Por Roberto García |
Faltaba uno del rubro peronista. Por lo menos. Y del interior. En esa estantería partidaria no abundan las ofertas, menos los productos consolidados, y la dueña de la franquicia no acierta con ningún señuelo propio.
Para conquistar el mercado, entonces, se debe anotar la marca Uñac (Sergio, gobernador de San Juan, para más datos), inspirada en las habilidades publicitarias de Ramiro Agulla, quien le prepara la campaña con reminiscencias menemistas: improvisaron estudios temporales en Pilar, en los mismos lugares que alguna vez se hicieron spots del mandatario riojano en décadas pasadas.
Ya se consumaron las tomas del candidato sanjuanino, con generoso despliegue técnico, drones y personal para impulsarlo a la Casa Rosada y competir en la grilla con Alberto Fernández, Massa, De Pedro, Scioli, Schiaretti o algún otro de esa fracción que se imagine. Ante el vacío, el gobernador se considera merecedor de la aspiración presidencial.
O, tal vez, Uñac se incorporó a las costosas calidades fílmicas capitalinas para intentar la renovación de su mandato en la provincia, ya que en la última elección ganó por poco, su performance fue bastante discutida. Habrá que aguardar si el gasto o la ambición son desmedidos para un emprendimiento u otro.
Dudoso parece, sin embargo, que sea el “falso tapado” del interior que pregona el cristinismo como otro aspirante a la Rosada. Por el contrario, Uñac iría por sí mismo, se afirmó desplazando con anestesia del poder sanjuanino al veterano Gioja, un alineado con la vice, y hasta coqueteó formar una alianza con sectores de Javier Milei, de formidable penetración en ese territorio. Se le imputa en La Cámpora infidelidad peronista, lo que vendría a ser un oxímoron, quizás porque se negó a firmar el juicio político contra la Corte. Más delito que infracción, según la jerga K.
Rivales. Enfrenta, en las posibilidades, a otro gobernador que seduce a la viuda de Kirchner como postulante en sus vigilias: Gerardo Zamora, de nulo cuestionamiento en Santiago del Estero, arrodillado ante la dama y a la espera de convocatorias superiores. A Cristina no le disgusta, la esposa es su dócil segunda en el Senado (Claudia Ledesma Abdala). Y le queda a este gobernador un tanto a favor: todavía la viuda no lo escuchó cantar, está reputado como un encantador profesional de la música y, a ella, como se sabe, le fascinan los artistas.
Pero el misterio es Uñac –siempre encerrado en su provincia, flexible, sin pertenencia– y su eventual lanzamiento. Cristina no lo registra: mantiene su convicción presidencial en Sergio Massa, al mismo tiempo que el ministro de Economía no renuncia a esa posibilidad. Ni la suma de encuestas contrarias derrumban ese propósito común, menos el abandono de algún partidario (caso Ariel Sujarchuk, de Escobar) o el aislamiento crítico al que lo conduce La Cámpora, organización ensimismada con el acto del próximo 13 contra la Corte Suprema. Un día, creen, para la entronización de Cristina en las calles, a quien le piden que renuncie al renunciamiento de ser candidata.
Esos concurrentes fanáticos, sin embargo, no comparten su entusiasmo por Massa, al que consideran “hombre de la Embajada” (Grabois) o sospechoso conciliador con bancos y fondos extranjeros. Son socios que gratifican la vida.
Pero el enojo de la agrupación, de parasitaria tarea frente a la de Massa, podría ampararse en algunas medidas del aluvión que propone el ministro todos los días, un ejercicio de sorprendente hiperactividad. Algunas, en la vorágine, generan perlas de naturaleza casi criminal. Por ejemplo, darle un dólar de 300 a ciertos exportadores y, a esos mismos con deudas en el exterior, permitirles pagar con un dólar de 210. Poco explicable esa falta de atención con el cuidado de las reservas, sin disponer de malos pensamientos sobre ciertos beneficiarios.
Esas fallas en los números de la economía invitan a un colapso, por el descontrol monetario y la realidad de que nadie vende dólares. Intrigante la actitud de Cristina: no hace caso a sus súbditos y se entrega al ministro. A su vez, este confía tanto en sus propias capacidades, que se ha convertido en Deportivo Massa. Piensa en los milagros, como cuando dirigía al club Tigre. Difícil que salga campeón.
Esta pacífica integración del dúo incrementa la tirantez con Alberto Fernández, quien acaba de tratar de vagos a De Pedro y a Larroque, un provocador quizás porque no logra que renuncien a sus sinecuras. En un exceso de optimismo, el mandatario se ha convencido de su propia reelección y hasta designó a un auxiliar, Santiago Cafiero, para que pelee por la interna de la provincia de Buenos Aires contra Axel Kicillof.
El actual gobernador está tan afectado por los disturbios de Berni con los colectiveros que, obligado, salió a las pantallas para denunciar confabulaciones opositoras con una disfemia superior a la que trastornaba a De Pedro hace un tiempo. Ocurren estos balbuceos cuando uno es forzado a interpretar un libreto que no ha escrito. Alberto no ha sido el único títere durante el kirchnerismo.
Es una costumbre en el oficialismo, la dependencia exigente a la doctora. En la última sesión del Consejo de la Magistratura, en la que el kirchnerismo fue arrasado por la oposición, en un cuarto intermedio el consejero Gerónimo Ustarroz –dilecto militante de Cristina, medio hermano de De Pedro, hoy enfrentado con otro colega del ramo, el desubicado para ellos Rodolfo Tailhade– se cruzó a la plaza para hablar por teléfono y, presuntamente, escuchar las instrucciones sobre su actuación en el bloque: el/la director/a técnico/a enviaba órdenes a su soldado, posiblemente a los gritos, desde el exterior.
Patética resultó luego la participación de Ustarroz en el recinto: se la pasó observando su celular para ver si lo llamaban, sus ojos y actos depositados en el negro aparatito, como si hubiera alguien que lo vigilaba. El tercer ojo.
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