Por Manuel Adorni
Se ha terminado finalmente la lucha por el cierre de listas para las elecciones que se vienen. Los candidatos están definidos e independientemente de las sorpresas y obviedades que se observaron, lo cierto es que se terminaron las especulaciones y comienzan a jugar las expectativas: qué se espera de cada candidato en caso de que logre llegar a ocupar el sillón de Rivadavia el próximo 10 de diciembre es lo que empieza realmente a importar.
Los desafíos son múltiples y la volatilidad del mercado dependerá de las encuestas –que nos acompañarán en cada tramo de la campaña electoral-, de los matices de los programas que presenten los candidatos y por sobre todo de sus planes económicos y de lo viable que se crean en el plano de la política real.
La economía argentina requiere imperiosamente entender qué es lo que viene hacia adelante. Ya no importa demasiado el candidato sino más bien que es lo que el mismo piensa hacer con el país. La gravedad de la situación, los escollos a resolver y la visible dificultad para avanzar en entendimientos desde el seno del poder trasladan a los próximos meses un panorama absolutamente incierto.
Deuda, tipo de cambio, emisión monetaria y leliqs, inflación descontrolada, deuda con importadores, exportaciones, presión impositiva, leyes laborales y precios controlados por el dedo oficial son solo alguno de los múltiples problemas de gravedad que nos acompañan y que día a día se agravan sin que nadie parezca tener la intención de hacer nada hasta que un nuevo gobierno tome el timón de este barco a la deriva.
Las demandas sociales serán seguramente una ventaja para muchos de los que hoy se encaminan a la Presidencia. Muchos decidieron aceptar que el descontrol del gasto público, el atraso en tarifas y el tipo de cambio y todas medidas populistas solo sirvieron para llevar a la Argentina a límites jamás imaginados.
Claudio Zuchovicki –colega y amigo- una vez más me dejó pensando: “En la Argentina por suerte hay cuestiones como la 'propiedad privada' que ya no se discuten”. Esta simple reflexión sintetizó tal vez lo que podemos esperar para los próximos tiempos: una sociedad harta de fracasos que entendió finalmente que la inversión, el trabajo y la educación son la única salida a un país agotado y sin ganas de seguir. El tiempo dirá si esto es realmente así o es simplemente un anhelo utópico que permite un respiro de optimismo entre tanta decadencia que por momentos no parece tener final a la vista.
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