Por Arturo Pérez-Reverte |
La Edad Media no se despidió de Europa, o ésta de ella, de un modo simpático. El siglo XIV y su paso al XV fueron conflictivos de cabo a rabo, porque la modernidad, el comercio, el auge de las ciudades y la burguesía empezaban a ser incompatibles con las viejas formas feudales, la arbitrariedad fiscal, la desigualdad jurídica y los privilegios de la nobleza y de la Iglesia. Así que los conflictos llovieron como pedrisco. Hubo revueltas populares con parentesco común: en todas, campesinos y burgueses exigían nuevos derechos. Ocurrió en Flandes, en Francia, en Italia y en Inglaterra (donde la sublevación en 1381 de la mano de obra agraria y urbana montó una pajarraca que puso en peligro la monarquía).
Por lo general, en casi todos los lugares estaba de fondo el natural rencor que quien se lo curraba con las manos y el sudor de la frente sentía hacia quienes le chupaban la sangre con impuestos y chulerías cada vez menos justificables. Y la Iglesia llevaba casi todas las papeletas como causa de esos rencores, pues en todas partes (Los sacerdotes ricos tienen mejores vestidos, hermosos caballos, más riqueza y mujeres hermosas, escribió el teólogo bohemio Juan Huss) el alto clero era, o lo parecía, la máxima autoridad feudal. Sin embargo, la clase aristocrática ya no era como antaño. La alta nobleza vivía orgullosa en sus posesiones, disputando el poder al monarca de turno; pero la otra, mediana y pequeña nobleza desprovista de tantos recursos, cifraba su medro en vivir pegada al rey, actuando en la corte y los consejos reales. Y así, siempre que podían, unos y otros se hacían la puñeta, alentando lo que debilitaba al adversario. En lo que sí estaban de acuerdo era en detestar a la Iglesia: de una parte la necesitaban para tener sujeto al pueblo, pero de la otra no tragaban su arrogancia y sus riquezas. Por ese camino verde que va a la ermita, o sea, por ahí, vino uno de los más graves conflictos de la época, que fueron las llamadas guerras husitas: un sindiós tan largo y complicado que no cabe en esta página, pero que podríamos resumir diciendo que sacudió Europa con tanta intensidad como la revolución bolchevique rusa cinco siglos después, acojonando al orden establecido y motivando nada menos que cinco cruzadas movidas por los papas de Roma. La cosa fue que, combinados un movimiento religioso popular y un grupo de teólogos y nacionalistas checos de la universidad de Praga, todos muy cabreados porque las familias alemanas de clase alta ocupaban los mejores puestos en la región de Bohemia, salió de ahí una variante religioso-revolucionaria que lo puso todo patas arriba (comunión con pan y vino, libertad de prédica, pobreza eclesiástica, castigo de los pecados mortales igual para todos y no según rango social, etcétera). Lideró el asunto el antes mencionado Juan Huss (excomulgado por Roma, elogiado luego por Lutero), al que sus enemigos, prometiéndole inmunidad, invitaron amablemente al concilio de Constanza para que defendiera sus ideas; y luego, aprovechando que lo tenían allí, lo hicieron churrasco en la hoguera, al más puro estilo canónico de entonces. Eso convirtió al pobre Huss en héroe nacional checo. Siguió un estallido de indignación, revueltas populares, concejales tirados por la ventana del ayuntamiento de Praga (primera defenestración, porque luego hubo otras), iglesias y conventos incendiados y una guerra de veinte pares de narices contra el emperador de Alemania y contra la Iglesia de Roma, que duró quince años; y en la que, por cierto, recientes inventos bélicos como la artillería, los arcabuces, los mosquetes y los carruajes blindados (invento husita que con el tiempo conocería notorias variantes) intervinieron con todos los honores. Hubo un montón de batallas en las que los husitas demostraron ser huesos duros de roer para las tropas católico-imperiales, pero al fin pasó lo de siempre: los husitas se dividieron, una facción se pasó al emperador (Segismundo se llamaba, como el prota de La vida es sueño) y los otros, mandados por un jefe conocido como Procovio el Calvo (poco futuro con ese nombre), fueron machacados en la batalla de Lipany y luego en la de Brüx (1433), donde les dieron las suyas y las del pulpo. Así acabó el asunto, aunque no del todo. Aunque el papa de turno, que no recuerdo ahora quién era, hizo notables concesiones para calmar los ánimos, los restos del movimiento husita, o sus consecuencias, acabarían uniéndose a la Reforma protestante que poco después incendió Europa. Y todavía cinco siglos más tarde, en 1938, la Alemania hitleriana mojaría pan en esa salsa, usando la memoria histórica de la población de origen germánico en Bohemia para anexionarse los Sudetes por la cara. Pero esa ya es otra historia, aunque en el fondo siempre sea la misma.
[Continuará].
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