lunes, 5 de junio de 2023

Cristina Kirchner tomó distancia del armado electoral y el FdT quedó al borde de una guerra de internas

 Por Marcos Novaro

El único consuelo de los peronistas en estos días es que unos cuantos de sus gobernadores sobrevivirán al vendaval. Aunque tengan que buscar delfines de último momento algunos de ellos para sortear los límites constitucionales que, tarde pero seguro, se está ocupando la Corte de hacer valer. Y lo mismo sucederá con los sindicatos, claro.

Pero qué irá a pasar con esa fuerza a nivel nacional es un misterio, sin ninguna solución buena a la vista. De lo que no puede echarle la culpa más que a sí misma. 

Desde que se reunificó en el Frente de Todos, el peronismo se abrazó a políticas cada vez más inviables, tanto económicas como institucionales, y por primera vez está desmintiendo la sentencia que celebraba como astucia su histórica ubicuidad: esta vez no va a soltar a sus líderes en decadencia en la puerta del cementerio, se está metiendo de cabeza en él, abrazado a Cristina, prácticamente en su totalidad.

Lo que se agrava porque la señora parece ya no tener ideas ni voluntad para ordenar siquiera su gallinero más cercano, el que pueblan los más fieles kirchneristas. De allí que esta se esté volviendo la hora de “la interna de la interna”, ya no se enfrentan kirchneristas contra pejotistas, o albertistas, o massistas; ahora las disputas enfrentan a los fieles entre sí, quienes reclaman insistentemente a Cristina que intervenga y ponga orden, y no lo logran, no reciben de su parte una sola orientación que los desasne.

Es que su retiro definitivo de la competencia y el fin del operativo clamor no iban a ser gratis, y encima fueron pésimamente manejados. Pusieron en evidencia algo que ni el fanatismo más cerril pudo disimular: si la señora decidió borrarse fue para no pagar en forma personal los costos de la derrota que se viene, y porque no tiene la menor idea de cómo hacer para minimizar ese daño en las urnas. Se hizo a un lado, en suma, en el peor momento imaginable, sin ofrecer una alternativa, jugándose por otro candidato, y sin permitir que ningún otro haga el trabajo que ella ya no puede hacer.

Este desajuste mayúsculo e indisimulable entre lo que desean quienes aún le son fieles y lo que ella les ofrece fue quedando a la vista en los últimos actos públicos, y de forma más evidente se reveló en el último, el 25 de mayo, cuando la audiencia trabajosamente reunida fue defraudada con un discurso disperso e insustancial: cuanto más se acercaba el momento del cierre y la despedida, más se enfocaba la anfitriona en hablar del pasado, 2003, 2015, los setenta, lo que fuera, y más se dividía la concurrencia entre pedirle más, alguna idea con que orientarse en el presente, o un sacrificio de su parte que ya sabían no iban a conseguir, así que suspiraban resignados y buscaban la salida, no fuera cosa que la lluvia terminara de llevarse consigo el ya escaso entusiasmo con que habían llegado al encuentro. Los actos peronistas solían ser una fiesta, o en su defecto una batahola. Este fue uno de los más tristes y desanimados que se recuerden, ni siquiera hubo con quién pelear.

Como Cristina se borra, y se ocupó ya de que en el vacío que dejaba no pudiera haber más que una competencia de enanos y nadie tenga recursos suficientes para hacer el trabajo por ella, cada grupo peronista va ahora por la suya y detrás de una u otra quimera, persiguiendo objetivos que no tienen forma de alcanzar, y con altas chances de que sus esfuerzos se revelen pura fantasía o pérdida de tiempo.

Kicillof parece ser el único que tiene una meta precisa, porque ella consiste en quedarse donde está, y que la tormenta le pase de largo. Es decir, hacer lo que hacen todos los demás gobernadores peronistas, ignorando las enormes diferencias que lo separan de ellos. Para lo cual necesita que cuanto antes haya un candidato presidencial que conforme a los fanáticos, y sobre todo a Máximo, quien todavía conspira contra la reelección del bonaerense, creyendo que es posible un plan B en el distrito que se acomode mejor a los intereses de La Cámpora. Quimera número 1, que Axel está queriendo desactivar con otra no mucho más viable, la de Wado de Pedro.

Claro que lo que para Axel es apenas una forma de sacarle el cuerpo a la mancha venenosa de la candidatura nacional, para Wado y algunos más se ha vuelto el plan A: la apuesta por alinear al peronismo territorial detrás de un hijo putativo de Cristina, es decir, hacer de nuevo y en todo el país lo que el kirchnerismo logró justamente con Kicillof en 2019 en la provincia. Suena delirante, inoportuno, potencialmente suicida, pero es lo que parece una porción importante de ese sector va a intentar. Con el argumento de que el ministro del interior es un moderado, “para nada ideológico”, un cuento con que el propio de Pedro viene machacando desde que se inició la gestión del Frente de Todos, y que han comprado y reproducido la pareja gobernante santiagueña, Insfrán, Quintela y alguno que otro más, en suma, gente que tiene en común además de especializarse en simular convencimiento de cualquier cosa que les proporcione recursos contantes y sonantes, la carencia total de adhesiones fuera de sus distritos. Con eso y poco más Wado tratará de armar una fórmula que supere a Massa, a Scioli, o a ambos juntos, y mantenga unido el voto peronista a nivel nacional.

Es mucha imaginación la invertida en esta quimera número 2. Pero consideremos contra quiénes compite: la quimera de Máximo del “plan B” bonaerense, nada con mínimas chances, y la pretensión de los todavía llamados “moderados” de sustituir a Alberto como mascarón de proa del kirchnerismo y hacer su trabajo mejor que él, quimera número 3 con chances declinantes a medida que se agrava la crisis.

Scioli y Massa hacen, cada uno por su lado, esfuerzos por darle un candidato más centrista al peronismo, y es obvio que esa idea, en cualquier situación más o menos normal, tendría más posibilidades que la chapucera simulación de Wado de disfrazarse de lo que no es, o las locuras de Máximo. Pero el problema es que la situación no tiene nada de normal. Y se está ensañando precisamente con la base electoral de esos aspirantes ´moderados´. El voto centrista, proclive a la distribución y la intervención del Estado, pero poco ideológico y más ubicuo que virulento en todos los demás asuntos es el principal damnificado por la gestión de gobierno de Alberto y Cristina. Apelar hoy a esos votantes, encima con una fórmula semejante a la intentada en 2019, no parece lo más rendidor. Así que tal vez tenga razón Wado, y de todos los enanos en competencia, él sea el que pueda descollar. Sobre todo si la inflación y la recesión siguen devorándose la ventaja que tenía hace unos meses atrás el jefe de Economía.

Será, en cualquier caso, una diferencia mínima. Y puede que inconveniente. Porque por más que la dirigencia peronista se mantenga mayoritariamente alineada para esta elección, detrás de alguno de los candidatos mencionados, no hay que descartar que los distintos sectores del electorado que ella supo reunir en torno al FdT se dispersen. Y el peronismo perfore el piso de sus hasta aquí peores elecciones nacionales. Sería una respuesta muy razonable de los electores, por otro lado, a la pobreza de argumentos con que esa dirigencia encara la crisis que ha generado, y que no se parece en nada a la situación reinante en 2015, como quisiera hacernos creer Scioli, ni a la de 2019, como imagina de Pedro, y mucho menos a la que se enfrentó a fines de los noventa y en 2001, como a veces parece pensar Massa.

Lo cierto es que desde mediados de los setenta que el peronismo no se enfrentaba a un fracaso tan resonante e inapelable, a la vez económico e institucional. Esta vez sin violencia, es cierto, pero también sin militares dispuestos a sacarle la papa caliente de las manos. Una similitud y una diferencia que, como buenos setentistas que son, es natural que los K no entiendan en lo más mínimo.

De allí que a esa dirigencia no le convenga confiarse en la sentencia que lanzó días atrás Pepe Mujica, según la cual, como el peronismo soportó dictaduras, crisis y fracasos en el pasado, va a poder sobrellevar también este, por más resonante que él sea, y va a mantenerse unido, sino en el gobierno, volviendo locos a quienes gobiernen. Un pronóstico que a Mujica no es que le plazca, pero parece sí resultarle inmodificable y por lo tanto al que habría que acomodarse.

Quienes no parecen compartir esta idea son unos cuantos peronistas de provincia que no solo se abstienen ya de intervenir en las discusiones sobre el candido presidencial de su fuerza, sino que han empezado a intervenir en la interna de Juntos por el Cambio. En forma abierta como en el caso de Juan Schiaretti y Florencio Randazzo, o en forma más reservada pero tal vez más efectiva en términos electorales, en el caso de algunos otros gobernadores y dirigentes.

Puede que ninguno de ellos termine sumándose a la coalición opositora. Habrá que ver también si logran bloquear ese ingreso Mauricio Macri y Patricia Bullrich, como están tratando de hacer también con José Luis Espert. Pero esa discusión es lo de menos: gira en torno a las opciones tácticas de cada uno de los bandos en disputa en JxC, lo que les conviene o no para aumentar sus chances en las PASO, y sobre si es preciso ir en busca de los votantes peronistas decepcionados, y cómo hacerlo. Lo más importante no es nada de esto, sino que esa competencia interna ha ido ordenándose en torno a dos corrientes bien definidas, y que más allá de sus diferencias sobre instrumentos o medidas puntuales, y naturalmente sobre liderazgos, ambas comparten líneas estratégicas sobre la política económica e institucional que el país necesita. Y también sobre la condición para que esa política sea mínimamente viable: que no se cumpla el pronóstico de Mujica, y el peronismo no siga unido, y no se abroquele como una oposición desafiante, cuando pase esta elección.

© TN

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