Por Manuel Adorni
El camino electoral entra en su terreno más volátil, ya no por cuestiones estrictamente políticas sino más bien por una economía que marcará la agenda en lo que queda del camino a la Casa Rosada.
Esta semana se conoció el índice de inflación que mostró cierta desaceleración en relación a meses anteriores. Un 6% en junio que no logró sorprender a nadie pero sí fue suficiente para que el gobierno pueda festejar lo que consideraron un gran avance en materia inflacionaria.
Los números no acompañan al Gobierno y nunca lo hicieron. La inflación acumulada en la gestión de Alberto Fernández es de las más pronunciadas de las últimas décadas. Para toparnos con inflaciones interanuales del 115,6% como ocurrió en junio pasado debemos remontarnos hasta septiembre de 1991. El Presidente anota algunos números exorbitantes y poco frecuentes: desde que asumió la inflación acumuló un 503%. Rubros sensibles como alimentos e indumentaria superan ampliamente los datos de inflación general.
Tampoco ha dado resultados la “guerra contra la inflación” declarada por el Presidente en marzo de 2022 (a pocas semanas de haberse desatado el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania). Desde aquel tiempo hasta hoy la guerra parece haberla perdido: los precios se incrementaron un 170% en promedio.
Lo cierto es que el verdadero problema estructural que enfrenta la política monetaria y que resulta la principal causa de la inflación no se está solucionando. Incluso se agrava: la emisión monetaria, los desbordes patrimoniales del BCRA y la asistencia de éste al Tesoro Nacional son temas que se vuelven cada vez más peligrosos para un peso que no parece ya tener ningún valor.
En el mientras tanto el dólar empieza a tomar nota del desorden y la inflación. Ya está cómodo por encima de los 500 pesos (esta semana el dólar libre llegó a tocar los 523 pesos y algo más en el interior del país). Al igual que la inflación, la suba del dólar tampoco sorprende a nadie en una economía que no funciona y una contienda electoral que nos acostumbró ya hace algunos años a esperar niveles de volatilidad estratosféricos.
El FMI le sumó una nueva dosis de incertidumbre: más allá de que se espera que en los próximos días se resuelva la discusión técnica con el organismo y finalmente desembolsen algo de lo estipulado en el acuerdo, nadie sabe a ciencia cierta en qué punto se encuentra la negociación. El FMI pretende que no sigamos dilapidando dólares a un precio oficial ridículo y que achiquemos nuestro déficit fiscal. Algo lógico para la humanidad pero irracional para la política argentina en tiempos electorales.
La Argentina ingresó en una etapa donde cada día será noticia, tal como ocurre siempre en aquellos lugares donde nadie sabe bien cuál es el camino por el que se está transitando.
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