sábado, 5 de agosto de 2023

Massa es la claudicación del relato


Por Héctor M. Guyot

Hay un clima de cambio de época. Algo languidece, aunque no sabemos hasta qué punto se extinguirá. Por otro lado, el vacío resultante será ocupado por otra cosa que todavía no tiene contornos definidos. Estamos ante unas elecciones que acaso sean las más dramáticas desde la vuelta de la democracia, con un país en la lona y una sociedad muy golpeada, pero paradójicamente estos comicios se presentan como los más inciertos en mucho tiempo. Estamos perdidos y en estas elecciones nos jugamos la posibilidad de encontrar el rumbo. Un rumbo, al menos.

Al kirchnerismo no le quedó otra que reeditar el embuste de las elecciones de 2019, con Cristina Kirchner escondida detrás de un candidato que, como Alberto Fernández antes, simula moderación y racionalidad al tiempo que demoniza a “la derecha”. Pero la jefa ya no es lo que era y el país, tras cuatro años de un gobierno alienado, también es otro. El deterioro material y moral es muy grande.

“Estamos todos militando a Sergio Massa”, dijo Pablo Echarri, un kirchnerista consecuente. No es tan así. Muchos entusiastas del progresismo vernáculo no acaban de digerir al candidato oficial. Se entiende. La candidatura de Massa es la claudicación del relato. Lo que sale a defender la postulación del ministro no es la revolución nac&pop, sino la patria corporativa. Massa es la nueva máscara del peronismo para mantener el poder. El kirchnerismo ha sido un ropaje que, tras veinte años, va quedando pasado de moda. Si la aventura de los Kirchner hubiera tenido alguna consistencia ideológica, hoy el candidato oficial sería Grabois. O Grabois se impondría a Massa en las PASO. No va a ocurrir.

Además del relato K, languidece también la figura de la vicepresidenta, siempre envuelta en contradicciones que se muerden la cola. Cualquiera sea el resultado de las elecciones, sus perspectivas no son buenas. Por más que haya buscado preservar su poder acaparando las listas de candidatos al Congreso, si le va mal a Massa también le va mal a ella. La desgracia será compartida. Pero si al ministro del dólar volador le llegara a ir bien en las urnas, cosa improbable que sin embargo nadie descarta, ella debería temer por su suerte. El problema de Cristina es que quiere negro y blanco al mismo tiempo. A Alberto lo quería fuerte y resolutivo para que la salvara de la acción de la Justicia, pero no tan fuerte, pues el poder ha de ser todo de ella. Así, lo anuló (no le costó mucho). Si llegara a presidente, Massa en cambio será resolutivo al menos en una cosa: haría con ella lo que Néstor hizo con Eduardo Duhalde en 2005.

Se eclipsa Cristina y su relato, y junto con el kirchnerismo hace lo propio el peronismo, hoy en crisis por haberse atado como lo hizo a la vicepresidenta durante casi veinte años. La degradación de la democracia argentina, y por extensión del país, habría que empezar a estudiarla a partir de este dato: el apoyo ciego del PJ a un proyecto de poder que denodadamente y a la luz del día buscó quebrar la alternancia para edificar una hegemonía de corte autocrático. Perdida la batalla, el intento produjo consecuencias que hoy pasan factura.

Las encuestas dicen que la oposición ocupará el espacio que deje el kirchnerismo. No la oposición populista de signo contrario, marcada por un líder cuyo desequilibrio relega a segundo plano sus ideas, objeto además de graves denuncias que deben ser esclarecidas en la Justicia. Aunque es prudente no dar nada por sentado, todo indica que el próximo presidente saldrá de la interna de Juntos por el Cambio, a pesar de que los precandidatos han conspirado contra sus propias posibilidades a través de un enfrentamiento que les hizo perder votos y que empobreció la campaña.

Así, quedaron confrontados el “Si no es todo, nada” y el hospitalario club del 70%. Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta no se esforzaron en acercar posiciones, cuando es precisamente eso lo que exige el desafío que supondrá el próximo gobierno. Hará falta firmeza para no transar con un status quo que solo ha producido pobreza y desazón, eso seguro, pero también capacidad para sumar voluntades políticas sinceras al proceso de cambio. La resistencia a la hora de desarticular privilegios muy arraigados será grande.

Esta semana, Diego Cabot publicó una nota impactante. Allí señala que a cinco años de iniciada la causa Cuadernos todavía no hay fecha para el juicio oral, el sistema de contratación de obra pública sigue siendo el mismo y las empresas involucradas en el expediente siguen recibiendo los mayores contratos. Cruel ironía, el gasoducto inaugurado el mes pasado lleva el nombre de quien está sindicado como el gran armador de esa vasta red de robo al Estado. “Es como si nada hubiera ocurrido”, escribe Cabot, quien estuvo al frente de la investigación que destapó el latrocinio.

El sistema tiene tendencia a barrer todo bajo la alfombra. Y la sociedad, a tolerarlo. Pero el fenómeno K puso al descubierto, por su desmesura, la matriz mafiosa del Estado corporativo que la política argentina supo consolidar a lo largo de décadas. El páramo resultante está a la vista. Ya no hay excusas.

© La Nación

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