domingo, 2 de abril de 2023

Kirchneristas en busca de una causa

 Por James Neilson

En otras latitudes, no es nada frecuente que un político consiga engendrar un ismo propio; para hacerlo, tiene que liderar una corriente ideológica distinta de las que hasta entonces habían predominado y que, sin encontrar mucha resistencia, termine erigiéndose en la nueva ortodoxia. Es lo que, en su momento, hicieron Charles de Gaulle, Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Tony Blair al encabezar movimientos rupturistas que tendrían repercusiones en muchas partes del planeta.

En este ámbito, como en muchos otros, la Argentina es diferente. Aquí, los personajes así honrados abundan, acaso porque los grandes relatos internacionales nunca llegaron a incidir tanto como en Europa y han proliferado tanto los partidos unipersonales que a muchos les parecía relativamente fácil improvisar variantes a primera vista novedosas de los idearios en boga, de ahí el alfonsinismo, el menemismo y un sinnúmero de otros que pronto caerían en el olvido.

Sea como fuere, pocos ismos han resultado ser tan exitosos en la Argentina, sin por eso influir en el pensamiento de políticos de otros países, como el plasmado por los Kirchner. Ha tenido un impacto decididamente mayor en la vida nacional que los elaborados por los equipos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem. Un pragmático nato, luego de encontrarse en la presidencia, Néstor Kirchner se puso a ensamblar uno en base a trozos de materia ya existente pero que otros creían desactualizado. Retocado por su esposa y sucesora Cristina, el “relato” confeccionado por Néstor sedujo a una parte sustancial del electorado.

No conformes con inventar un ismo propio, los kirchneristas aseguraron que otro, el que atribuyeron a Mauricio Macri, les proporcionaría un enemigo ideológico de fuste. Es por tal motivo que les asestó un golpe muy doloroso la decisión del blanco de sus dardos más venenosos de borrarse de la lista de precandidatos presidenciales, privándolos así de un adversario que, tanto por la desafortunada etapa final de su gestión económica como por las desventajas que le ha supuesto un apellido notoriamente relacionado con “la patria contratista”, contribuía a cohesionarlos. De haberse presentado, Macri podría haber ganado en las urnas, pero entonces hubiera enfrentado una oposición aún más visceral que la que a buen seguro procurará arruinar la gestión de cualquier otro mandatario procedente de Juntos por el Cambio.

Aunque es de prever que Alberto Fernández continúe tratando de asustar a la gente hablando del peligro de que regresen para atormentarla sujetos que comparten las ideas y los principios del odioso ingeniero Macri, sabrá que las advertencias en tal sentido habían dejado de tener el efecto deseado bien antes de que el fundador del PRO optara por dar un paso al costado para desempeñar un papel que acaso sea equiparable con aquel de Lionel Scaloni en el mundo del fútbol que tanto lo entusiasma. Por ser el kirchnerismo un movimiento que es intrínsecamente opositor, le convenía contar con la candidatura del hombre que en su propia demonología encarnaba el mal, un rol que en adelante tendrán que cumplir personas como Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales u otro aspirante de Juntos por el Cambio, ya que por razones tácticas los propagandistas del oficialismo son reacios a bombardear con epítetos insultantes al libertario furibundo Javier Milei.

Aunque es penosamente evidente que, en términos prácticos, el kirchnerismo ha sido un fracaso calamitoso, ello no quiere decir que, luego de un intervalo breve, no surja otro credo de características parecidas basado en los prejuicios de quienes tenían motivos personales para creerse víctimas de una sociedad injusta que les es ajena.

Con todo, si bien a los Kirchner les resultó políticamente provechoso movilizar el rencor que tantos sentían, atizarlo no los ayudó a atenuar los muchos problemas que lo habían generado. Por el contrario, sólo serviría para agravarlos aún más, lo que obligaría a los líderes de la agrupación a intentar suplementar la parte emotiva y en buena medida negativa de su prédica con ideas nuevas. Para sorpresa de nadie, no han sabido hacerlo; al igual que el país, están en bancarrota.

La coalición peronista armada por Cristina que, gracias a la extrema rigidez del calendario electoral, todavía ocupa el poder a pesar de su inoperancia tragicómica, está tan vacía intelectualmente que ni siquiera es capaz de producir eslóganes atractivos. Nadie entiende muy bien lo que quiere decir hoy en día lo de “luche y vuelve” que compara el presunto exilio simbólico de la vicepresidenta con el auténtico de Juan Domingo Perón varias décadas atrás; están pidiendo el “regrese” de alguien que aún no se ha ido y sigue tratando al presidente de jure como un subordinado dócil. Si bien, para indignación de los caciques de La Cámpora, Alberto ha comenzado a rebelarse contra la señora y se niega a abandonar sus propia precandidatura electoral, nadie ignora que Cristina sigue siendo la jefa máxima del oficialismo actual.

Tampoco es muy claro lo que están pensando los kirchneristas más cerriles cuando se proclaman resueltos a “liberar el país”, una consigna que tendría sentido en boca de un vendedor de copítos de azúcar que fantaseara con derribar el gobierno formalmente encabezado por Alberto. A veces parecería que lo que tales kirchneristas se han propuesto es derrotarse a sí mismos o, por lo menos, persuadir a sus partidarios de que no son responsables de lo que han hecho porque el país real, a diferencia del meramente formal, sigue siendo gobernado por una dictadura fantasmal aliada con el Fondo Monetario Internacional. Aunque los hay que dicen que Alberto debería romper con dicho organismo, lo que equivaldría a declarar un nuevo default, lo que quisieran hacer es “liberar” a la Argentina de las leyes de la matemática.

Las manifestaciones organizadas por facciones gubernamentales y grupos izquierdistas para conmemorar el golpe militar del 24 de marzo de 1976 -un feriado que con toda seguridad hubiera merecido la viva aprobación de Jorge Rafael Videla y compañía- sólo sirvieron para hacer aún más caótica la confusión conceptual imperante. Con la excepción de los izquierdistas tradicionales, quienes participaron parecían convencidos de que el régimen castrense, disfrazado de democracia constitucional, aún gobernaba el país y por lo tanto era responsable de todos sus muchos males.

Es comprensible que los kirchneristas sientan nostalgia por los años setenta y quisieran revivirlos no sólo porque en aquel entonces eran más jóvenes y conservaban intactas todas sus ilusiones, sino también porque, andando el tiempo, la dictadura militar les suministraría la parte más valiosa de su capital político. Así pues, les es muchísimo más fácil atacarla, como si aún existiera, de lo que les sería hacer un esfuerzo serio por encontrar soluciones para los problemas estructurales que desde hace casi un siglo han frenado el desarrollo del país y que brindaron a los uniformados pretextos al parecer aceptables para apoderarse esporádicamente de las instituciones gubernamentales. Para más señas, si bien los militantes kirchneristas insisten en afirmarse comprometidos con “la memoria, la verdad y la justicia”, no disimulan su voluntad de reemplazarlas por la memoria selectiva, verdades debidamente mejoradas para adaptarlas al relato y un sistema judicial que se abstuviera de hurgar en asuntos que involucran a sus jefes.

En política, los eslóganes importan mucho. Como nos recordaron Donald Trump y los impulsores del Brexit, uno atrapante puede asegurar el triunfo de quienes de otro modo serían incapaces de alcanzar sus objetivos. Desgraciadamente para los kirchneristas, parecería que gritar “Cristina o nada” o variantes, como hacen los más fervorosos, sólo funciona bien en los rincones más sumisos del conurbano bonaerense o en lugares frecuentados por la intelectualidad rentada.

El estado de ánimo de tales personajes puede entenderse. Temen que, si la influencia de Cristina sigue disminuyendo, el kirchnerismo correrá el riesgo de derretir como una medusa expuesta al sol porque nadie está en condiciones de tomar su lugar. Será por tal motivo que tantos militantes, conscientes de que sin Cristina su activismo carecería de sentido, están dispuestos a reivindicar la cleptocracia; tienen que hacerlo porque de otro modo les sería imposible defenderla.

Son muchos los kirchneristas y sus compañeros de viaje peronistas que se han resignado a sufrir una derrota humillante en las elecciones venideras. Algunos se sienten tan pesimistas que especulan en torno a la posibilidad de que su eventual candidato presidencial llegue tercero, pero sería un error confiar en que un revés tan tremendo bastaría como para eliminar de manera permanente el facilismo corporativista que hace explicable el colapso gradual de un “proyecto nacional” que, hasta mediados del siglo pasado, era considerado uno de los más promisorios del mundo entero. Por cierto, los interesados en reavivarlo no carecerán de la materia prima -una mezcla pegajosa de resentimientos, avaricia, narcisismo y desprecio por pautas éticas- que generaciones de políticos ambiciosos han usado para conseguir el poder y el dinero que les han permitido vivir bien en un país cada vez más pobre.

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