Por Pablo Mendelevich |
En 1972, cuando el peronismo se alineaba detrás de la causa del retorno de Perón después de 17 años de exilio, la consigna “luche y vuelve” se le ocurrió un día, como si él fuera un brillante creativo publicitario, a Rodolfo Galimberti.
Galimberti, apodado “el Loco”, no era el Ramiro Agulla de los setenta sino un jefe guerrillero extravagante e irreverente, de fuerte personalidad y gran poder de seducción, a quien Perón nombró representante de toda la juventud en el Consejo Superior peronista cuando tenía apenas 24 años.
Había arrancado en el grupo nazi Tacuara y terminó siendo socio de Jorge “Corcho” Rodríguez, entonces pareja de Susana Giménez, en las llamadas telefónicas televisivas, negocio turbio que originó un recordado escándalo y un juicio indulgente. En los setenta fundó JAEN, que como otras organizaciones juveniles de la época confluyó en Montoneros. Galimberti llevó a miles de jóvenes a la guerrilla, llamó a formar milicias populares, organizó y ejecutó en 1974 el secuestro de los hermanos Born, empuñó las armas en decenas de hechos violentos. Hasta que, enfrentado con Mario Firmenich, se exilió en París junto con su mujer, Julieta Bullrich (la hermana de Patricia Bullrich, quien en esa época militaba en la JP bajo el ala de su cuñado). Más tarde apareció en el Líbano entremezclado con la OLP. En el sumun del Síndrome de Estocolmo devino amigo y custodio de Jorge Born, su víctima. Mientras abrazaba con renovado fervor la prosperidad capitalista, desaguó como muchísimos montoneros en el gobierno de Menem. En su caso, engrosó los elencos de la SIDE, lo que no contribuyó a disipar viejas conjeturas sobre su posible pertenencia a la CIA.
Así como “Braden o Perón”, slogan creado en 1946 por el propio general, fue una marca genética del peronismo, “Luche y vuelve” resultó una de las frases más eficaces de la historia de la propaganda política debido a que sintonizó hace cincuenta años con un sentimiento generacional latente y sacudió a una militancia virginal aplicada a la causa concreta del retorno del líder, suceso que sería anotado por la historiografía peronista como epopeya.
Bajo el gobierno militar de Lanusse, el aterrizaje en Ezeiza del chárter de Alitalia con Perón y 146 acompañantes aquel lluvioso viernes 17 de noviembre de 1972 a las 11 y cuarto efectivamente fue una victoria, inflamada por el fenómeno de decenas de miles de jóvenes que salieron temprano de sus casas para ir a recibir al general, a quienes no se les permitió llegar al aeropuerto. Pero todo lo que siguió, de glorioso no tuvo nada: el encumbramiento y la defenestración de Cámpora, la Masacre de Ezeiza, el agravamiento de la salud de Perón, su muerte a los nueve meses de estar gobernando, la sucesión de Isabel Perón y López Rega.
Perón fracasó en su objetivo principal, ser la prenda de paz, clausurar la violencia política que él mismo había fomentado para acicatear a la dictadura de Lanusse, representar en los hechos el “león herbívoro”, como se autopercibió antes de la creación de la Triple A, con sede en el Ministerio de Bienestar Social, la versión artesanal del terrorismo de estado.
Lo que pretendía Perón era ser el candidato del consenso. En el restorán Nino de Vicente López, a once cuadras de la casa de Gaspar Campos, le reclamó a su flamante amigo, el exenemigo Ricardo Balbín, que el radicalismo lo acompañara en la denuncia de invalidez de la cláusula del 25 de agosto por la que estaba impedido de ser candidato en las elecciones convocadas para el 11 de marzo de 1973. Pero Balbín se mantuvo firme: si usted no volvió cuando debía, le dijo con palabras apenas menos llanas, fue porque no quiso. Dentro de la UCR el más reacio a un acercamiento ilimitado con Perón era Raúl Alfonsín.
Así terminó descolgando como candidato a Cámpora, el más inesperado de los tres posibles (los otros eran Antonio Cafiero y Jorge Taiana), porque el dentista, su delegado, además de ser portador de una lealtad proverbial, no estaba identificado con ninguna línea interna. Esa misma virtud resultaría un problema.
Despechado por el ala sindical que había apostado por Cafiero, Cámpora se recostó en la izquierda peronista con la cual había confraternizado en las giras por las provincias durante la campaña “luche y vuelve”. El 14 de diciembre de 1972, después de cuatro semanas, sin que nadie se lo exigiera, Perón se fue de la Argentina. La campaña electoral del Frejuli adoptaba mientras tanto otro ingenioso slogan surgido de la izquierda peronista: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”.
La ausencia temporaria, inicialmente estimada en treinta días, se extendió por medio año. Lejos de Cámpora, de su triunfo, de su asunción y de la primera mitad de su caótico gobierno (que en total duró 49 días), Perón se hizo tiempo hasta para visitar en Rumania al dictador Nicolae Ceaucescu.
“Luche y vuelve”. Explicó Cristina Kirchner el año pasado que en 1972 a Perón lo trajo el pueblo, incluida ella, por cierto. Pero quien en esa época estaba todo el tiempo al lado del líder, Juan Manuel Abal Medina, acaso su principal operador, secretario general del Movimiento por entonces de 27 años, no convalida esa gloria. “A Perón no lo trajo nadie”, declaró hace tres meses Abal Medina a Clarín a propósito de la aparición de “Conocer a Perón”, su autobiografía. “Vino cómo y cuándo él decidió hacerlo. Discrepo de quienes sostienen que fue la juventud de entonces la que hizo posible el retorno, con su ‘luche y vuelve’. No coincido con eso”.
La Cámpora, no se sabe si por ignorancia, picardía, adicción a los relatos o una mezcla de todo eso, hizo por estas horas una ensalada histórica para convocar a un acto, el sábado, en Avellaneda, con el propósito de “pedir” que Cristina Kirchner sea candidata a presidenta en las próximas elecciones. “A 50 años del triunfo popular, luche y vuelve. Cristina 2023″, dicen los carteles aparecidos en redes sociales, que en una sola oración mezclan el retorno del general con el triunfo de Cámpora, del cual el sábado se cumplirán 50 años.
Quiere decir que la tergiversación de los hechos no se limita al absurdo de sugerir una similitud entre la proscripción de Perón durante 17 años y una inexistente proscripción de Cristina Kirchner sino que La Cámpora, “la Orga”, está entregada a la tarea recrear el pasado exclusivamente con materiales emocionales, slogans descontextualizados, pinceladas sensibleras. Nada nuevo. “¡Luche y vuelve!”.
Para perfeccionar su lógica, los kirchneristas de La Cámpora, a quienes Andrés Malamud describe como funcionarios públicos con panza y canas que ya no tienen juventud ni rebeldía, al menos deberían ver ese número de Les Luthiers de los dos “Carlitos” apoyados en la cubierta de un barco en el que, con voz tanguera, uno le dice al otro: “si no me hubiera ido hoy no podría volver”.
¿Cristina Kirchner de dónde vuelve? ¿De El Calafate? ¿No está ahora mismo en el poder? ¿No es la vicepresidenta de la Nación? ¿No controla el 80 por ciento de las cajas del Estado? ¿No fue ella la que puso al presidente? ¿No asistió a la conmemoración del 17 de noviembre de 2022, en el Estadio Único de La Plata, a bordo del helicóptero presidencial? ¿No aprobó desde su despacho vicepresidencial la designación de Sergio Massa como ministro de Economía, su ajuste y su puntapié para 2024 y 2025 de la deuda en pesos?
Obvio que ella no es Perón, tampoco Alberto Fernández es Lanusse ni Andrés Larroque se parece mucho a Galimberti. Lo único cierto es que Cámpora ganó las elecciones un 11 de marzo, cincuentenario que será puesto al servicio de un clamor forzado por una candidatura que la beneficiaria –ella tendrá sus razones- esquiva con el argumento de que la proscribieron.
© La Nación
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