Por Gustavo González |
Si la política es el arte de lo posible, la asertiva exactitud de los candidatos en campaña es el arte de construir ficciones imposibles.
Ver de corrido los principales veinte spots partidarios ejemplifica bien cómo al momento de seducción electoral, “el arte de lo posible” se pretende transformar en una ciencia exacta de la que cada candidato parece resultar su máximo especialista.
Desde los que aseguran que van a aumentar salarios y jubilaciones en cuanto asuman hasta los que acabarán con la inflación, el déficit fiscal y la inseguridad; desde los que prometen ajuste hasta los que vienen a terminar con el sistema capitalista tal como hoy lo conocemos.
Los candidatos bailan, o miran serios a la audiencia, o exageran simpatía, o leen artificiosamente un texto publicitario, o toman mate con los vecinos o saludan al aire a supuestos admiradores que estarían detrás de cámara.
Lo importante no es lo que digan, sino que lo digan como si supieran todas las respuestas. Lo importante es simpatizar con sus simpatizantes. La raíz de simpatizar y simpatizantes es la misma y es de origen griego. Significa padecer, sufrir juntos.
De eso parece tratarse esta campaña electoral.
Emoticones. El domingo pasado, Jorge Fontevecchia juntó en un mismo reportaje a los dos estrategas internacionales que mejor conocen la política local, Jaime Duran Barba y Antoni Gutiérrez-Rubí. El primero es el ecuatoriano que estuvo detrás de la exitosa campaña de Macri para llegar al poder. El segundo, el catalán que pretende lograr lo mismo con Massa.
Ambos ofrecen sus investigaciones para explicar que a las personas, en general, no les importan las plataformas de los candidatos: “¿Cuándo la gente ha votado por programas? –se preguntaba Durán Barba–. Yo conozco a presidentes y a candidatos presidenciales y la mayoría, no leyó su propio programa de gobierno.” Y Gutiérrez-Rubí agregaba que el voto actual tiene más un sentido crítico que de apoyo: “Eso es un dato nuevo, que el voto no sirve tanto para premiar sino para castigar, y no sirve tanto para elegir sino para ser reconocido, ser visto por parte del mundo de la representación política.”
Los candidatos piensan que guían y lo que pasa en realidad, es que son instrumentos de sus representados para expresar su “simpatía”, ese padecer en común. Y esos representados no necesitan leer sus programas de gobierno para apoyarlos, sino “simpatizar” con ellos.
Como la captación es más emocional que racional, una vez que se desarrolla tal empatía, la comunión entre representados y representantes resulta inquebrantable. Por lo menos hasta que no cambien los padeceres de cada uno. Pero se podría decir que cuanto más emocional sea el vínculo entre las personas y el líder, más duradera será la adhesión al mismo.
Que es lo que ocurre con los sectores más intensos que apoyan a candidatos como Milei y Bullrich o a líderes como Macri y Cristina. Aunque también se observa en los que siguen con más fervor a Larreta y Massa.
A esos núcleos duros no les entran las balas de las críticas hacia sus líderes.
No sólo no les importan los argumentos o las eventuales pruebas en su contra, sino que no les atribuyen entidad digna de ser analizada. Simplemente las rechazan bajo la sincera creencia de que son mentiras o parte de operaciones político-mediáticas destinadas a desprestigiar al candidato propio. Frente al engaño que trata de destruir la relación entre el líder y los suyos, se defiende todo, a libro cerrado. Protegen el valor de sus emociones, porque es la emoción el valor de época.
Son los emojis, emoticones que convierten en sentimiento lo que pensamos.
Mentiras verdaderas. En esa defensa cerrada se puede aceptar como verdad incuestionable que el actual gobierno no es responsable por la inflación, sino que es parte de la herencia recibida. O que es injusto achacarle a Juntos por el Cambio los resultados económicos de sus cuatro años de gestión, porque también es responsabilidad de la herencia que habían recibido. Y se puede aceptar como verdad que si el otro gana, el país será un infierno. Que, como es lo que unos y otros pronostican, podría convertirse en una profecía autocumplida, gane quién gane.
Cuanto más extremo es el candidato, más extremas serán las emociones y las verdades de sus seguidores.
Esto se vio esta semana tras el acto por el homenaje a las víctimas de la AMIA. La periodista de Clarín, Natasha Niebieskikwiat, se retiraba del acto junto a Guillermo Yanco, marido de Patricia Bullrich, cuando en el camino se encontró con Javier Milei. Mientras se saludaban, un grupo de familiares de las víctimas se abalanzó sobre Milei acusándolo con violencia por no haber acompañado como diputado el proyecto de declarar el 18 de julio como Día de Duelo nacional. Cuando la periodista intentó interceder para que no golpearan al diputado, Milei atinó a escapar y la violencia se trasladó hacia ella. La rescató el intendente de Pinamar, Martín Yeza, que pasaba por el lugar.
Lo sorpresivo fue que cuando Niebieskikwiat contó la agresión hacia Milei primero y hacia ella después, el diputado juró que eso nunca había existido.
No sirvieron ni el testimonio de la otra víctima, ni el de su rescatista Yeza ni el de otros testigos. La negativa del libertario luego fue asumida como cierta por sus seguidores, que concluyeron en que se trató de una mentira urdida por Bullrich y los medios que conforman la casta.
La ceguera paradigmática no es exclusiva de los sectores sociales más intensos. También cruza a los profesionales de la política y de la comunicación. En distintas dosis, nos atraviesa a todos, solo que algunos son conscientes de que no ven y otros confunden ceguera paradigmática con agudeza visual.
Los políticos y comunicadores son productos del clima de época y de sus distintos sectores sociales, pero también son productores, son parte de ese clima y de esos sectores. Por eso es tan difícil tomar distancia de ellos: también son ellos.
Sesgos. Así como hacer el ejercicio de ver todos los spots de campaña juntos ejemplifica lo que sostienen los estrategas electorales sobre la emotividad que vincula a votantes y votados, comparar un día cualquiera lo que se dice en diarios, sitios, canales y radios, enseña cómo una cantidad de medios cubre la actualidad con la misma ceguera del que no quiere ver. Que es cuando el trabajo de informar se transforma en el trabajo de confirmar las propias creencias y refutar desde cada título las creencias de los demás. Un sesgo de confirmación que cruza a unos y otros.
Estoy convencido de que, en la mayoría de los casos, los periodistas de esos medios no son conscientes de ello ni son parte de alguna operación como las que denuncia Milei. Creen ciegamente en lo que hacen porque su profesionalismo también está sobrepasado por la emotividad de época de sus respectivos sectores.
Lo que la entrevista conjunta entre Duran Barba y Gutiérrez-Rubí le aporta al debate de campaña es el reconocimiento del rol que juegan las emociones en la política en general y a la hora de votar, en particular.
Duran Barba recordó que los fundadores de su profesión enseñaron que no es relevante preguntar al encuestado si le gusta o no la ideología de un candidato, sino si ese candidato le agrada o desagrada. Y Gutiérrez-Rubí agregó que algunas investigaciones ahora preguntan si la persona está dispuesta a abrazar o no, a un político para entender si será capaz de votarlo.
No se trata del duelo emoción vs. razón. Se trata de intentar entender las razones de la emoción que habitualmente la razón ignora.
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