Por Renato Salas Peña (*)
Betty BlueBetty Blue estaba locay yo la amaba como perroa su sexo y alma de hierro,lloroso cerré su boca
Hoy que en Lima, muchos limeñitos se congelan cual adoquines veraniegos vuelvo a pensar en los 37,2º que transmite una de las más celebradas películas francesas de los últimos 30 años: Betty Blue, título que recibe el film basado en la novela de Philippe Djiam y que estampa en nuestros fríos corazones una de las más bellas historias de amor.
Hace algunos días decidí hacer un regalo a mis alumnos (en verdad se lo merecían) y no encontré mejor forma que premiar su constancia redactora con una de mis películas favoritas y hurgando entre mi empolvada colección me hallé nuevamente con el tequila rápido de Zorg y su caja llena de gastados papeles que recuerdan algo que no se llega a saber y que lo encumbran en esos nóbeles perdidos en alguna playa al Sur de Francia o en una casucha en alguna favela de Río o para ser optimista en un edificio multifamiliar de Lima.
Si bien, esta es una película con categoría de erótica, el morbo primario (pienso en la primera escena) va quedando de lado ante la historia en sí, y es más, ante el amor que termina por devorar al espectador y envolverlo en la relación de Betty y Zorg; es más, y no lo podrán negar, tras culminar la cinta los personajes se mimetizan en uno, se persigue parecerse a ellos, o mínimo la tonada del endemoniado saxofón nos persigue por varios días.
Hoy tras 30 años exactos de su estreno una nueva generación de jóvenes se acerca a esta historia y aplaude la nerónica actitud de Betty al incendiar la casucha (eso es libertad). Salen en búsqueda de amigos como Lisa y Eddy (esa es amistad). Afilan su cuchilla para el mediocre crítico literario y la frígida comensal (eso es justicia). Roban un banco y se comprometen con el voyero (esa es solidaridad).
El vacío, el vacío del vientre, y nuevamente el vacío hacen de que Betty pierda de a poquitos la fe, esa, que mantiene en cordura a muchos, pero que ella empieza a olvidar en algún recoveco de su mente. Se extingue por partes, su fuego empieza a cesar, esa llama doble ya va a abandonando su calor. El calor de la mujer embarazada al despertarse por las mañanas: 37,2º.
Veo de reojo a mis alumnos tras casi estas tres horas de película y sé que son otros, es más, se los digo, así aun no lo entiendan, sé que comprenden el porqué de Zorg coge aquella almohada liberadora, sí, la misma que usó el Jefe con Jack Nicholson (Mc Murphy) en Atrapado sin salida, demostrando que la locura es parte de nosotros, que muchas veces la confundimos con la normalidad que imponen “los cuerdos” y los que quedamos aquí fingiendo solo somos eso: ficción, imaginación, mala copia de nosotros mismos.
(Ciudad de Palomino)
(*) Lima-Perú 1971 - Docente universitario, Licenciado en Educación con especialidad en Lengua y Literatura, asimismo llevó una Maestría en Docencia a Nivel Superior y Gestión Educativa y actualmente un Doctorado en Humanidades.
© Agensur.info
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