Miguel Abuelo
Por Renato Salas Peña (*)
Otra opción, más noble diría yo, era la Teletón (colecta que se organizaba para apoyar a los niños con polio) que de cuando en vez contaba con la colaboración de artistas que llegaban a promocionar sus discos y presentarse en un playback que nos acercaba a sus dos únicos éxitos.
Es allí, donde por primera vez (y única sea de paso) vi a Miguel Abuelo en vivo, en directo, en mallas, en duende lorquiano, en locura, en él, y esos lunes por la madrugada dejaron de ser tan crueles aprendiendo que jamás debes enamorarte de un marinero bengalí y que hay veces solo es necesario estar nadie más que tú y yo y por más que haga tanto calor en esa Babilonia es bueno confesar que uno no pidió nacer así y que simplemente son cosas nuestras.
El 21 de marzo, Miguel Abuelo Peralta hubiera cumplido 77 años, pero una infección generalizada en su cuerpo (los malas onda hablan de sida) se lo llevó de este mundo terrenal y simplón para que navegue en cenizas por su Mar del Plata.
Marcado por la orfandad y la miseria que esta suele traer, pero a la vez esa fuerza inventiva, creadora, humana que resulta de la misma, Miguel Abuelo se inicia en el arte como poeta (creo que nunca dejó de serlo) y se internó en esa movida subterránea al lado de tipos extraños de pelo largo como Litto Nebbia, Tanguito, Moris y su compañero de ruta Pipo Lernoud. Casualmente fue este último, el que lo impulsará a dar forma a esa frase alucinada: “Padre de los piojos, abuelo de la nada” y antes del mayo parisino dio por formado al lado de Claudio Gabis a los primeros Abuelos de la nada, proyecto que quedará en el olvido en las rutas argentinas, sumado a esto las marcas de los militares y la locura que suele dar la juventud, Miguel Abuelo decide escapar de él mismo y partir a manera de sanación espiritual y latinoamericana en ruta a la vieja Europa.
En la Europa de comienzos de los 70, cuando aun la resaca de la onda jipi está muy presente en el colectivo juvenil, como buen latinoamericano, Abuelo hará lo que todos los hijos de la América grande hacían: vagar, y en esa vagancia intentar generar una nueva propuesta artística, una idea que nos dé algo propio, algo nuestro, o mínimamente, algo argentino. España y Francia serán los escenarios que ofrezcan el telón de fondo a Miguel para ir esculpiendo su propuesta que nos sobrevive hasta el día hoy, al lado de otros músicos hispanoamericanos formó el proyecto Miguel Abuelo & Nada, que para ser sinceros, la locura de esos años, los dejó en nada y con un disco olvidado. Europa le dio a Miguel Abuelo un hijo: Gato Azul Peralta y, principalmente, a Cachorro López, el icónico bajista de la versión que ya todos conocen de Los abuelos de la nada.
Tras su separación con Krisha Bogdan regresa a la casi democrática Argentina y producido por el genio de Charly García y acompañado por Daniel Melingo, Gustavo Bazterrica, el casi adolescente Andrés Calamaro, Cachorro López en dirección será en los años 1981-82 que Los abuelos de la nada queden en la historia del rock argentino. Los discos Los abuelos de la nada del 82, Vasos y besos del 83 e Himno de mi corazón en el 84 acabarían por desgastar a la banda, por agotar esa locura creadora, que si bien fue compartida por todos los integrantes, cinco años ininterrumpidos terminan por cansar a cualquiera. Siendo el año 1985 el que marque con Los abuelos en el Ópera, el punto final a la travesía de estos abuelos.
En 1984, Miguel Abuelo se dio un respiro y grabó en solitario el disco Buen día, día que a mi parecer es uno de los proyectos más interesantes y poéticos que él nos ha dejado, Mariposas de madera y Buen día, día, son el producto de esos años adolescentes que marcaron el inicio del rock bonaerense y su experiencia de vida por España, Francia y su regreso a esa nueva Argentina.
En el año 1986, a fuerza de terquedad e interés comercial una formación ya confusa, por decir lo menos, de Los abuelos de la nada saca a la luz el álbum Cosas mías, que se transforma en un último esfuerzo de Miguel Abuelo por mantener viva a la banda e incluso a él mismo esforzando a su desgastado cuerpo y poniéndose en “banda” para ir diciendo adiós.
Sé que sobre la palma de su lengua siempre intentó que habite la verdad, que habite el arte, y que nadie quiere dormirse aquí, en tiempos de pandemia, en tiempos de virus, porque nada lo abruma, y no hay nada que nada prohíba porque siempre buscó andar en libertad y dar ese saludo lleno de optimismo al nuevo día, a los nuevos días.
(Ciudad de Palomino)
(*) Lima-Perú 1971 - Docente universitario, Licenciado en Educación con especialidad en Lengua y Literatura, asimismo llevó una Maestría en Docencia a Nivel Superior y Gestión Educativa y actualmente un Doctorado en Humanidades.
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