Por Renato Salas Peñas (*)
Desde que nos pusimos en posición bípeda y alaraqueábamos bajo la protección de un techo de piedras, destacó siempre uno u otro compañero que hizo de esas cacerías, de esos primeros muertos aplastados por un mamut-combi, ese héroe que burló al otorongo asesino (hoy, ya nadie lo logra) grandes historias, historias que trastocó en fantasía y mundos alucinados y otras que dejó tal cual, tal vez por flojera o necesidad de contar algo previo a las labores del día.
Lo que sí es cierto, es que se valió de la herramienta que nos diferencia del resto de las especies, y por lógica nos pone en ventaja más animal y pretenciosa que cualquiera de las que un día habitamos esa arca ebria que se meneó en un mar borracho como Noé. Me refiero a LA PALABRA, sí, esa casi siempre funesta, torpe, mortífera, severa, animal; pero también, tierna, alentadora, poética, amical, humana.
De allí es de donde tan petulantes y altaneros fuimos dándole forma a ese universo, primero pequeñito, y luego creciente y desbordado por necesidades no necesarias, y construimos historias llenas de dioses que nos protejan de nuestros miedos, y también a Aquiles, Pachacamacs, Thors, Sigfridos y más y más; porque nuestro mundo lo hacíamos cambiante y nuestras historias cambiaban con él, nuestra Literatura cambia con él.
Y envueltos en esa vorágine se generan ramitas, hongos alucinados, apéndices que se apropian también de la herramienta básica de estos creadores y alquimistas de la palabra. Muchos no gustan de estos tratantes de las quimeras y se ven en la necesidad, tampoco necesaria, de contar la verdad con verdad (¿alguien lo hizo alguna vez?) Son las mismas historias, los mismos héroes, los mismos atropellados, los mismos generales convertidos en reyes y más tarde en presidentes. Es lo mismo, siempre la misma historia: derrotas, lágrimas, dolor, muertos, desaparecidos, miseria, robos; y todo viene envuelto en grandes ofertas para el fin de semana.
Entonces, qué hacer, cuál es la marca diferencial entre estos creadores petulantes de historias y los otros que escriben las historias tal como les vienen. Tal vez sean las figuras de las que se valieron, de las que se valen hasta hoy algunos, pero estas también son propiedad de ambos, no hay exclusividad de uso, quedan dispuestas al uso del escribiente; es más, hoy las figuras se han visto manoseadas por tan torpes manos que es menester dejarlas de usar (al menos desinfectarlas previamente, pienso en la anáfora arjoniana). Una figura no hace Literatura.
Hoy tras casi 3000 años de historias el mundo que llamamos Literatura se viene fusionando al mundo que llamamos Periodismo escrito, es más, se torna un ente hermafrodita, que nos confunde la realidad real con la ficción supuestamente literaria. Ese hermafrodismo: indefinido, equívoco, bisexual, ambiguo recorre bien las hojas de los diarios como también la de los libros. Hoy estamos ante una nueva historia, ante una nueva posibilidad, o dos, no perdamos esa oportunidad de fusionar, de confundir, de enamorar, de contar de diferentes maneras la misma historia, esa que contaba y cantaba el periódico de ayer.
(*) Lima-Perú 1971 - Docente universitario, Licenciado en Educación con especialidad en Lengua y Literatura, asimismo llevó una Maestría en Docencia a Nivel Superior y Gestión Educativa y actualmente un Doctorado en Humanidades.
© Agensur.info
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