Por Roberto García |
Se impone la democracia del dedazo en el oficialismo ante la doble derrota de Alberto Fernández: lo obligaron a desertar de un ejército que renegaba de su jefatura, a sepultar su posible reelección y, ahora, lo inducen a que abandone su propósito de que haya internas para elegir un candidato presidencial.
Guste o no: triunfo absoluto de la vicepresidenta Cristina.
Primero, lo acosó vía Axel Kicillof con la amenaza de anticipar las elecciones en la provincia de Buenos Aires y dejarlo a la intemperie si persistía en su propuesta de postularse. Asustado, con mas de seis meses de mandato en tinieblas, se retiró frente a la intimidación.
Está más decepcionado que Lisandro de la Torre en la etapa final de su vida, aunque sería una insolencia comparar las figuras. Ahora, el gobernador bonaerense a control remoto ni menciona ese proyecto extorsivo, se olvidó. Fue un golpe militante contra el Poder Ejecutivo, no de mercado ni de Estado, que ya venía gestándose a través de Wado de Pedro, Larroque o el acomodaticio Grabois, entre otros felpudos que no alcanzan a ser una alfombra, según la versión de un íntimo del Presidente.
En la reunión del viernes 21 del Partido Justicialista en la que se selló el entierro de Alberto, la nueva orden cupular apuntó a que en los futuros comicios por la Casa Rosada haya un solo pretendiente, sin intermediaciones previas como las PASO: Sergio Massa avalado por la viuda de Kirchner será el preferido.
Tal vez hasta ella se atreva a ungirlo este jueves 27 en un acto en el Teatro Argentino de La Plata. Segundo balazo a Alberto, quien se oponía a lo del candidato único, o “de unidad”, como exige el Ministro de Economía para consagrarse, más las obvias garantías de gobernadores, intendentes, CGT y alguna organización social.
Así Massa se convierte en el beneficiario presunto del dedo femenino y del partido que, para mayor afrenta, preside Alberto. Renovados datos para la depresión personal y, quizás, el resentimiento.
El aspirante Scioli. Queda persuadir en esa escalada golpista, rudimentaria –basta ver la foto de los representantes del anémico PJ a la salida de la sede para advertir esa condición– a Daniel Scioli, convencerlo de que abandone cualquier aspiración, justo cuando él se considera en las mejores condiciones de prudencia para competir. Volvió de Brasil para enfrentar a Massa luego de bifurcaciones terribles entre ambos: basta recordar a la esposa de Massa, Malena, gritándole “Forro, forro, ¡sos un forro!”, en un tranquilo cafetín de Balvanera, a la salida de un programa de televisión. Aludía a un episodio violento ocurrido en la casa familiar cuya autoría intelectual se la atribuían al entonces gobernador.
Hasta ayer, Scioli no declinaba, inclusive se lanzó a los medios para insistir con su latiguillo productivo y la quimera presidencialista. Mientras se emprende la campaña interna para bajarlo. Dará batalla, dice el ex gobernador. O mejorará su cotización si Cristina acepta negociar listas. Quizás no sea el epílogo deseado para quien soñaba en que se iba a premiar su fidelidad de años.
Cornisa económica. Si Massa finalmente se transforma en candidato –no hay otro que rinda, sostienen en el Patria– le restan desafíos complicados. Ya tuvo un desaire presidencial en el 2015, no le fue mejor con los votantes en el 2017. Son datos. Tampoco parece favorable el entorno económico que lo rodea: con la mitad de inflación que hoy lo aturde y con un préstamo de 45 mil millones de dólares (Massa solo pide 7.000 millones o un adelanto de los desembolsos del año próximo), Mauricio Macri no se pudo reelegir. Por no hablar de la mini corrida cambiaria que hoy soporta y la progresión de una suba de precios con altos riesgos cercanos a la híper.
Tampoco su postulación se privilegia con efectos ideológicos: lo que suele llamarse la derecha se congrega y multiplica en Javier Milei, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, mientras la izquierda se persigna ante cualquier avance de Massa, lo consideran un hijo del imperio antes de recordar a su propia madre.
Resulta singular, sin embargo, que Cristina lo mantenga como preferido, aun cuando Massa le prometió 3 de inflación y ya va por 8, mientras ella toma analgésicos para prevenir el dolor de lo que exigirá el FMI en materia fiscal cuando asista con fondos al Gobierno.
No se sabía ayer si el ministro volverá a viajar a Washington este miércoles 26 para culminar las negociaciones que, por el momento, se reservan por zoom los técnicos del organismo y sus complementos locales, Leonardo Madcur y Gabriel Rubinstein. Massa confía: logró el respaldo público de Juan González, dilecto consejero de Joe Biden, y aguarda el consentimiento del Fondo a sus pedidos.
Tiene ayudas extras en los Estados Unidos: contrató a otro lobbysta de nota, cercano al influyente senador Bob Menéndez, manifiesto opositor a Donald Trump. Hasta Alberto reconoce la intimidad de su ministro con el gobierno norteamericano, ya que su amigo embajador Jorge Argüello participa de esas tratativas.
Para salvar la falta de crédito, Massa se alinea con Washington y suma misteriosamente a Cristina en esa filiación, acompañada por Máximo, Wado y un Cuervo Larroque reticente. Debe ser la parada final de La Cámpora. Como decía el jefe, no lean mis labios, vean lo que hago. Buenos muchachos.
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