Massa. “Su ambición de ser presidente se ha desbocado y ya no le importa la sutileza”.
Por Sergio Sinay (*)
"La simple acumulación de mentiras no transforma completamente la realidad”, afirmaba Hannah Arendt, la pensadora alemana fundamental en la filosofía política del siglo XX en adelante. Dedicó dos ensayos (“La mentira en política” y “Verdad y política”) a esta cuestión. Evidentemente no piensan así ni el candidato oficialista ni su súbita mentora, la vicepresidenta. Puestos a mentir desaparecen de sus palabras y actitudes todo rastro de vergüenza, dignidad o mesura, todo escrúpulo.
Aunque antes había sido dicha varias veces a lo largo de la historia, desde Medion de Larisa, consejero de Alejandro Magno, en adelante, se le imputa a Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi, aquello de: “Miente, miente, que algo quedará”, si bien lo que dijo fue: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. A su vez se le concede al presidente estadounidense, Abraham Lincoln, aunque no hay documentación certera, haber dicho en un discurso de 1858: “Se puede engañar a todos alguna vez, o engañar a algunos siempre, pero no se puede engañar a todos siempre”. El ministro de Economía metido a candidato parece haber escogido la primera de estas frases como su consigna de cabecera.
Que sus mentiras sean tan desfachatadas como decir que alguien del Fondo Monetario le confió que economistas de la oposición pidieron que no se le dé dinero a la Argentina para acelerar así hasta la hecatombe la crisis económica, sin decir ni quién fue el funcionario delator ni quiénes los economistas boicoteadores, no le produce el menor rubor. Tampoco la desprolijidad de su guion ni la torpeza de exponer a un (supuesto) miembro del FMI como soplón. Esta incomprobable invención (a menos que se exhiba la grabación del Zoom en que se produjo el chivatazo) suena, además, como falta de respeto al ciudadano común, a quien Massa parece atribuirle la credulidad o la edad mental de un infante. Su ambición de ser presidente se ha desbocado de tal manera que, a la luz de los hechos, ya no importan las formas, la sutileza ni la inteligencia de los argumentos. Aunque, a decir verdad, nunca fue mesurado ni cuidadoso con sus ficciones y promesas, como aquella, imborrable, en la que juraba que metería en la cárcel a su actual patrocinadora y echaría para siempre a los “ñoquis de La Cámpora”, los mismos que actualmente le gestionan votos. Si es cierto, como se le atribuye, que el ministro candidato (o candidato ministro) confesó hace un tiempo que: “Yo voy por el poder, no por el prestigio”, hay que concederle que al menos en esto, dice la verdad. Su derrotero podrá conducirlo al poder, o no, eso se verá, pero sin duda lo aleja del prestigio. El capital reputacional no es su desvelo.
En sus reflexiones sobre la relación entre verdad y política Hannah Arendt sostenía que la verdad de los hechos, factual y comprobable, produce aversión en los políticos. “Desde el punto de vista de la política, afirmaba la pensadora, la verdad tiene un carácter despótico. Por esto es odiada por los tiranos, que temen la competencia de una fuerza coercitiva que no pueden monopolizar. Una opinión indeseada puede ser debatida o rechazada, pero unos hechos indeseados poseen una obstinación exasperante a la que nada se puede contraponer, excepto la mentira pura”.
Precisamente por esas características de la verdad comprobable es posible que ésta falte, o aparezca con cuentagotas, durante la deplorable campaña electoral pre y post PASO. Y que en sus discursos y declaraciones los candidatos se alejen de ella o la deformen por cualquier medio. Para lograrlo deberán contar con un electorado dispuesto a poner lo suyo para hacer cierta la frase de Goebbels. En una época anémica en materia de pensamiento crítico es más fácil creer que cuestionar. Aunque, como saben los encuestadores, la liebre salta en donde menos se espera. Mientras tanto, viene al caso un pensamiento de Alfred Adler (1870-1937), el psicoterapeuta vienés que, apartándose de Freud y Jung, puso el acento en el poder de superación de la persona: “Una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa”.
(*) Escritor y periodista
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