Por Claudio Jacquelin
¿Gesto de autoridad o de desesperación? ¿Emancipación y construcción de liderazgo o suicidio político? ¿Fijación de límites o traición? ¿Reconfiguración de alianzas internas o ruptura? ¿Defensa de la autonomía porteña o cambio de reglas de juego?
La respuesta a cada una de esas preguntas que abrió la decisión de Horacio Rodríguez Larreta de desacoplar las elecciones porteñas de las nacionales depende de la pertenencia a cada lado de la grieta que ayer terminó por dividir al Pro en dos bandos duramente enfrentados. De un lado, quedó solo el larretismo y, del otro, el macrismo duro, en el que detrás de Mauricio Macri, se enrolan Patricia Bullrich y María Eugenia Vidal, las otras dos precandidatas presidenciales del espacio.
Más allá de la dicotomía que impone cada segmento, las respuestas más acertadas a esos interrogantes se encuentran en una combinación de todos aquellos términos. En cada uno hay una cuota de verdad que explica lo que pasó y lo que se pretende.
Para los larretistas, finalmente, su jefe dio un gesto de autoridad, tuvo un acto de emancipación y fijó límites, que es lo que importa en términos políticos, después de que la cúpula amarilla, con el peso decisivo de Macri, terminara de inclinar la balanza en su contra y en favor de Bullrich y Vidal en la disputa electoral. En esa deriva, dicen, el macrismo pretendía, además, obligarlo a favorecer en la disputa porteña a Jorge Macri en desmedro del acuerdo de fair play con el radicalismo, que tiene de precandidato en la ciudad a Martín Lousteau. Una acción que pondría en cuestión, por añadidura, la construcción nacional del larretismo.
En lo formal, no obstante, Larreta y sus voceros prefieren argumentar que su decisión de diferenciar formas de votar entre lo nacional y lo local no implica un cambio de reglas en medio del proceso, como lo acusan. Sostienen, por el contrario, que solo se trata de respetar lo establecido en el Código Electoral porteño vigente, que preserva la autonomía porteña y protege la independencia para elegir de los habitantes de la ciudad, para la cual el jefe de gobierno debe anunciar la convocataria a elecciones el proxímo viernes 14, como fecha límite. Poco importa ahora que esa norma se haya alterado en el umbral del proceso electoral de 2019, por iniciativa y en beneficio, paradójicamente, del propio Macri, para ayudar, con comicios unificados, a su complicado (y, finalmente, fallido) intento de reelección. Nadie resiste un archivo.
Los macristas puros acusan a Larreta de hacer un gesto de desesperación, sobre el filo de las fechas, para salir de un largo proceso de caída en intención de voto y tratar de relanzar su postulación. Lo consideran un suicidio político frente a las bases macristas y también ante la sociedad no politizada y un camino hacia una ruptura que dejará a Larreta solo y enfrentado a los dirigentes amarillos más relevantes, para privilegiar acuerdos con una parte del radicalismo y con la Coalición Cívica, lo que lo identificaría, dicen, con “la casta”, que el antisistema Javier Milei viene atacando con éxito creciente. Ya nadie se guarda nada.
Agregan los macristas que el desacople de la elección porteña, por desdoblamiento de las boletas, es un cambio de reglas (respecto de 2019) en su beneficio, que producirá más gastos a la ciudad, será engorroso para los electores y difícil de implementar por la Justicia electoral, aspectos todos que sólo alimentarán el rechazo que la sociedad siente hacia la política.
Desafío crucial para Larreta
Ese es el argumento con el que el macrismo se anticipó a la medida para tratar de abortarla. Con él machacan y machacarán sobre el jefe de gobierno con la convicción de que más allá de su veracidad tiene todos los condimentos para resultar verosímil ante una ciudadanía para la cual la dirigencia se encuentra bajo estado de sospecha o es inapelablemente culpable ante cualquier decisión que no le agrade o la complique. Contrarrestar esa prédica será un desafío demasiado grande para Larreta. Tal vez, decisivo.
Lo que resulta evidente, al margen de estas construcciones de sentido parciales y subjetivas, es que la decisión del jefe de gobierno porteño terminó por blanquear los posicionamientos y conflictos internos que se venían consolidando en el Pro y que la decisión de Macri de no intentar nuevamente una candidatura presidencial había profundizado. La disputa pendiente hasta este lunes sobre el sistema de elección porteña estaba destinada a detonarlo y era la prueba de fuego (de carácter o de amor) para Larreta. El momento, finalmente, llegó.
La gran duda que queda abierta es hasta dónde llegará esta división del Pro. La hipótesis de una fractura (quizá definitiva) dentro del macrismo pasa ahora del status de posibilidad al de probabilidad.
Los vínculos políticos y las relaciones personales que ya venían en crisis entre el larretismo y el macrismo ampliado están ahora demasiado agrietados como para imaginar recomposiciones en medio de una disputa electoral antes que para prever reordenamientos radicales. Ni hablar si finalmente el Pro dejara de administrar la ciudad. Los dos espacios que hasta hace nada tenían contornos líquidos y relaciones más o menos fluidas, están en curso de solidificación y obturación de ductos acelerados.
La magnitud de la disputa hacia el interior del Pro es sustantiva y mayúscula. Para comprenderla mejor debe considerarse que en el actual proceso electoral en marcha se definirá mucho más que el próximo jefe de gobierno de la Ciudad, e incluso, quién será el candidato presidencial de este espacio o la propuesta de gobierno que llevará. No es poco, pero no es todo.
Lo que está en juego es algo mucho más profundo para cualquier partido y hace a su esencia e identidad. Se trata del liderazgo político interno del Pro. Y esa definición incluye en esta instancia, nada más ni nada menos, que la vigencia o la caducidad política (ya no electoral) de su creador y otrora dueño absoluto. Cambio de época o renovación. Esa es la discusión final.
Lo singular de lo que está sucediendo en el Pro es que semejante definición vital se precipite por cuestiones que en apariencia podrían ser cuasi formales y coyunturales. Nada nuevo. Las discusiones de poder suelen dispararse por asuntos en apariencia banales cuando, sobre todo, se pone en juego el liderazgo. Porque de eso no se habla. Se actúa. Y sobre eso operan las ambiciones, los intereses y las expectativas de todos los actores amarillos, para posicionarse y dar pelea.
En tal contexto, no conviene minimizar lo que se discute en la superficie. La elección porteña es un tema existencial para el macrismo y para Macri en particular. La preservación del bastión donde nació y se proyectó hacia las grandes ligas de la política su figura y su partido es vital. Y se da en todas las dimensiones concretas y simbólicas de la política. Allí está su capital, en todo sentido.
El beneficio que para el radical Lousteau significaría competir en la PASO cambiamieta solo con una boleta local, desprendida de las candidaturas presidenciales, se interpreta como una decisión con el efecto inversamente proporcional para Jorge Macri, el candidato que sostiene todo el macrismo y que no casualmente lleva el apellido del padre fundador. Imperdonable.
Las discusiones institucionales y operativas sobre la elección porteña incluyen, como ocurre siempre, las dimensiones personales de la política, que suelen jugar un papel decisivo en la Historia. Tras su “renunciamiento” electoral, hace dos semanas, Macri dio muestras elocuentes de no estar dispuesto a tramitar su jubilación política ni a ser prescindente en el proceso de renovación del gerenciamiento de su empresa política. Nada que él no hubiera experimentado en el emporio familiar con su padre, Franco.
Así lo interpretó Larreta, para quien esa tutela no solo obtura la construcción de su propio liderazgo sino que también se orientaba a complicar su postulación presidencial y, eventualmente, a condicionar su Presidencia, si esto llegara a ocurrir. El larretismo, preocupado, además, por el ascenso sostenido en las encuestas de Bullrich, tomó nota rápidamente y lo incluyó en las columnas de amenazas y riesgos severos para tratar de sacarse ese lazo.
“Desde que se bajó de la disputa electoral, Mauricio no dejó de inclinar la balanza en contra de Horacio y los suyos ya no le hacen bullying, sino que juegan al bowling con su cabeza. En un momento había que poner un límite”, argumenta uno de los dirigentes políticos más cercano al jefe de gobierno, que aún mantiene diálogo con sus adversarios.
“Mauricio se enojó porque dice que Horacio no lo consultó. Eso explica todo, quiere seguir siendo el dueño, hasta para definir el modo de votar en la ciudad, que es una potestad del jefe de gobierno”, dice uno de los dirigentes que más conoce y trata a Larreta. Así de mal están las relaciones.
Del otro, lado admiten que es inaceptable que el precandidato presidencial no trate de asegurar la continuidad de la administración de la ciudad en manos del Pro. “Además, él fue quien llevó a Jorge [Macri] a la ciudad, lo puso en su Gabinete y ahora no lo banca”, agregan.
Ahí, los argumentos y las motivaciones finales del jefe de gobierno como las acusaciones que le lanzan desde el macrismo encuentran un punto de encuentro. Los intereses y las ambiciones personales y políticas juegan y jugaron un papel crucial. La discusión de principios sobre cuestiones institucionales, en cambio, podría enmarcarse en un debate marxista. De Groucho Marx. Unos y otros han mutado sus posicionamientos frente a las reglas de juego, según circunstancias y conveniencias con notable plasticidad.
“Horacio se está suicidando. Lo van a castigar los votantes de del Pro y la gente común que no va a entender porqué va a tener que votar dos veces en un mismo día, en urnas electrónicas para la ciudad y con boletas sábanas de papel para la Nación”, esgrimen los macristas, con una falsa compasión por el destino político de su adversario.
Disputa cruenta
La disputa acaba de comenzar y promete ser cruenta. En el bastión porteño se puede estar jugando la suerte de la elección presidencial. En ese plano vuelve a surgir las incógnitas centrales que han venido signando la campaña de los dos principales aspirantes amarillos.
¿Larreta no está trabajando demasiado para una hipotética gobernabilidad futura a costa de poner en riesgo su suerte definitiva en la PASO de Juntos por el Cambio? ¿Bullrich no está poniendo toda su energía solo en ganar la PASO, a riesgo de complicar luego un eventual gobierno, con la consolidación de una identidad muy confrontativa, destinada a agradar al núcleo duro, sin propensión a construir consensos?
En esas preguntas también se pueden encontrar hipótesis y respuestas para entender la decisión de Larreta de desdoblar la elección porteña y el rechazo absoluto del macrismo puro y duro. Además de los intereses, unos y otros miran distinto el futuro.
El riesgo de una fractura mayor en el seno del Pro, que acaba de abrirse, amenaza con generar nuevas fisuras en JxC. Nuevas oportunidades para el oficialismo, a pesar de sus problemas casi insolubles, y para los libertarios antisistema, pese a sus escandalosos exabruptos y sus propuestas extremas. El proceso electoral promete ser más largo e incierto de lo que ya se preveía.
© La Nación
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