martes, 4 de julio de 2023

El peronista deseado

 (Imagen: Relato del Presente)

Por Nicolás Lucca

Amo ver a lo peor del empresariado argentino en esta actitud tan regalada. Algunos a la espera de volver al negociado sin terminar en Comodoro Py como arrepentidos, otros en la creencia de que esta vez sí, que ahora les tocará un peronista bueno. Realmente lo amo porque el empresariado prebendario argentino es tan parte del problema como lo peor de la política. El proteccionismo sirve, pero también queremos importar insumos. Solo insumos, no productos. Mejor que se fabriquen acá, aunque no sepamos, aunque salga más caro.

Ahora llega el turno de Salvador Massa, el nuevo peronista bien vestido.

Hay una frase que durante años escuché repetir a quienes son más grandes que yo respecto de que Carlos Menem los había engañado a todos. Me refiero a una cita textual del expresidente: “Si decía lo que iba a hacer no me votaban”. Luego de la crisis de 2001/02, fue un anécdota que muchos utilizaron para despegarse de un hecho inevitable: que el Partido Justicialista había llegado a la presidencia en 1989 y revalidado sus credenciales por paliza en 1995.

Claro, yo en 1995 recién comenzaba la Secundaria, con lo que es fácil creer cualquier cosa, asimilar y, como no molesta, nunca cuestionar. Hasta que molesta.

Pero las Plataformas Políticas existen y están disponibles. Esos documentos en los que los partidos políticos dicen qué harán si llegan al poder, antiguamente, tenían mucha difusión y eran libros enormes. Luego a nadie pareció importarle demasiado. Así fue que pasamos de una plataforma de 1.600 páginas del PJ en 1995 a cincuenta carillas de un trabajo práctico presentado por el Frente para la Victoria en 2003.

En el texto de 1989 trabajaron varios grupos de planificación gubernamental. Desde la Fundación de Estudios para la Argentina en Crecimiento. Sí, también recaudaban a cuatro manos para la campaña, pero salieron ideas que se difundieron y nadie con vida en aquellos meses puede decir que no escuchó.

De hecho, el primer punto de la plataforma política difundida en la campaña electoral hablaba de «terminar con las trabas que hoy frenan nuestro desarrollo”, el “exagerado centralismo” y “la falta de premios para el esfuerzo nacional”. El resto del texto hasta avisa que “en la Argentina rumbo al siglo XXI no hay fronteras ideológicas, porque la soberanía no existe sobre el atraso o la decadencia”.

Por si faltaba algo, anuncia que “el capital nacional y extranjero productivo tendrá las puertas abiertas en la Argentina” y que el candidato no aspira “a un Estado elefante ni a un Estado bobo” sino a uno “eficiente, moderno, sin burocracia y sin despilfarros”.

¿Alguien puede decir que realmente “no sabía” al votar a Menem o la falta de comprensión de textos no es un problema moderno?

El establishment vio en Menem al único que le interesaba el Poder tanto como para ir por ese lado si es que eso garantizaba llegar. O quizá vio a alguien que realmente le interesaba, qué importa. Lo apoyaron a tal punto que los dos primeros ministros de Economía fueron ejecutivos de Bunge y Born. El primero, fallecido a los cinco días de asumir, fue también de IDEA.

El problema no es si nos toca un peronista bueno o uno malo. El drama es que gente con verdadero poder económico vea al país como una monarquía donde el rey está limitado por mandatos. Esto no es una monarquía y ningún partido político es una casa real. No podemos esperar todo el tiempo que el líder venga con corbata, el saco correctamente cerrado y, además, ideas elementales para la correcta administración del Estado.

La experiencia del menemismo terminó mal porque a Menem le terminó por ganar su genética del Poder propia del ADN de su partido.

Entre todas las reformas que llevó a cabo pudo modernizar la forma de hacer política, pero no supo, no quiso, no pudo. Me inclino por la segunda opción. No solo se lo sacaron de encima si no que, para construir Poder, hubo que inventar nuevos enemigos. Y no, el enemigo no fue Menem, sino todo lo que encarnaba Menem. Así fue que tipos que vieron las bondades de una economía saneada en el corto plazo, pudieron imaginar lo que ocurriría en tiempos más largos y se dieron a corregir el curso de la historia. Que el Poder está para ejercerlo, señores. Si nadie se siente subyugado ¿para qué ser presidente?

Esta semana se me dio por chusmear notas de un blog viejo, de allá por 2006. Todavía me sorprendo cuando veo el nivel de calentura de los que compartimos eso que llamábamos blogósfera. Más me asombro cuando repaso los últimos años y sé que muchísima gente votó por la señora en 2007 aún ya con el conocimiento de las causas de corrupción, de las bolsas con dólares en despachos ministeriales, del crecimiento exacerbado de las villas, de la proliferación de asentamientos de chapas y cartones, de la violencia en cualquier evento por más idiota que fuera, como el traslado de los restos de Perón o la toma del Hospital Francés.

¿Tampoco sabían qué votaban?

Ahí viene Sergio y los señores de la patria contratista comienzan a tener erecciones sin necesidad de pastillas azules. ¿Qué piensa hacer? Nadie sabe y todos creen saber. Difícil graficarlo, pero podemos remitirnos a sus propios asesores, que viven a las puteadas porque se compromete con un intendente para hacer una cosa y luego hace otra sin avisar.

No tenemos plataforma electoral, no tenemos un escrito con las propuestas de Sergio Massa para la presidencia. Ahora alientan su plan para los próximos 120 días. Pero sigue en la línea de su función ministerial. ¿Qué piensa del tamaño del Estado? ¿Qué cree acerca de las participación estatal en empresas deficitarias? ¿Aún sostiene que los argentinos tienen derecho a elegir entre un sistema previsional público o uno privado cuantas veces quieran, como lo hizo en 2006?

Sin embargo, independientemente de lo que crea, sostenga, afirme o diga que piensa, la única pregunta que importa es un inmenso ¿Qué piensa hacer?

Porque si la va a jugar de única carta para solucionar los problemas de los argentinos que hasta ahora no pudo solucionar a pesar de ejercer de presidente de facto desde hace un año, lo mínimo que podemos esperar es que ponga por escrito cuál es su propuesta de gobierno. No hubo internas, no hubo peleas por ideas. Solo rosca. Quizá es algo que los emprebendarios aún no notaron: la única habilidad de Sergio, hasta ahora, ha sido la de jugar al Poker de la política.

He tenido algunas charlas en las que me refieren que el kirchnerismo murió. Sí, coincido en que palmó esta reencarnación. Digo reencarnación porque lo despertado por el kirchnerismo fue otro fantasma. El kirchnerismo fue solo el ente aglutinador y disparador de una sociedad que no se soporta a sí misma ni a quien tiene al lado. Una comunidad nada común en la que demasiada gente necesita encontrar una respuesta a sus problemas, más que una solución. Donde son demasiados quienes prefieren tener razón antes que ser felices.

Ese veneno que nos atraviesa a todos puede volver a ser un bichito que anida debajo de alguna mesa de Varela-Varelita o en las peñas de viejos tristes. Igual que antes, solo que con más tatuajes.

El neomenemismo ya nos fue presentado en 2019. Lindo experimento. Nos dejó solo un presidente fiestero sin ninguna de las otras características del riojano.

En algunos medios Massa ya despertó el nuevo fantasmita noventoso, americanista, liberal y demás. Pero si se rasca un poquito, se nota que el liberalismo, para variar, es una cuestión de interpretaciones de algunos empresarios que solo subsisten con el Estado como único cliente. Puntualmente, los contratistas de la construcción, que son los que llenaron las butacas para escuchar los lineamientos del híperministro.

Gabriel Katopodis, también orador en la convención, sostuvo que “con nuestro gobierno los empresarios de la construcción seguirán siendo protagonistas y con la oposición, van a volver a ser víctimas”. No había mejor forma de recordarles que la práctica favorita de la Patria Contratista está más regulada por la evasión al Código Penal que por el cumplimiento del resto de las leyes. Y que la prosperidad del sector va de la mano de la prosperidad de los funcionarios, claro.

Tamaña amenaza y los titulares reflejaban el regocijo de algunos tipos cuyas reglas de competencia están marcadas por el pago del Estado y no por la libre competencia. El ordenamiento económico que sueñan es el del pago indexado. Así es que terminamos con titulares que destacaban la presentación de Massa junto a otros que remarcan todos los aumentos que vienen en el mes de julio. Aumentos autorizados por el ministerio de Economía, en un intervencionismo estatal incompatible con nada que pueda definirse como libertad.

Y Massa, como ministro, tuvo la autoridad para hacer un montón de cosas para evitar que toda la economía productiva entrara en crisis. No lo hizo. Por burro, por tiempista, por lo que fuera. No supo o no quiso. Los que lo festejaron esta semana son los del único sector que aún funciona y es gracias a que el Gobierno necesita mostrar obras.

Por momentos Massa aparece como una suerte de concepción artificial realizada con los genes de Hayek y Smith. Todos olvidan que fue su idea el impuesto a la renta financiera que generó la última huída de capitales de la que aún la Argentina no se recupera.

El peronista deseado parte de la concepción de que en este país no se puede ir por el camino que soluciona los problemas de todos los demás países. Es una creencia en imposibilidades de razones geográficas, antropológicas o climáticas. En la Argentina no se puede porque está llena de argentinos, o los países nórdicos tienen esas políticas porque está lleno de suecos, noruegos y daneses. Aquí la violencia no puede ser extirpada porque somos así, acá la corrupción no puede ser erradicada porque somos argentinos, en este país no hay chances de lograr el progreso del individuo de forma autónoma porque la fuerza de gravedad es distinta.

De este modo, el peronista deseado es un tipo que es peronista pero disimula. No hablo del peronismo dogmático, el de La Comunidad Organizada y demás teorías que nadie leyó ni siquiera dentro de la comparsa oficialista indignada con el cierre de listas. Me refiero al comportamiento ambicioso de acumulación de Poder sin importar quién cae en el camino. Todo es perdonable si el hombre garantiza el control de la calle y generación de ganancias sin culpa y, preferentemente, sin que se note demasiado.

Lo que quiero remarcar, estimado, es que si no se modifican las formas de jugar a la política, si no se institucionalizan los partidos, seguiremos en esta perinola donde la suerte es loca y lo que toca, toca. Supongamos que Massa llega a Presidente e imaginemos que es lo mejor que nos pudo pasar en la vida.

¿Y después? Qué importa del después, dirá Massa. Y ahí estaremos nosotros, con los dedos cruzados hasta la artrosis, para desear que venga otro tipo copado y no uno que quiera dejar su huella al refundar el país desde los cimientos… con nosotros adentro.

Volvemos a ejercer nuestro mayor deporte, propio de la Nación con mayor cantidad de psicólogos por habitante: psicoanalizar a los candidatos en lugar de guiarnos por sus hechos. Al hacerlo, terminamos por proyectar lo que nos generaría seguridad y no lo que realmente tenemos en frente. Creemos que creen otra cosa a lo que hicieron y no pudieron hacerlo porque aún no era el momento.

Y si fuera cierto, lo único que podemos asegurar es que, si las circunstancias no acompañan, ese peronista deseado volverá a ser lo que siempre fue.

Al menos, Menem avisó.

© Relato del Presente

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