Por Magalí de Diego
Todos los cambios pueden generar miedo e incomodidad. En los últimos tiempos, la tecnología avanzó de forma tan vertiginosa que estos sentimientos se hacen presentes en muchas esferas de la vida. El área educativa no está exenta y, para alegría de muchos y preocupación de otros tantos, la inteligencia artificial llegó para quedarse. ¿Cómo se incorporan estas herramientas al aula? Con su uso, ¿el alumnado perderá su capacidad de producción y razonamiento? ¿Apareció para reemplazar a los docentes?
La doctora Lourdes Moran, especialista en Tecnología Educativa, señala que, al hablar de inteligencia artificial y educación, las opiniones se polarizan. “Por un lado están los tecnofílicos, es decir, aquellos que creen que todas las tecnologías son buenas por sí mismas y que deben ser adoptadas sin cuestionamiento, mientras que los tecnofóbicos le temen a estos desarrollos y se oponen a su inclusión en la educación porque creen que llegó para destruirla”, plantea, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
“Nuestra misión como pedagogos -sigue Moran- es ver cuáles pueden ser los usos más potentes de estas tecnologías. Además, tenemos que advertir sobre algunas situaciones que pueden ser inquietantes para que, al momento de incluirlas, no se haga desde una perspectiva netamente positivista, sino con una mirada más crítica. Debemos pensar hacia dónde nos están llevando estos desarrollos y si es lo que deseamos para la sociedad”.
Según Analía Amandi, doctora en Ciencias de la Computación, hay un concepto que puede ser más acertado para hablar del buen uso de las nuevas tecnologías en educación: la inteligencia aumentada. “Es cuando a un humano se le da una capacidad adicional a través de la inteligencia artificial y esto, para los docentes, puede ser muy provechoso, ya que permite la personalización de la educación, el seguimiento más efectivo del progreso y la mejora del rendimiento de los estudiantes”, define.
Pensando fuera de la caja
Durante décadas, cuando el docente pedía una monografía, un resumen o un cuadro sinóptico sobre la historia de vida de un prócer argentino, el estudiante guardaba sus cuadernos y lápices en una mochila y se dirigía a la biblioteca más cercana. Si tenía suerte, quizás en su familia había alguna enciclopedia y evitaba el camino. Pero, sin lugar a dudas, no era siquiera posible ni imaginable que, para resolver la tarea, sólo tuviera que pedirle a un Chatbot que investigue y sintetice las hazañas del personaje en cuestión.
Hoy esto es una realidad y, por ende, la práctica docente se ve interpelada. Ante este escenario, muchos docentes se preguntaron si su rol sería reemplazado por los desarrollos de la robótica y la computación. Moran menciona que, para ella, la IA no está destinada a reemplazar a los docentes, sino a transformar la manera en que se presenta y se enseña el contenido.
“La IA puede ser utilizada para diseñar propuestas de enseñanza más efectivas y personalizadas y para permitir que los estudiantes aprendan de nuevas formas. Por lo tanto, está destinada a complementar y mejorar su trabajo. Lo que nos tiene que importar es el tipo de actividades que les proponemos. Necesitamos diseñar propuestas pedagógicas que fomenten el pensamiento crítico, el debate y la exploración de diferentes perspectivas teóricas y no que simplemente pidan resúmenes, cuadros o cuestionarios que pueden ser respondidos por muchos sistemas de inteligencia artificial”, asegura la investigadora del CONICET.
“La inclusión de la IA -continúa Morán- no necesariamente significa que el alumnado perderá su capacidad de producción y razonamiento, siempre y cuando se utilice de manera efectiva y crítica. Los docentes pueden comenzar por explorar las diferentes tecnologías de IA disponibles y evaluar cómo pueden ser utilizadas para mejorar la calidad de la educación. También es fundamental trabajar en colaboración con otros docentes y especialistas en tecnología para potenciar las ideas de trabajo”.
En tiempos de educación masiva ¿se puede personalizar usando IA?
Muchos docentes de escuelas secundarias pasan sus mañanas y tardes yendo de un aula a otra y, en un mismo día, pueden ver a más de 200 estudiantes. ¿Es posible hablar de personalización de la educación en un escenario donde el profesor puede tener hasta 50 alumnos por curso?
Desde 2007, el equipo que lidera Amandi trabaja en prototipos de software que permitan realizar un seguimiento del progreso del alumno en un curso. “En plataformas como Moodle, por ejemplo, se captura lo que hace el alumno, cuál es su recorrido, dónde se demora, qué le cuesta, qué elementos visualiza muchas veces, cuáles los aprende rápidamente, etc. En Netflix se aplica el mismo sistema y la app te recomienda series o películas en función de lo que te gustó”, ejemplifica la investigadora del CONICET.
“De esta forma, podemos capturar las particularidades del perfil de estudio del alumno: si no responde a un ejercicio, si prefiere ver un pantallazo general antes de adentrarse en cada concepto, si tiene un aprendizaje más intuitivo y comprende un concepto abstracto a través de una explicación simbólica o si es más sensitivo y necesita palpar el tema en varias instancias para comprenderlo”, puntualiza.
Con esta información, Amandi sugiere que el docente podrá aconsejar distintos caminos de aprendizaje sin necesidad de procesar solo todos esos datos. “El software tiene alertas que sistematizan la información y, además, permite que se intercambie la información entre profesores, por ejemplo, si toma el cargo un suplente o si un directivo quiere datos del alumno. La inteligencia aumentada, en casos como este, puede potenciar las habilidades del docente”, aseguró la especialista.
Herramientas nuevas, la responsabilidad de siempre
Si bien la inteligencia artificial puede presentar un sinfín de beneficios para el ámbito educativo, las especialistas destacan la importancia de contemplar algunas cuestiones. “Como educadores, tenemos que trabajar con los estudiantes muchas cuestiones vinculadas a la desinformación, el sesgo, la confianza de las fuentes, entre otras. Es fundamental que ejercitemos con ellos cómo preguntamos para poder obtener la información que buscamos, qué limitaciones ponemos, qué referencias bibliográficas tiene ese dato”, subraya Moran.
“Creo que es una responsabilidad de quienes estamos en las instituciones terciarias y universitarias ver cómo nos adelantamos para incluirlas en las currículas y velar que se apliquen acorde a lo que queremos hacer. Es innegable su existencia y no hay debate sobre si podemos incorporarlas o no. Están y nuestros alumnos las traen a la clase, pero tenemos que analizar cómo utilizarlas con una perspectiva más crítica y consciente”, concluye la doctora de la Universidad de Buenos Aires.
© Agencia CTyS-UNLaM (especial para Agensur.info)
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