Por Renato Salas Peña (*)
Hace poco más de un año, entrabamos a este encierro, que como lo confesé en esa oportunidad, para mí no era nuevo: había desistido de compartir con la raza humana, mucho antes de que un virus me lo exigiera. Asimismo, en esa oportunidad solo contábamos 20000 muertes, hoy hemos llegado a más de 3 millones en este planeta que por más que se enmascare y se ponga en un listado de vacunas sigue cayendo como flor mal herida ante el peso de los tiempos.
Y sin embargo, seguimos siendo los mismos, sacando la vuelta a las normas, evadiendo de cualquier forma nuestros impuestos, impuestos por aquellos que también rompen las normas y así ad infinitum. Sin embargo, hace un año me vestía de optimismo, o al menos me disfrazaba y vaticinaba (erradamente) que saldríamos de esta, que burlaríamos esta nueva epidemia que atenta indiscriminadamente contra cualquiera que se le cruce en su ruta perdedora.
Y una de las socráticas preguntas que me hice en ese momento, pues no tenía que ver nada con sus cuestionamientos, porque en el fondo soy un humano simplón, un sobreviviente del tercer mundo, que no anda pensando en la virtud, ni en la piedad, ni en la valentía, aunque esta última se ajusta de cierta forma a nuestra precaria existencia, porque, verdaderamente, se necesita de valentía para salir de casa a intentar ganarse el pan familiar, cuando cada 5 minutos muere un peruanito de junco y capulí y la ineptitud de esos gobernantes del modelo de libre mercado salen por todos los medios a festejar 200000 vacunas que se repartirán entre ellos en nuevo plan de vacunación que tendrá que ser cambiado porque las nuevas dosis no llegarán.
Pero también, hace un año, me llamé esquiliano: muertes-venganza-reconciliación, aun, claro, estamos en la segunda parte de esta trilogía vital, y muy lejos de alcanzar una reconciliación, aunque me esfuerce en creerlo, aunque me exija soñarlo despierto, aunque lo dibuje entre los vapores de mi ebriedad: esta humanidad yace distante de disculparse, se empecina en su terquedad individualista, en su “yo” más profundo y capitalista, y por más que por allí se colabore con unas monedas cristianas y sobrantes con los caídos o por los que están a punto de caer, esto, no nos está haciendo mejores, solo es un cobarde intento para tranquilizar a nuestra cobarde conciencia.
Mientras tanto el Ministerio de Educación de mi país, y el de muchos países de mi región discute el de volver a las clases presenciales, cayendo o tropezando, nuevamente, con esas urgencias que en realidad no son lo importante. Si algo nos ha enseñado este año, casi nulo en aprendizajes conceptuales (de eso sí estoy seguro) es que esta nueva manera de aprendernos, estas plataformas que han pasado a ser los nuevos hogares didácticos de todos los estudiantes, los homeschooling que hoy habitan y comparten todas las familias son la única arma que tenemos para evitar más contagios.
Y si bien, hace un año me mostraba escéptico del manejo de nuestro Ministerio en torno a su propuesta de Educación virtual, hoy, puedo decir que confirmo mis dudas, y si no fuera por el papel preponderante de nuestros resilientes docentes, que se han reinventado, que se han gastado todos sus megas en pro de sus alumnos, que han creado ambientes de grabación en las salas de sus casas, que han grabado clases en videos y las han colgado en más de una plataforma, que han armado grupos de whatsapp con sus chicos y contestan a sus dudas 24/7 como les gusta a los proactivos que no lo hacen, este proyecto, este año 2020-21 hubiera sido un rotundo y vergonzoso fracaso.
Nuestro Ministerio jamás fue capaz de entender que de cada 10 familias en el Perú solo 6 cuentan con un computador, y a más de un año de esta pandemia, el reparto de las tablets anunciado por el gobierno sigue siendo una quimera, una utopía mórica, una promesa electorera sin electores. Se habla de que el 60 % de estas ya fueron entregadas, pero no se cuenta con que muchas de estas familias no tiene acceso a internet, incluso los que cuentan con este, ya sabemos de la calidad de la señal y si a esto le sumamos los tres o cuatro hijos por familia conectados a las clases, el resultado es francamente esperable: el fracaso.
El programa de Aprendo en casa, hoy solamente transmitido por el canal del Estado (en el 2020 todos los canales de televisión se sumaron al proyecto, pero ya hablé del “yo” más profundo y capitalista, no?) si bien hizo un esfuerzo, más didáctico que pedagógico, creo que solo queda en eso, en 45 minutos que abarcan dos aulas, por ejemplo, 1ro y 2do de secundaria y no alcanza para complementar esa dosis que cubra el logro que se plantean en esas currículas alucinantes, vertiginosas, barrocas, que escriben los que nunca dictaron una clase.
Tras un año de educación virtual, algunas escuelas y universidades privadas han sabido correr la ola de la nueva normalidad, han implementado el uso del zoom en sus dictados, se valen del classroom, del meet, de plataformas más potentes como blackboard, canvas, moodle y los docentes, principalmente los universitarios, van de a pocos, rengueando con esta tecnología que se ha colado de un golpe y ha pasado a ocupar el 100 %, ese porcentaje que hace un año parecía un sueño de opio, un vuelo, un mal vuelo de ayahuasca y que hoy, disculpen la franqueza, estoy seguro: no nos salva del fracaso.
A un año de ese escrito, cuando solo habíamos pasado 10 días de encierro, cuando la humanidad miraba preocupada lo que se podía venir, y hoy yace envuelta en un luto perenne; pero tiene que pisar las calles nuevamente, y verse de lejos, y de lejos despedir a alguien amado, allí, insisto, radica nuestro verdadero aprendizaje, el de sobrevivir a nuestras torpezas, el de aprender a convivir con los nuestros, y hoy, aceptar que tras ese computador o smartphone están esos compañeros de clases, ese profesor rencauchado en tecnología con los cuales, algún día, no muy lejano, esperemos, nos abrazaremos.
(Ciudad de Palomino, día 401 de encierro por el coronavirus)
(*) Lima-Perú 1971 - Docente universitario, Licenciado en Educación con especialidad en Lengua y Literatura, asimismo llevó una Maestría en Docencia a Nivel Superior y Gestión Educativa y actualmente un Doctorado en Humanidades.
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