Por Arturo Pérez-Reverte |
En 1972, estando de visita en la casa familiar –yo vivía en Madrid desde hacía año y medio–, eché un vistazo a una revista muy entretenida a la que mis padres estaban entonces suscritos: Selecciones del Reader’s Digest. Y fue así cómo supe por primera vez de una película que por esas fechas estaba a punto de estrenarse en Estados Unidos y que había despertado allí una viva polémica, pues era la adaptación de una exitosa novela de Mario Puzo que trataba sobre la Mafia. El titular del artículo era: «Se rueda El Padrino«.
Me acordé de eso hace unos días, mientras veía los diez capítulos de la serie de televisión The Offer, donde se cuenta la complicada gestación de la que hoy es considerada una de las mejores películas de la historia del cine. Y entre episodio y episodio, sintiendo que lo que allí se contaba me era familiar, fui a la biblioteca, donde conservo medio centenar de ejemplares de aquellos Reader’s Digest que pertenecieron a mis padres, y busqué entre ellos el recuerdo. Lo encontré al fin en el número de abril: contaba el rodaje con cierto retraso, pues cuando se publicó la edición española –la revista era una traducción de la norteamericana– hacía ya un mes que la película se había estrenado en los Estados Unidos. Y fue eso lo que meses después me llevó al cine, en Madrid, a disfrutar del estreno en España de aquella obra maestra. Porque –que se mueran los feos– mi generación tuvo esa suerte: vimos estrenar en pantalla grande la trilogía de El Padrino, pero también Ben-Hur, Río Bravo, El hombre que mató a Liberty Valance, Los duelistas y tantas otras. Alguna ventaja ha de proporcionar, digo yo, haber cumplido los 71 años.
The Offer es extraordinaria, o a mí me lo parece. Consumidor habitual de series televisivas —desde hace cuatro décadas, cada noche veo una peli en DVD (antes VHS) o un par de capítulos de una serie— y hacía mucho que ninguna me atrapaba tanto. No llega a la altura de Hermanos de sangre, Mad Men o Los Soprano, por supuesto; pero está tan bien narrada, tan inteligentemente expuesta su combinación de drama y humor, que engancha sin remedio. Me calcé los diez episodios en tres noches. Lo hice con momentos de verdadera emoción, pues asistir al nacimiento de una obra inmortal como El Padrino es un privilegio. Y lo espléndido es que, como comprobé releyendo el artículo de la vieja revista, The Offer, salvando las naturales licencias en una obra que con mucha audacia combina realidad y ficción, se mantiene fiel a los hechos reales. A los avatares e incidentes que jalonaron la producción de la mítica película.
Si no la conocen todavía, les aconsejo que la vean. No hagan demasiado caso, en esta ocasión, a la crítica especializada que arruga la nariz y pone pegas. Basada en el libro del productor de la película Albert Ruddy, adaptado por seis brillantes guionistas, la serie es un canto de amor al gran cine y a los hombres y mujeres que lo hicieron posible: los desencuentros iniciales con la mafia estadounidense, las amarguras y triunfos de una aventura cinematográfica, el funcionamiento de los grandes estudios y la lucha de egos entre quienes los dirigían entonces, los sueños enfrentados al dinero, el éxito siempre cercano al fracaso, las referencias a otras películas de la época… Y los actores, Marlon Brando, Al Pacino, encarnados por otros actores a los que te acabas creyendo —a excepción de Meredith Garretson, a la que es imposible aceptar como la bellísima Ali MacGraw—, sin que apenas nada chirríe en su trabajo. Y la simpática interpretación del director Francis Ford Coppola —cuyo personaje me recuerda mucho a Álex de la Iglesia—. Y, sobre todo, la retorcida historia de amistad entre el productor Al Ruddy y el mafioso Joe Colombo —encarnado por un soberbio Giovanni Ribisi—, asombrosa por lo mucho y bien que refleja lo que realmente ocurrió entre ellos.
A diferencia de la crítica especializada española, que en general acogió la serie con entusiasmo, la norteamericana la trata con desdén. Amateur y desordenada, dicen unos. Demasiado dramatizada para causar efecto, aseguran otros. Detalles inútilmente exhaustivos, Carente de tensión, Guiños vacíos, sostienen terceros… Pero oigan. Me importa un huevo de pato. Como espectador seré muy elemental y poco exigente a ojos de los críticos gringos; pero lo cierto es que me zampé la serie de cabo a rabo con avidez, sin respirar, disfrutándola con la emoción de quien, desde que hace medio siglo vio El Padrino en el cine, le rinde culto como una de las mejores películas de todos los tiempos. Así que ya digo. Si aman el cine, échenle un vistazo a The Offer. Y ya me dirán.
© XLSemanal
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