Por Marcos Novaro |
Es curioso el caso de nuestro ministro de Economía. No una vez, sino dos, fracasó con sus pronósticos y medidas de contención sobre lo que más importa a la sociedad en estos momentos, la inflación: le pasó en diciembre de 2022, cuando empezó su campaña presidencial y pronosticó que la inflación seguiría declinando en el resto de su gestión, lo que en abril fue desmentido por el 8,4% mensual, más del doble de lo que él prometiera; y acaba de sucederle de nuevo el mes pasado, cuando se volvió a entusiasmar, ahora con un 6% mensual, y repitió lo de “una persistente tendencia a la baja”, justo cuando la suba de precios empezaba una nueva carrera alcista.
Y, sin embargo, sigue haciendo como si nada, como si recién hubiera llegado al cargo, no tuviera que sacar ninguna lección de los fracasos que va acumulando, y le bastara con repetir el mantra sobre los fracasos ajenos, que reza más o menos como sigue: “me hice cargo del desastre de Guzmán y Macri, de la pandemia, la guerra y la sequía, así que si esto no estalla será mi mérito exclusivo, y suficiente mérito como para que me vuelvan a votar”.
La simulación va a continuar, pero su eficacia es decreciente
El público que puede acompañar esa simulación, y replicar los enredados razonamientos que ella necesita para parecer verosímil, se va limitando cada vez más. Veamos si no lo que está sucediendo en estos momentos con los industriales.
Ellos, en particular los que venden en el mercado interno y dependen en gran medida de insumos importados, que son la amplia mayoría, se contaban hasta hace poco entre los mayores beneficiarios de su política: finalmente, Massa, al asumir, había descartado y evitado un salto devaluatorio, que hubiera elevado sus costos, los hubiera arrojado a una dura recesión y forzado a una fuerte caída de sus ganancias. Así que podía descontar su apoyo, al menos mientras duraran las reservas del BCRA, con las que se siguieron subsidiando las compras externas, abonadas a un precio cada vez más retrasado, de miles de empresas. No sorprendió demasiado, por tanto, que días atrás Daniel Funes de Rioja, el presidente de la UIA, otrora defensor de la economía abierta y los mercados libres, elogiara al ministro al extremo de promover sin disimulo su candidatura.
Sucede sin embargo que, con las medidas adelantadas este domingo, los costos de bienes y servicios importados por los industriales que todavía logran acceder al beneficioso dólar oficial, que son cada vez menos, y cada vez más selectivamente seleccionados entre los amigos, se acaban de elevar, pese a todo su entusiasta apoyo a la campaña oficial, en el caso de los servicios un 25% y de los bienes un 7,5%.
¿Quiénes todavía podrán acceder al dólar oficial, ese que aparece en las pizarras del Central y el gobierno dice es el único al que hay que prestarle atención? Ya nadie. Es oficial, pero no existe más, es pura simulación.
Encima, mientras tanto, a todos los demás importadores, que son un porcentaje cada vez más alto de los industriales del país, y que tienen que pagar sus compras externas con otras cotizaciones más realistas, MEP, cable, blue, la que sea, la suba de costos también se les aceleró, por directa consecuencia de las medidas adoptadas.
Promesas que se llevó el viento
Conclusión: es bastante difícil que las elogiosas palabras de Funes de Rioja se vayan a repetir en las próximas semanas, en que se juega la suerte electoral del ministro/candidato, y muy probable en cambio que empecemos a escuchar cada vez más fuertes quejas por la caída de ventas, la reducción de los márgenes de rentabilidad, la imposibilidad de seguir abasteciendo el Precios Justos, y cosas por el estilo.
Más todavía si, como todo parece indicar, la aceleración de la suba de los infinitos tipos de cambio con que la economía argentina se viene manejando impacta de lleno en la inflación de este mes y el que viene, dado que son esas cotizaciones las que cuentan para las empresas a la hora de comprar insumos y contarán para reponer stocks en el futuro próximo, y se agrava consecuentemente la persistente caída de los ingresos de la enorme mayoría.
Cuando Massa convenció a Cristina y al resto del peronismo de que les convenía jugarse por él, uno de los argumentos blandidos por él con más ahinco fue que iba a conseguir ayuda extra del FMI, con la que se sostendría el nivel de actividad y el consumo en los críticos meses de las elecciones. No parece haber sido muy razonable creer en sus palabras. De los 10.000 millones de dólares que prometió habría para gastar durante el segundo semestre quedan solo promesas que se llevó el viento y algunos puchitos, con suerte algunos miles que aporte de nuevo el campo, lo que va quedando en el fondo de la lata del swap chino, poco más.
Tal vez si el gobierno de Alberto, o la misma Cristina, tuvieran algún canal propio para conocer los ánimos de los funcionarios y de los representantes con peso en el Fondo hubieran sabido que muchas chances no había de que el ministro lograra que cayera maná del cielo. Es el costo que pagan nuestros populistas por vivir de prestado y ni siquiera conocer a los prestamistas, de tanto que los detestan.
© TN
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