Por Tomás Abraham (*) |
1.No existe la casta política. Si fuera cierta su existencia, no menos cierta es la realidad de la casta económica. Para quienes les gusta emplear la palabra “casta”, desde mi punto de vista quien mejor la comprendió es el exsecretario de Trabajo del gobierno de Bill Clinton, Robert Reich, quien consideraba que la sociedad que se configura en el presente y en el próximo futuro se compone de un sistema de castas con poca, o ninguna movilidad social integrada por tres niveles: los analistas simbólicos, los servicios rutinarios de producción y los servicios personales.
En esta sociedad llamada de conocimiento, están los que saben, los que cumplen y los que sirven. Quienes manejan algoritmos, los que fichan a horario y quienes facilitan y hacen la vida más agradable a los primeros, desde el coach de lo que venga a masajistas. Un platonismo mercantil de una nueva república en la que nuevamente la Justicia se define por la asignación definitiva de lugares y funciones para sus correspondientes ocupantes.
Pero no hay casta política, hay poderes y poderosos. ¿Por qué en lugar de hablar de casta política no se habla de Círculo Rojo o del fantasmático mercado?
¿Y si desempolvamos viejos libros y volvemos a hablar de clases sociales? ¿Hace falta que Thomas Piketty nos recuerde que en nuestra sociedad el capital se lleva una porción cada vez mayor de la plusvalía total, y que la presencia en el mercado mundial de la China y ahora de la India han degradado los ingresos y los derechos de la clase trabajadora de los países que deben enfrentar niveles de competitividad y productividad de un capitalismo salvaje?
Milei y los suyos no se inspiran como lo declaman en el ordoliberalismo, ni en la escuela austríaca de economía, sino en el modo en que opera el capitalismo salvaje. Les fascina ese capitalismo desregulado, que incluso en su salvajismo en lo que concierne a derechos laborales, seguridad social, salud y educación, en cuanto ve peligrar sus cimientos financieros interviene en el mercado de un modo perentorio con la emisión de billetes, de bonos, créditos blandos, subsidios a tarifas, medidas proteccionistas, ayuda a jefes y jefas de hogar, estímulo y protección a sus corporaciones, sin olvidar intervenciones militares y guerras que benefician a aquel complejo militar e industrial que los mismos jerarcas de los EE.UU. como Dwight Eisenhower denunciaron hace seis décadas.
¿Socialismo? ¿El peligro socialista? No sean ridículos. Milei no tiene ningún plan de gobernabilidad. Pretende incendiar todo. Lo más probable si gana las elecciones es que rocíe a los argentinos con querosén, prenda un fósforo y se vaya, a los gritos e insultos, como siempre. Su prédica no es más que un eco de viejas frases que repetían que esto se arregla con un paredón y un par de metralletas.
Anuncia dolarizar y rinde homenaje a los tiempos de Menem y Cavallo para encantarnos con la plata dulce que culminó en el 2001 y los patacones, y con Martínez de Hoz y su propia dulzura de dólares baratos en un proceso que para salvar la ropa, termina en la guerra de Malvinas.
2. ¿Liberal? La palabra liberal en la Argentina nada tiene que ver con su procedencia británica de defensa de los derechos individuales frente al despotismo de un monarca, sino con un aristocratismo racista que a mediados del siglo XIX pedía que nos invadieran ingleses y franceses (a pesar de Juan Bautista Alberdi, un patriota bastardeado por los líderes de la Libertad Avanza, que denunciaba esa maniobra y apoyaba la resistencia de las fuerzas de la Confederación), un liberalismo que dictaminó con golpes de Estado que el pueblo argentino no merecía la democracia porque no estaba maduro para disfrutarla, que inventó el fraude patriótico, proscribió el irigoyenismo y el peronismo, un liberalismo –que con muy pocas, pero notables excepciones– se asoció a las dictaduras y adhirió al terrorismo de Estado.
Los de Milei dicen “liberal” como si este uso casero de la palabra ya de por sí los autorizara a ejercer el poder y a justificarse a sí mismos en nombre de la libertad. Thomas Jefferson, padre fundador de la democracia norteamericana, legó esas palabras que se erigieron como columnas civilizatorias de las sociedades occidentales: libertad, igualdad, propiedad, felicidad. Los de Milei pretenden quedarse con la propiedad en medio de tierra arrasada.
¿Liberales? Honrar a Ludwig von Mises, gurú liberal, como hace Milei ante los atónitos periodistas o lanzar una catarata de palabras de la visión de su maestro que interpreta la economía como cataláctica y ciencia de la acción humana cuyos protagonistas son el empresario creativo y el consumidor libre, invocar en su nombre una concepción por la que el Estado que asiste con planes sociales es un señor feudal que otorga una gracia como una limosna y convierte a los pobres en mendigos, esta imagen del Yes you can del Tío Sam, requiere un análisis que lo dejaremos para nunca. No es por esta impostura seudoerudita de un socratismo revisteril que sentencia: "sólo sé que todo lo sé", en especial de doctrinas inútiles para el quehacer político, no es por eso que nos olvidamos de algunas cosas.
Larga historia ésta de los llamados liberales. Álvaro Alsogaray, ícono liberal, introductor en nuestro país de la economía social de mercado, modelo económico del milagro alemán vinculado doctrinariamente a la abusada escuela austríaca de economía, resumió aquella experiencia con dos frases: hay que pasar el invierno, era una, ajústense los cinturones, la otra.
Pero el milagro alemán fue una experiencia nada milagrosa ni tan liberal. Exigía que hubiera un poderoso Banco Central, sindicatos fuertes y organizados, cámaras empresarias activas, negociaciones y convenios salariales que llegaran a acuerdos en cuanto a condiciones de trabajo y salarios mínimos, protección del medio ambiente, y una política económica que alentara la competencia a la vez que estuviera atenta al bienestar general y a la satisfacción de las necesidades básicas, tal como lo estipulaba la democracia cristiana de Konrad Adenauer y tiempo después la socialdemocracia de Willy Brandt.
Sin olvidar que el milagro alemán tuvo el doble paraguas de una ocupación militar que anulaba la soberanía del Estado, y de un plan Marshall. Pero a Milei no le interesa el modelo alemán demasiado organizado sino la ley de la jungla.
3. Sin embargo, hay que leer la letra chica, es decir, la plataforma política y programática de La Libertad Avanza o Avanza Libertad. Tiene cincuenta y dos páginas. Todos los temas están ahí. No esconden nada. Hay problemas que todos conocen cuyas soluciones son opinables. Las propuestas no pueden reducirse a un blanco o negro, ni necesariamente provocan espanto salvo en mentes púberes. Abren un debate necesario.
Milei y los suyos tienen un modelo de país, un modelo completo, saturado in extenso. Ese país no es el nuestro, es otro. Ellos quieren otro país, y dicen que lo van a hacer, y aseguran que lo harán con la gente. Aunque no toda, me parece. Quieren despedir a un millón y medio de empleados públicos de un modo gradual y sostenido, borrar del mapa a las obras sociales con los que el movimiento sindical debería desaparecer con sus hoteles, campus y sanatorios, terminar con las jubilaciones no contributivas, dejar de indexar a las jubilaciones existentes para acabar con la injusticia generacional por la que los jóvenes se sacrifican en bienestar de los viejos, arancelar a las universidades públicas, terminar con los planes sociales de a poco, pero bastante rápido, dosificar la AUH en perjuicio de lo que llaman maternidad irresponsable, tener para los sin trabajo un seguro de desocupación que caduca a los dos o tres años con un monto decreciente hasta su nulidad, luego a los comedores comunitarios y a la ayuda familiar. Eliminar el derecho de huelga para el servicio público como la educación y la salud, como también sancionar con multas y prisión a los dirigentes sindicales que hagan una huelga salvaje. Bajar la imputabilidad de penas por delitos a los catorce años y premiar a los padres o eximirlos de las multas por la responsabilidad en la conducta de sus hijos si los denuncian ante las autoridades competentes. Terminar con las indemnizaciones por justa causa. Reducir las posibilidades de gratuidad en los hospitales públicos porque dicen que hay un abuso de demanda de salud gratuita y reducir los gastos de las prepagas mediante la eliminación drástica del mantenimiento en vida de los enfermos terminales. Dejar de lado de una buena vez la coparticipación federal, que autoriza la falta de control en los gastos de las provincias e implementar la soberanía tributaria con la correspondiente autonomía financiera de cada región. Favorecer la inmigración de capital humano altamente calificado y trabar en lo posible aquella que solo quiere aprovecharse de nuestras ventajas en salud y educación gratuitas. En materia de narcotráfico pedir la intervención de la DEA y de otros organismos de los EE.UU. Y, para no extenderme demasiado, anular el arancel externo del Mercosur y llegar a acuerdos bilaterales con quien nos convenga.
Pero para comenzar es necesario medidas de base como el fin del cepo, llegar a un dólar competitivo y al superávit fiscal en corto tiempo, apertura del comercio exterior, aranceles cero para las importaciones, eliminación de las retenciones con la salvedad de alguna renta extraordinaria que será gravada y destinada a un fondo anticíclico.
En definitiva, un nuevo país fundado en territorio virgen, sin ninguna hipótesis de conflicto. Con razón Milei cita a su Alberdi de bolsillo que decía gobernar es poblar en un país que consideraba un desierto, con la salvedad de que en casi doscientos años hay una historia y un presente. Borrarlos no será sencillo.
A pesar de este trabajo programático que no hace más que copiar tantos otros de la alternativa llamada republicana o liberal y que recoge los dichos y redichos de los medios informativos de los canales opositores, considero que Milei es un hombre peligroso. Se aprovecha del desencanto y de la irritación general. Se presenta como un paria bizarro que divierte a ciertos jóvenes cuando en realidad, representa a los sectores más conservadores del establishment económico. Ahora, seguramente sus asesores Chicago Boys tratarán de hacerlo más comestible para el mercado que no quiere una aventura con final incierto.
Y si por azar el territorio a conquistar se descubre poblado y disconforme con sus medidas, por los probables conflictos con Brasil, México y Bolivia, por ejemplo, con la CGT, la CTA, los movimientos sociales, los jubilados, los docentes, las pymes destruidas por la apertura indiscriminada de la importación, los diputados y senadores, por los sensibles ante la presencia de los servicios y aparatos represores de los EE.UU., por los chinos, por países árabes ante su devoción por el Israel fundamentalista y militarizado de Netanyahu, con la Iglesia Católica (dice que el papa Francisco es comunista), por la resistencia y rebelión de gobernadores e intendentes ante la restricción presupuestaria, conflictos consigo mismo ante la probable realidad de que no lluevan ni los dólares ni las inversiones para comenzar su obra maestra, entonces, convocará a sucesivos referéndums, y en caso de no ser vinculantes, gobernará por decreto, y si eso tampoco alcanza, volverá al lugar del que provino. Misterio. Dicen que descendió del cielo y aterrizó como Jorge Newbery en Aeroparque 2000.
Por ahora Milei se presenta con una atmósfera rockera en la que oficia de “rolinga”, como en una entrevista al día siguiente de las elecciones en las que tenía un fondo de pantalla con los Rolling Stones y Mick bailando con frenesí. A eso lo llaman nueva política, pero creo que ya tuvimos suficiente con la banda musical de Boudou, y el perro Dylan acompañando a su amo, nuestro Presidente, mientras con guitarra en mano nos entonaba La Balsa.
(*) Profesor emérito de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires
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