lunes, 13 de febrero de 2023

‘Titanic II’

 Piloto. El país no podría tener un peor comandante para este momento.

Por Sergio Sinay (*)

Dándole la razón al francés Henri Bergson (1859-1927), considerado el filósofo de la intuición, quien se oponía a la linealidad del tiempo y lo consideraba un flujo, una continua movilidad en la que, como tal, los acontecimientos podían reiterarse, aunque no como copia, el pasado jueves 9 volvió a estrenarse en cines argentinos la película Titanic, de James Cameron. Ocurrió veinticinco años después de su debut. 

Hoy es una leyenda del cine, pero entonces se le auguraba un gran fracaso. Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, sus protagonistas, eran dos jóvenes actores sin gran aureola y Cameron había dirigido Terminator, además de una secuela de Alien, pero no estaba en el olimpo de los realizadores de Hollywood, donde hoy figura con realizaciones como Avatar.

En el cuarto de siglo transcurrido desde ese momento, la película pasó a ser una referencia ineludible (quizá como Casablanca o Los puentes de Madison) del cine trágico-romántico y, si bien no reflotó al transatlántico hundido, sí rescató su memoria y su mito. El Titanic (que iba a ser indestructible y eterno) chocó con un iceberg y se hundió en apenas tres horas, a 600 kilómetros de Terranova, a partir de las 23.40 del 14 de abril de 1912. Llevaba 2.230 pasajeros y era su viaje inaugural. Este Titanic simbólico que es la Argentina parece, sí, inhundible a pesar de los continuos cambios de tripulación y las sucesivas malas praxis de sus capitanes y capitanas. Probablemente el más inepto que se haya podido encontrar para pilotear la nave sea el actual, capaz de decir y hacer cualquier cosa sin demostrar ni pudor ni memoria, desmintiéndose a sí mismo, bailando y festejando en la cubierta de la residencia de Olivos mientras mueren pasajeros a los que él prohíbe salir de los camarotes. Un capitán al que abandonan sus principales oficiales y otros ni le hablan ni le obedecen. Un capitán que en la inminencia del naufragio dice que el único problema es que los salones están repletos y hay que esperar turno para comer.

Pero su breve y patética estadía al frente de la nave (en donde fue colocado por su jefa, con la fallida misión de llevarla lejos del alcance de la Justicia) no habrá sido, todo hay que decirlo, la causa principal de que el Titanic argentino esté hoy a la deriva en el mar de la realidad. Desde 1998 pasaron por el puesto de mando trece capitanes y cada uno a su manera se encargó de estrellar la nave contra un iceberg cada vez mayor. En aquel año la pobreza afectaba al 27% de la población. A partir de 2013 (cinco años después del estreno de la película) se dejó de medir ese índice indigno porque el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, y en esa época ministro de Economía, tenía la idea perversa de que lo que no se nombra no existe. Cuando se volvió a medir, los pobres no habían desaparecido. Habían aumentado (gracias en parte a su gestión, como ocurre hoy) y llegan en la actualidad al 40,9% de la población. Cuando el Indec deje de enredarse en sus mediciones, se sabrá exactamente el número de habitantes que padecen ese flagelo. Por ahora se siguen dibujando las cifras del último censo, sin cerrar los números. Pero se puede agregar que los indigentes llegaron al 10,5%. De modo estimado, los diez millones de desocupados de 1998 serían en este momento 12,9 millones. Y el dólar convertible de aquel momento vale hoy casi 400 pesos (el dólar real y tangible, no los nominales que inventa un ministro de Economía más preocupado por su posible candidatura presidencial que por una visión de futuro para el país).

Si en 1998 había aún una clase media, ese estrato social que actuaba como puente de pasaje hacia propósitos de vida imaginables, de ella solo quedan jirones y, como tantas otras, una grieta separa a una porción gigantesca de población empobrecida de una minoría cada vez más minoritaria de aprovechadores que sacan tajadas de todos los icebergs (esos personajes están en círculos empresariales y políticos, y sus rostros no cambian demasiado con el tiempo). La incógnita es si existirá esta nave, pese a todo, cuando dentro de veinticinco años se reestrene nuevamente la película Titanic.

(*) Escritor y periodista

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