Jean Pierre Bravo Zapata
Por Renato Salas Peña (*)
Como nos detestábamos nosotros no existía forma, no podíamos coincidir en nuestra más cercana lejanía, el solo medirnos a lo lejos era lo máximo que nos permitíamos.
Pero esos gajes de nuestro oficio, un oficio que ejerciste mientras yo trepaba alucinado a cuánto cerro imaginario y quijotesco se presentaba, un oficio que volviste arte porque lo hacías con pasión porque lo hacías con respeto porque así solías hacer las cosas tú: bien.
Pues este oficio, esta Tarea que habíamos pactado en separado dignificar nos unió en un bus rumbo a Huancayo, y al revisar el boleto, para la mala suerte de esta humanidad, este indicaba que a partir de allí debíamos hacer la ruta juntos, latear las calles de Lima juntos, irrumpir cual barbaros en las aulas y destrozarlo todo, robar de un pueblito mágico serrano ese cañazo que hacía de Ticlio una playa caribeña, robarnos los jueves, y también los viernes, y todos los días que se necesiten para que tus historias, las mías, crezcan, para que este par de mitológicos (mitómanos suena mal) limeños rescaten –mejor- nos rescatemos del olvido y en esa tu prosa tan palmiana siglo XX-XXI armes una nueva tradición en la Literatura (armes también se presta a malos pensamientos) escribas esas historias que en ti habitaban y que yo siempre quise contar.
El Jeampi era menor que yo, nació en el 74, ya cuando el Chino Velazco iba perdiendo las fuerzas, y tal vez por eso siempre se sintió tan libre, los curitas dominicos se encargaron de dar el retoque final o el reglazo final a esa libertad de la cual tantas veces abusamos, porque esa es la forma de vivir, porque esa es la exigencia del arte, porque esa es la venganza contra la sociedad. Sanmarquino, sin perlachayito ni perlachallanto, aunque a mí era al único, creo, que aguantaba cuando florecía andino de embriaguez y gritaba a todo pulmón, haciéndole coro a la Martina, que por cinco esquinas están, los sinchis entrando están, y él, benévolo, zapateaba a mi lado, olvidando por algunos minutos que era el conde, duque o marqués de Bonett que nunca encontramos en las hojas de historia.
Jean Pierre Bravo ha dictado 27 años, si es que no son 29, y ha visto a miles de peruanitos como han ido creciendo, a miles de estudiantes que estoy seguro llevan algo de él en ellos, y esa es, muchas veces, aunque suene románticamente estúpido, nuestro mejor obsequio, nuestra marca de presentación en este momento, cuando tienes que dejar estas galeras, cuando me abandonas el buque, y nos dejas, puta madre, tan huérfanos de ti, de tu olímpica voz que irrumpía por el aire y se escuchaba aquilesca por todos los pabellones, por todas la mesas de los bares que nos vieron en épicas batallas, en las que siempre ganabas, en las que me contaste tus cuentos cuando aun no nacían, cuando un día me leíste un poema, amigo, y confirmamos que eras un narrador.
El Bravo nos dejó dos libros: Cabos sueltos (2012) del cual escribí: libro que desde que lo abres te encuentras con esa punkeke eros-thanatos que asemeja a mi querida Betty Blue o con esos adolescentes llenos de barros en pos de un agarre sin brichería o tal vez quizá, así de refilón, con ese peleador de barrio que busca nivelarse este mes. Pero siempre esa constante en su narrativa que mueve al universo: el amor. Y La herencia violenta (2015) en donde nos hace cobrar esa herencia que creíamos olvidada, invitándonos a ritmo de nouvelle o diría yo: novela picaresca del S. XXI con retoques de humor negro y lastimero yaraví. Pero deja una novela en pendiente para su publicación: Corruptos puntocom (El faenón) que como él lo indicó es una suerte de trilogía tragicómica (considerando su estilo) de la historia del Perú en los últimos años. (Tarea pendiente para nosotros sus amigos).
Jeampi fue mi último amigo, compartimos papás, familias, fiestas infantiles, en las cuales al último las hacíamos nuestras, cumpleaños que nos exigíamos que sean felices, reuniones improvisadas que terminaban en feria, conciertos en los que gritábamos que hubo un tiempo que fuimos hermosos, recitales y presentaciones de libros de los cuales queríamos huir (al menos yo) para empezar el verdadero recital en algún bar, academias en casonas desgastadas que renacían con su dictado, y esas charlas interminables, esa competencia que hacíamos en las mesas anotando con nuestras tizas de colores antialérgicas a escritores que nunca nadie conocerá mejor que nosotros o esos silencios que se apoderaban del aire de cuando en vez.
Jean Pierre Bravo Zapata se fue ayer, y me ha dejado tan solo que tengo miedo, tengo miedo de que acabe este encierro y no lo pueda tener a mi lado, no pueda esperar de él ese prólogo a mi próximo poemario, no podamos volver a escuchar Sui generis, no planeemos juntos un nuevo recital, no nos tomemos el último guiskisito mientras con esa su voz me dice tan tiernamente que soy un flaco loco de mierda.
(Ciudad de Palomino, un 21 de mayo del 2021, a un día de tu partida).
(*) Lima-Perú 1971 - Docente universitario, Licenciado en Educación con especialidad en Lengua y Literatura, asimismo llevó una Maestría en Docencia a Nivel Superior y Gestión Educativa y actualmente un Doctorado en Humanidades.
© Agensur.info
Magnífica crónica, estimado. Recuerdo un poco antes de la pandemia, que te encontré con él en el Queirolo o Don Lucho, no recuerdo bien. Tu mesa estaba llena, pero nos hiciste un "campito" al loco Arturo y a mí. Ahí conocí al legendario Jean Pierre, del cual había escuchado mucho de casi todos ustedes, los Sacos ( Rudy; Camasquita, Carlos el Che, Arturo, Renato) .
ResponderEliminarNo podíamos casi ni conversar porque un enjambre de tus amigos de toda la vida invadían la mesa cada vez que se llenaba de cervezas y se la acababan con un ímpetu vikingo). Jean Pierre hablaba muy emocionado sobre su próximo libro ( que tu presentaste en Los Olivos).
Gracias, Henry, con tus palabras completas la historia.
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