Por Gustavo González |
La frase es atribuida al español Felipe González, pero mucho antes que él ya la habían utilizado presidentes como el chileno Eduardo Frei Montalva y el venezolano Rafael Caldera: “Los expresidentes son como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. Se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes”.
Fue lo que sintieron Raúl Alfonsín y Carlos Menem cuando, años después de dejar el poder, mantenían cierta influencia sobre los propios. Aunque no tanta como para volver a liderarlos ni tan poca como para aceptar la jubilación.
La duda es en qué momento ese sentimiento se apoderará de Cristina Kirchner y Mauricio Macri.
Sabias voces del pasado. Es muy probable que ni ella ni él sepan de verdad qué van a hacer, pero quienes están muy cerca de ambos interpretan que no volverán a pulsear por el cargo mayor.
Porque ya vivieron esa experiencia (en el caso de ella, mucho más), porque atraviesan circunstancias especiales de sus vidas, porque no quieren arriesgarse a que una mayoría los rechace o por simple cansancio.
De todos modos, el efecto “jarrón chino” no desaparece cuando los expresidentes dan señales de que ya no competirán por volver a la jefatura de un Estado. Desaparece recién cuando pasan de la participación activa en la vida política cotidiana a convertirse en sabias voces del pasado.
En el país de los próximos meses se podrá verificar si Cristina y Macri ratifican su voluntad de no volver a la Casa Rosada. Lo que no sucederá todavía es que ambos hayan llegado a entender que ya son parte de esas “sabias voces del pasado”.
Es un dilema que hace meses atraviesa al oficialismo y a la oposición y que, a medida que avance la campaña electoral, se hará más ruidoso. Qué hacer con quienes más experiencia de poder tuvieron, qué lugar encontrar para valorarlos sin que molesten, cómo se convive con ellos sin que funcionen como un tapón que impide el desarrollo de nuevos liderazgos.
No es un dilema que sus colegas se atrevan a plantearles en la cara, pero ambos expresidentes saben bien lo que se habla a sus espaldas.
Cristina lo volvió a escuchar hace unos días, cuando Roberto Navarro puso en boca de Alberto Fernández que iba a terminar con veinte años de kirchnerismo. El Gobierno lo desmintió y tiendo a creer en la desmentida: el Presidente se considera peronista, pero también parte fundadora del kirchnerismo y heredero político de Néstor Kirchner.
Qué hacer con ella. Por eso, no creo que haya querido decir que va a acabar con el kirchnerismo. Lo más probable es que haya sido mucho más preciso. Que haya dicho, por ejemplo, que con su eventual triunfo en las PASO acabaría con el cristinismo. O una idea similar: terminar con los “sectores más extremos” dentro del peronismo a los que su vicepresidenta mejor refleja.
De ser así, ni siquiera sería una operación en off the record, como acusa La Cámpora. En diciembre de 2021, el Presidente se lo dijo a Jorge Fontevecchia, al echarle la culpa a esos sectores extremos por la derrota en las elecciones legislativas: “Nos extremamos y perdimos el voto de centro que nos apoyó en 2019”. También sostuvo: “En el espacio tenemos extremos. Y sí, hay desconfianza. No tengo la solución”. Cuando se lo consultó sobre cuánto sumaría Cristina en una futura campaña electoral, dudó: “No sé cuánto suma.”
Ante la repregunta de si la trascendencia política de ella podría ser decreciente, aceptó: “Puede ser.” Y al interrogante de si los líderes de La Cámpora podrían superar la imagen negativa en un sector de la sociedad, contestó: “No es fácil.” Por último, afirmó que Cristina ya no sería la única electora para 2023.
Todo muy claro y en on.
Un día después de aquella entrevista con PERFIL, en una reunión de dirigentes peronistas, Máximo Kirchner sintetizó: “Es muy bueno el reportaje. Ese es Alberto, ahí dijo lo que de verdad piensa.”
No es un secreto que Alberto Fernández sigue pensando lo mismo. Ese es el problema para el cristinismo: que él ya no la considera como la única electora del peronismo y que, por el contrario, piensa que le puede ganar a cualquier candidato que la represente.(La duda es si le podrá ganar a la inflación).
Hace una semana, Máximo Kirchner fue por él: “Más que agradecidos deberían estar algunos con estar en lugares con los que cualquier argentino sueña. Más humildad para poder construir una victoria en octubre, pero no para administrar la miseria del Fondo Monetario.”
En aquella entrevista de hace poco más de un año, el Presidente aseguraba que “la Argentina está llena de dogmáticos que viven en un lado y otro de la grieta”.
Qué hacer con él. Horacio Rodríguez Larreta no sólo piensa lo mismo en ese sentido. En el lanzamiento de su candidatura llamó estafadores a los que se aprovechan de la grieta. Macri, el jarrón chino de la oposición, está seguro de que lo dijo por él y lo ofende que su discípulo lo haya ubicado en el mismo lugar de agrietamiento que a Cristina.
Como debe ser, cerca de Larreta aclaran que no lo dijo por el exmandatario sino “en general”, pero Macri tiene derecho a darse por aludido. Asumió en 2015 haciendo una campaña antigrieta, pero a partir de 2017 creyó que la mejor forma de disimular los problemas económicos de su gestión era hacer responsable de ellos a Cristina. Desde entonces, se convirtió en un espejo invertido de su antecesora y el mayor referente de los agrietados opositores.
A diferencia de Macri y de Patricia Bullrich, que están convencidos de que no se debe negociar con el peronismo y de que se puede gobernar con éxito ganando con algo más del 40% de los votos, Larreta sostiene que eso ya se probó que no funciona. Su posición, como la de la mayoría de los gobernadores peronistas y radicales, es que se necesita una alianza que represente a más del 60% de la sociedad para dar previsibilidad y hacer cambios profundos.
Y, al igual que ocurre con Alberto Fernández frente a quien le abrió la posibilidad de ser Presidente, Larreta tampoco sabe qué hacer con quien le dio la chance de estar donde está. Le agradece esa chance, pero lo considera el responsable intelectual del posicionamiento de Bullrich y de que, a través de ella, le quiere marcar la cancha a su eventual futuro gobierno.
Valor y fragilidad. Nadie escuchó aún que Larreta dijera que venía a terminar con veinte años de Macri, pero sí piensa ahora que lo mejor que le puede pasar es competir con Bullrich. Su triunfo en las PASO sobre ella, como significante de Macri, desterraría la idea de que se podría repetir la frustrada fórmula de un Presidente monitoreado por un líder que lo condiciona a cada paso.
No sólo él se enfrenta al dilema de qué hacer con Macri, la propia titular del PRO sufre la misma incomodidad. Bullrich está segura de haber escuchado del propio Macri la promesa de no presentarse a una elección. Sin embargo, la inquietan los rumores que mantienen abierta esa posibilidad: también entiende que el fundador del macrismo dejó de ser la mejor opción electoral del espacio y afirma que competirá aun en el caso de que él se presente.
La UCR y la Coalición Cívica coinciden con Larreta y Bullrich en que Macri no es el mejor candidato. A tal punto que algunos amenazan con una ruptura si eso ocurre.
La tradición de la cerámica china viene del Paleolítico. Quienes estudian ese arte explican que los jarrones chinos son una síntesis perfecta entre valor, belleza y fragilidad.
De allí la histórica dificultad para encontrarles el lugar justo para lucirlos.
Sin devaluarlos. Sin que se rompan. Sin que molesten.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario