Josimar Cavalier, poeta peruano |
Por Renato Salas Peña (*)
En el año 1992, para ser más exacto, el 12 de setiembre, y para ser más exacto aun, cuando me dirigía a clases a la Universidad de San Marcos, me di con la noticia que habían atrapado a uno de los peores criminales de guerra que ha tenido nuestro país: Abimael Guzmán Reynoso, idolatrado mesías político que puso en jaque a tres gobiernos consecutivos de nuestro país que se desangraba por todos sus costados, y si no, iba muriendo a causa del hambre que atravesaba nuestra nación.
Considero que dos hechos terminan desencadenando esta captura, que luego, será documentada en películas, series, documentales e hiperbólicamente generará el morbo periodístico de los diarios de a china, estos eventos fueron: el asesinato de la lideresa barrial María Elena Moyano Delgado perpetrado el 15 de febrero y el atentado con un coche bomba el 16 de julio, en una calle miraflorina, que causó la muerte de 25 personas y 155 heridos.
Estos dos atentados son el empuje final, la obligatoriedad del “hacer algo al respecto” para la PNP y que ese movimiento ridiculizado y pasado por alto en un comienzo en un pueblito de Chuschi, 12 años antes, tenía que llegar a su fin.
Jossimar Cavalier es un nuevo cronista de este siglo XXI, es un vate que rescata nuestra historia, la desentraña, para poder visionar lo que se nos viene, lo que se nos vaticina en este nuevo tiempo republicano, es por esto que ha realizado, primero, un estudio histórico, de revisión de documentación, para luego procesarlo y en esa interiorización poder llevarlo al lenguaje poético, de emoción expresiva, viendo en María Elena Moyano a esa mujer peruana, a esa madre peruana, y en especial, a sus tres madres.
El libro recorre cuatro apartados: Terrorismo, Promoción y propaganda, Sabotaje y Aniquilamiento selectivo en donde nuestro autor nos atraviesa con 16 textos que parten de manera incendiaria:
Y qué hacer de pronto si al caer la noche
Se apagan las luces
Y se prenden los cerros
Esa imagen terrorífica para cualquier peruanito de junco y capulí que suba los 45 años ha sido engendrada a través de la leche materna del miedo, a través de esa sonda que nos mantenía casi vivos, a través de esas colas infernales por algunos panes populares, y el miedo, siempre el miedo, siempre el estar alertas, y el de cuidar a nuestras mascotas para que no acaben inmoladas y abrazando a un poste.
Nuestro poeta nos envuelve en esa pobreza vallejiana, en ese dolor de humanos que cenan alrededor de una mesa apolillada, el luchar contra las moscas por nuestra propia sopa, o quizás nos da a ritmo de elegía de copla de pie quebrado un intento de salvar del olvido a esos seres anónimos que se mantendrán anónimos por siempre más allá de nuestro recuerdo, de nuestro aullido de dolor, porque siempre tenemos la promesa del
Ya vuelvo no demoro dijiste
Y ese Ya no más… en anáfora como anunciando un canto tántrico, como anunciando el final que tantas veces se repite.
Cavalier nos ha dado como un torrente de agonía en esta primera parte del libro, la historia de María Elena Moyano Delgado y no se ha callado nada, no se ha escondido nada, no ha sido ruin con su lector, se ha entregado al personaje, lo ha sacrificado, como lo hizo Homero con Aquiles para luego llevarnos a esa contextualización que casi nadie entendía, que era tan lejana a nuestras formas de hablar, quiénes eran esos señores (Marx, Lenin, Mao) a que comité pertenecían, dónde quedaban sus esteras en ese inmenso paisaje lunar que se repite y se repite del solo cansancio que es el elevar los pies entre esa arena de ensueños.Nuestro autor, en un acto heroico de humildad pide disculpas por la demora (2023 – 1992) 31 años para poder donar su canto, para poder moldear en este primer testimonio poético a este personaje de nuestra intrahistoria, de esos que son olvidados de los libros, que sirven únicamente para la foto correspondiente que dé popularidad, un poco de rating, como Cavalier sabe rescatar con la figura del inefable Augusto Ferrando.
El libro va cerrando porque el espacio, porque el tiempo aun no está a favor de los pequeños, y el poeta se apoya en los periódicos, desde esa mirada del cronista, del acucioso investigador, del delicado buscador de las palabras, y ante tanta verdad, y ante tantas dudas recurre a la memoria del periodismo, a la memoria del cuerpo, así como Vallejo puso de escenario el dolor de su propio cuerpo, Jossimar, hace una autopsia personal y las manos, las piernas, la voz, el corazón quedan expuestos, a manera de ofrenda, porque eso es lo que somos: una ofrenda para nuestra propia historia.
(Ciudad de Palomino, lunes de resaca)
(*) Lima-Perú 1971 - Docente universitario, Licenciado en Educación con especialidad en Lengua y Literatura, asimismo llevó una Maestría en Docencia a Nivel Superior y Gestión Educativa y actualmente un Doctorado en Humanidades.
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