Por Claudio Jacquelin
Un ciclo de 20 años de hegemonía acaba de concluir. Esta vez no hay atenuantes posibles para hablar de derrota del oficialismo peronista en una elección provincial. El triunfo del Frente Unidos por San Juan y de su candidato a gobernador Marcelo Orrego, que pertenecen a Juntos por el Cambio, es una victoria no contaminada por la ayuda de desertores del partido gobernante. Como ocurrió en Neuquén, primero, y en San Luis, después.
Lo ocurrido este domingo en la provincia cuyana se convierte así en un acontecimiento de fuerte impacto a nivel nacional, más allá de la relativa influencia directa que pueda tener sobre la elección presidencial, por volumen de votos y por diferencias estructurales.
A la derrota del oficialismo y el triunfo de la oposición sanjuaninos hay que añadir la confirmación de la tendencia a la baja en la participación que ya se registró en otras provincias que adelantaron sus comicios. Esta vez, la caída de la asistencia de votantes es de cinco puntos respecto de la anterior elección para gobernador y de más de siete y medio frente a la de 2015. Otro llamado de atención.
Una semana después de haber comenzado la campaña nacional, la caída de Rubén Uñac, tanto en la disputa interna como en la general, tiende tanto a darle un impulso vital a Juntos por el Cambio y, en especial, al espacio que lidera Horacio Rodríguez Larreta, en quien se referencia Orrego. Más que una buena noticia y un motivo para celebrar después de un arranque complicado y con fuertes tropiezos.
Los resultados sanjuaninos reiteran, además, el fracaso en el interior del país de los postulantes que tienen por candidato a Presidente a Javier Milei (que el viernes desconoció a los libertarios sanjuaninos). La constatación, más allá de confirmar que el fenómeno del economista libertario es, cuanto más, personalísimo, refuerza la duda sobre cuánto pesa el componente ideológico en su atractivo. Los sondeos que empiezan a registrar un marcado estancamiento y aquellos que hablan de un retroceso de su candidatura encuentran en estos hitos provinciales motivos para reforzar la verosimilitud de esos datos y su potencial efecto en la opinión pública. Elementos relevantes en momentos en que la ciudadanía empieza a ponerse, de verdad, en modo elecciones.
La presencia de Rodríguez Larreta y los suyos en la capital sanjuanina, que desde temprano confiaron en el triunfo y viajaron a San Juan, así como los prematuros festejos de todo JxC, son muestras evidentes de lo que significa el triunfo de Orrego.
La oposición cambiemita buscó maximizar rápido el rédito de nacionalizar la elección. Comicios que ya habían adquirido relevancia fuera de las fronteras provinciales con el fallo de la Corte Suprema que inhabilitó a Sergio Uñac, gobernador saliente y hermano del fallido postulante oficialista, tras su intento por ir a buscar la re-reelección forzando la interpretación de la Constitución local. En beneficio del mandatario se destaca el rápido reconocimiento de la derrota sin chicanas ni excusas.
A esas conclusiones incontrastables se suman otras tres derivaciones que exceden el marco sanjuanino. En primer lugar, se vuelve a demostrar que la transferencia de votos no es automática, aunque el candidato lleve el apellido de quien se suponía que tenía el favor popular. Ni siquiera funcionó para enmendar lo que Uñac (Sergio) consideró una injusticia adoptada por la Corte, en complicidad con la oposición.
Sus comprovincianos parecen haberse inclinado más por penar un intento de perpetuación por otros medios antes que buscar la reparación de una “proscripción”. El hermano Rubén quedó a 35 puntos de Orrego, y en la interna peronista su sublema fue doblado en votos por el que llevaba al viejo mandamás sanjuanino José Luis Gioja, quien tampoco pudo tener descendencia política, aunque lo intentó. Todo tiene un final.
También, se confirmó que los cambios de reglas electorales, como fue la aplicación de la ley de lemas, para mejorar las chances del partido gobernante tampoco aseguran una elección cuando los candidatos tienen falencias que ni el apellido puede compensar.
Para los sanjuaninos, el único mérito político de Rubén Uñac era ser hermano del gobernador, que lo había llevado a convertirse en senador nacional, al que casi no se le conoció la voz en la Cámara alta y que cuando habló en la campaña su lengua empastada tropezó demasiadas veces. Algunos casos particulares hacen que las definiciones semánticas resulten insuficientes. Es el caso de nepotismo en esta elección provincial.
Finalmente, el impacto de estos comicios fuera de San Juan le dará más tensión a la campaña nacional. Como es de prever, el kirchnerismo duro volverá a enarbolar la bandera de la proscripción como paraguas justificatorio, para victimizarse.
Dos días después de haber sido entronizado como candidato Sergio Massa, Cristina Kirchner le bajó el precio al decir que la dirigente con más adhesiones es ella, pero que no es candidata porque está proscripta, aunque eso no tenga asidero alguno. El relato sirve para tratar de retener un poder que se le escurre al kirchnerismo, pero también implica una capitis diminutio para el ministro que aspira a la Presidencia. Un comienzo complicado que la elección sanjuanina tiende a potenciar.
La campaña es todo
En tal contexto, se puede afirmar que la campaña electoral para los comicios presidenciales tendrá este año un rol absolutamente decisivo. Sin precedente. Con la obvia excepción de las primeras elecciones postdictadura, en 1983. Conviene prepararse y evitar prejuicios para no equivocarse en las previsiones.
La marcada paridad entre los candidatos con la que arranca el proceso después de la definición de las fórmulas, la existencia de la primera PASO competitiva dentro de una coalición, el rechazo o el desinterés que expresa casi un cuarto del electorado (lo que se sigue registrando en los comicios provinciales) y la incertidumbre económica sobre la que se desenvolverá permiten prever que los 40 días por venir serán de alta tensión pública. Obligarán a los postulantes a desenvolverse con una precisión extrema en la construcción de su oferta y en la presentación de su mensaje, para potenciar atributos o aciertos y evitar o disimular errores. Nada está dado.
Durante el segundo y exitoso intento para llevar a la jefatura del gobierno de España a Felipe González, en las elecciones de 1982, su legendario jefe de campaña, Julio Feo, decía, sin temor a la obviedad, que el trabajo en el que debía centrarse el equipo del candidato que va ganando, como era el caso del líder socialista, es en no perder las elecciones. Todo puede depender de un acontecimiento. De un instante.
Ahora, si retrocedemos un año, podemos decir que JxC hizo todo lo contrario en ese período de lo que aconsejaba aquel axioma elemental. No fue Feo. Fue horrible.
JxC se mantiene, de todas maneras, como el espacio más competitivo y encabezaba todas las encuestas más fiables hasta antes del cierre de listas, aunque sus postulantes y dirigentes dilapidaron en los últimos doce meses la enorme ventaja que llevaban y la coalición sufrió un daño severo. La primera semana de campaña no fue la mejor prueba de ensayo. Dejó más lesiones que éxitos. Anoche, San Juan le dio otra oportunidad para enmendarse. Un acontecimiento. Un instante.
Lo cierto es que en esta primera semana Larreta se malquistó, aún más, con buena parte de los votantes más fieles (o fanáticos) de JxC que no admiten que el gobierno de Mauricio Macri haya fracasado, aunque, al menos, en lo económico no haya dudas. Se ganó así la crítica furibunda de sus rivales internos, que no pierden oportunidad de golpearlo sin reparar en daños colaterales.
Luego, fue Bullrich la que quedó en offside con el manejo superficial (y equivocado) de cifras y datos concretos, esta vez referidos a la educación universitaria, utilizados para denostar al oficialismo. Ya le había pasado con la economía.
Solo eso explica que hoy Sergio Massa arranque la campaña con la perspectiva cierta de ser en las PASO el candidato individual más votado y de asomar con chances de llegar al ballottage. Todo eso sin haber empezado casi a hacer campaña y arrastrando la mochila de casi haber duplicado como ministro de Economía la inflación que le dejó su predecesor. En los 10 meses que lleva de gestión, el índice general de precios llegó al 114% interanual después de recibirlo en el 67%, al que había llegado en el período julio de 2021-junio de 2022.
La iluminadora biografía novelada de Felipe González (Un tal González) escrita por Sergio del Molino, en la que se narra aquella campaña que llevó al PSOE a la presidencia y dio paso a 14 años de gobiernos socialistas ininterrumpidos, debería ser libro de cabecera de todos los precandidatos y sus jefes de campaña. Aun cuando tantas cosas hayan cambiado en 41 años.
Felipe González supo, entonces, sostener la ventaja que llevaba en los sondeos y ampliarla, pero no haciendo la plancha, sino encontrando ejes muy claros que supieron interpretar la demanda de la sociedad española de entonces. El momentum (ese impulso vital), recuerda Del Molino, se produjo durante una entrevista televisiva cuando le preguntaron al candidato del PSOE qué significaba el “cambio” que él proponía.
“Que España funcione”, fue la sencilla y decisiva definición de González sobre la transformación que impulsaba. Pero no se quedó ahí. Lo remató con extrema precisión, recordando una anécdota de su amigo, el premier sueco Olof Palme.
“Unos portugueses le dijeron que deseaban que en Portugal dejase de haber ricos. Y Palme les dijo ‘yo quiero que en Suecia deje de haber pobres’. Yo les digo que quiero que en España deje de haber miseria. No estoy contra nadie. Quiero que deje de haber marginación”, concluyó el entonces candidato, ganándose ahí las bancas que le podían faltar para llegar al Gobierno. Nadie puede negar que González consiguió lo que se propuso, como que su propósito tiene tanta actualidad para la Argentina de 2023 como la tenía para la España de 1982. Que la Argentina funcione es hoy un objetivo tan modesto como revolucionario.
Curioso resulta ahora que quien había empezado a ensayar la idea de “un país que funcione” fue Wado de Pedro mientras se ilusionaba con ser candidato, antes de que Massa y los gobernadores peronistas abortaran en menos de 24 horas su lanzamiento. Lo que no funcionó fue su candidatura. El “claim” quedó disponible. Ahora, Massa con su hiperquinesis de gestión y su “campaña de proximidad” intenta hacerla propia. Antes debe demostrar que funciona el gobierno del que hoy es la máxima figura y quien tiene el mayor poder.
En ese terreno es donde jugarán su suerte en estos 40 días, en primer lugar, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich. Uno de los dos quedará fuera de juego el 13 de agosto.
El jefe de gobierno porteño deberá demostrar que su tiempismo era acertado y que, como él dice, con la campaña que armó su equipo volverá a erigirse en el principal aspirante opositor. Todo un desafío. Son muchos los que lo han criticado por dejar pasar oportunidades desde 2021, cuando emergió con posibilidades de calzarse el traje de líder, después de que Diego Santilli derrotara al peronismo en el bastión bonaerense.
Ahora, arranca la campaña de atrás. Todo el contexto se modificó demasiado en un año. Además de Bullrich, hay otro aspirante, como Massa, que ocupa una frecuencia bastante similar a la que él tenía asignada, la del centro del dial.
Ahora deberá encontrar su “momentum” para atrapar a un electorado agnóstico u hostil. Lo mismo tendrá que hacer Bullrich. Tal vez, su dura nitidez ya sea insuficiente.
La derrota del peronismo en San Juan es una nueva oportunidad para relanzarse.
© La Nación
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