Por Renato Salas Peña (*)
Recuerdo mi etapa escolar desde diferentes puertos: la primera, marcada por la enseñanza de los curitas trinitarios y la segunda, esa apertura al mundo laico y libre-pensador que nos da el arte, y lógico, lo que resultaron los años 80 en mi pedazo de tierra llamado Perú.
Pero más allá de todo estilo de enseñanza (por más que se intentara ser progres) al momento de calificar quedábamos resumidos a nuestro sistema vigesimal, hoy, sabiamente rubricado a letras, o sea, más de los mismo y el que no sacara más de 11 era reprobado con un vergonzoso color rojo que era la marca que se hacía al rebaño que estaba destinado al fracaso social.
Los alumnos que aprendían las fórmulas matemáticas y químicas, las fechas históricas de todas nuestras batallas perdidas, los datos de autores que nunca leyeron (y menos disfrutaron), los senos y cosenos que jamás hallaron de verdad eran las pruebas de que sí sabían y que estaban listos para salir al ritmo de ladrillos en la pared, para enfrentarse a este sistema competitivo y casi criminal.
Hoy, ya bien ubicados en este siglo XXI, se viene dando una vuelta de tuerca a este sistema que se asentaba en lo que podríamos llamar exclusivamente “habilidades duras”, es decir, esa sumatoria de conocimientos académicos acumulados o arrumados en alguna parte de nuestros hemisferios y que hemos colocado cronológicamente en varios papeles que aseguran que somos capaces o aptos para algo.
Y eso no está mal, claro, sí está mal si es lo único que se mide o califica al evaluar a una persona: las personas, los seres humanos también se relacionan, somos animales sociales, generamos clubs de amigos del barrio y nos comunicamos, contamos nuestras victorias y mucho más nuestras derrotas; somos creativos desde que nos lanzan a este mundo, y prueba de eso, es que hasta hoy estamos habitando este planeta; jugamos en el equipo, hacemos ollas comunes que nos salvan del hambre, colectas para el compañero que hoy tuvo la mala suerte de caerse; solemos ser responsables cuando la situación lo amerita, esto es, cuando vemos que la justicia a trancas y barrancas se abre paso; somos honestos, porque aun creo en la humanidad y unos cuantos truhanes, definitivamente, no la son, para mí, lo son aquellos que salen a diario a sacarse el alma por su familia que es nuestro país; y ese es el compromiso, la proactividad que la han puesto de moda, pero que siempre ha existido en el sudor del pueblo, este pueblo que ha creado más de mil formas para resolver sus problemas, sus hambres, sus deudas y de esas ideas innovadoras han llegado a sobrevivir durante toda nuestra historia.
Un estudiante no es brillante por el 20 o por la AD que obtuvo, claro, nadie niega que se ha dado un esfuerzo para llegar a esa calificación y debería premiársele, nadie discute que el primero en cruzar la meta es el que gana la medalla (y soy un convencido que no a todos se les tiene que dar medalla), que hay que aplaudir a ritmo de ovación al virtuoso músico, pintor, poeta, bailarín, etc. Pero, eso no lo hace mejor a los otros, solo es más competitivo en determinada área de nuestro amplio terreno humano del desenvolvimiento en nuestro día a día, en ese trajín diario en el que necesitamos relacionarnos comunicativamente, con creatividad y siendo responsables y comprometidos de pertenecer a un equipo que en honestidad resuelva problemas con ideas innovadoras, esas son nuestras habilidades blandas, sin estas nuestra nota de 20 o AD naufraga en el olvido, flota solitaria en el mar de la nada, lobo estepario que aúlla en busca de su manada.
(Ciudad de Palomino)
(*) Lima-Perú 1971 - Docente universitario, Licenciado en Educación con especialidad en Lengua y Literatura, asimismo llevó una Maestría en Docencia a Nivel Superior y Gestión Educativa y actualmente un Doctorado en Humanidades.
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