción entre el blanco y el negro, entre el peso y el dólar, entre él como nuevo representante de los argentinos comunes y “la casta”, hay un planteo político maniqueo que se convirtió en un canal de esperanza para millones de votantes que salieron de las estructuras políticas tradicionales.
Los números muestran que Milei penetró en partes similares en todos los niveles sociales. Sus votos desmienten viejos prejuicios y resumen un hartazgo capaz de romperlos. Alguien que se ubica en el liberalismo más extremo y dogmático se revela como representante tanto de adultos marginados como de jóvenes de clase media alta.
Milei tiene éxito hablando a contracorriente y los votos lo pusieron más agresivo. “Puedo asumir mañana”, dijo a dos días de ser el más votado en las primarias, con un largo camino electoral por delante. La timidez no es lo suyo. Sus votantes celebran que proponga suprimir la ayuda estatal a la ciencia, reemplazar la gestión pública de la educación por un reparto de vouchers a los alumnos para pagar sus escuelas, y desregular la tenencia de armas.
Viene ganando la batalla cultural denunciando el Estado como el problema, en una reversión del viejo discurso populista que presenta a lo público como lo único posible. Un electorado que no repara en aspectos inquietantes de su personalidad e ideas le celebra los gruñidos mezclados con citas de autores de la academia liberal.
En esa recolección de nuevos votos produjo dos fenómenos: acentuó la derrota del peronismo, que en la suma de los antitéticos Sergio Massa y Juan Grabois quedó por debajo de la escasa marca de los treinta puntos porcentuales. Y, a la vez, borró la certidumbre de que Juntos por el Cambio sería el principal beneficiario de la caída del oficialismo, tal como ya había quedado expuesto hace dos años en las elecciones parlamentarias de medio término.
En el camino, entabló una relación con Mauricio Macri que incluye inquietantes interrogantes por ahora sin respuesta.
El resultado de la primaria de Cambiemos es otro dato de la tendencia política que registró la foto de las PASO. El triunfo de la dura Patricia Bullrich sobre el conciliador Horacio Rodríguez Larreta registra la misma lógica que la proyección de Milei, aunque lo ubica un escalón de intensidad más abajo.
Bullrich y la coalición que representa como candidata presidencial todavía no salen del fuerte impacto simbólico que tiene haber sido desplazado del lugar de alternativa natural para suceder al peronismo.
¿Dónde iría a buscar votos ahora Bullrich sino entre los adherentes que cree haberle prestado a Milei? Hay otras fuentes de apoyo para la exministra, como que haya una mayor participación, la apelación a un voto útil y garantizar que ni un voto de Larreta deje de acompañarla. Nada es tan perentorio para Juntos por el Cambio como afrontar la difícil tarea de evitar que Milei obtenga más de lo que ya le sustrajo el domingo: el rol de alternativa natural al peronismo.
Mucho más difícil, próximo a lo imposible, es remontar para Sergio Massa, golpeado por las elecciones y autodestruido por la obligada devaluación que avivó una ola inflacionaria que repuso viejas imágenes de horror.
Nada quedó más al descubierto entre el domingo y el lunes como el hecho de que el gobierno empieza a ser una ausencia. La audacia de Massa, que se metió a ministro con aires de buscador de fondos, chocó en un mundo renuente a seguir proveyendo parches financieros. Una peligrosa aceleración del rechazo al peso siguió a la devaluación del lunes y una corrida hacia el dólar libre agitó una incertidumbre que puede agigantar la miseria electoral del mismo Massa, y de todos nosotros.
Serpentea, insinuante, la turbulenta sensación de un final lleno de penurias para los argentinos en esta, la última versión del peronismo.
© La Nación
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