Por Carmen Posadas |
Supongamos que a su coche acaban de estropeársele los frenos y se le presenta la siguiente situación: atropellar a un niño o a una anciana. ¿A quién mataría usted? Esta y otros dilemas éticos son a los que pronto tendrán que enfrentarse los compradores de un coche autónomo. Este tipo de vehículos aún no se han comercializado pero, cuando se desplacen con normalidad por las carreteras, deberán tomar decisiones difíciles, y en algunos casos de vida o muerte.
Para elegir cómo deben comportarse, gracias a un programa llamado “Máquina moral”, el usuario, al adquirir su coche, deberá decidir cuál es el resultado que considera más aceptable en hasta trece situaciones éticas similares a la que acabo de poner como ejemplo.
Esta noticia, que aparece cada tanto en los medios, compartió espacio semanas atrás con otras dos premonitorias también del mundo que nos espera a la vuelta de la esquina. La primera se hacía eco de la carta abierta que han firmado más de un millar de expertos, intelectuales e investigadores solicitando una moratoria en el desarrollo del ChatGPT, una herramienta basada en la inteligencia artificial capaz de competir con los humanos en un número creciente de tareas y que puede usarse tanto para destruir empleo como para crear y difundir informaciones falsas de aspecto tan real que resultan imposibles de diferenciar de las auténticas. Según los firmantes (entre los que se encuentra el propio Elon Musk (uno de los “padres” del ChatGPT y también, por cierto, del coche autónomo) “es necesario saber que la Inteligencia Artificial avanzada puede presentar un cambio profundo en la historia de la vida en la Tierra y debería ser planificada, gestionada y reglada con exquisito cuidado”.
La otra noticias es de índole distinta. Me refiero a la que ha acaparado todas las conversaciones y todas las tertulias televisivas semanas atrás: la maternidad (o abuelez, según se mire) de Ana Obregón mediante vientre de alquiler. Eliminando de la ecuación el hecho de que hay otros padres (en general son hombres) que han recurrido antes a este método de reproducción sin que se organizara tanto bochinche, me gustaría centrarme en lo que me parece más llamativo del caso. Por un lado el hecho de haber traído a la primera línea de la actualidad problemas que ya estaban ahí, como la falta de homogenización en el criterio de cómo y mediando qué condiciones se puede recurrir a la maternidad subrogada. ¿Debe ser altruista? ¿ Puede considerarse violencia contra las mujeres? ¿ ¿ Se debe pagar por este, por otro lado impagable “servicio”? ¿Es conveniente fabricarse una criatura cuando uno frisa los setenta años y la recién nacida tiene todas las papeletas para quedarse huérfana y sin familia alguna antes de la mayoría de edad? Cada una en su estilo, las noticias que acabo de mencionar tienen un nexo común, son consecuencia de avances científicos cada vez más sofisticados a los que podríamos añadir otras situaciones igualmente actuales, como la posibilidad de seleccionar bebés a la carta o todos los problemas que plantea un mundo cada vez más virtual. Estas y otras posibilidades similares apuntan a que nos encontramos ante nuevas realidades en las que avances de toda índole van muy por delante no solo de las leyes, también de la ética más elemental. Casos nunca vistos hasta el momento que se producen, además, en un tiempo en el que creencias religiosas así como una escala de valores laica y moderada han perdido predicamento dando paso, por un lado a personas que no creen en nada, y por otro a fanáticos religiosos no solo islamistas, también cristianos ultraconservadores como los que votan a Bolsonaro o a Trump.
No es conveniente confundir ética con moral pero verse desprovistos de ambas resulta preocupante cuando, como ocurre en este momento, nos encontramos ante circunstancias inéditas que requieren tanto de una como de otra. Cierto es que las leyes habrán de hacer su tarea y regular y/o poner límite a las nuevas situaciones que se avizoran. Pero, al fin y al cabo, ¿qué son las leyes sino una forma de ética imprescindible? Lo han sido siempre pero más aún ahora que la ciencia va muy por delante de ellas y se hace necesario repensarlo todo. Incluso lo más elemental, como que un coche no puede decidir por nosotros si mata a un niño o a una anciana, o qué consecuencias puede tener para las futuras generaciones el hecho de que se puedan “programar” bebés a la carta o comprarse uno para no estar solo –o sola– en la vejez.
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