Por Carmen Posadas |
Mi hija Jimena, que siempre me da buenas ideas para mis artículos, me mandó el otro día una foto de los huevos fritos envasados que comercializa cierta cadena de supermercados. También otra instantánea (y esta ya me dejó patidifusa) de una tostada lista y untada para hincarle el diente. Esta última innovación resultó ser un bulo, pero, dado el éxito de los huevos fritos congelados, parece que ya hay expertos estudiando cómo fabricar la tostada de marras de modo que quede crujiente. No seré yo, que soy la reina del mínimo esfuerzo, la emperatriz de la indolencia, quien critique estas iniciativas. Lo que me sorprende sin embargo son las contradicciones que engloban.
Por un lado me asombra que, en tiempos en que cocinar ha pasado de ser una actividad rutinaria y muchas veces aburrida a convertirse en una especie de religión con millones de devotos, triunfen este tipo de alimentos. Y luego está esa otra religión (por no decir obsesión) que es el culto a la comida sana. ¿En qué quedamos? ¿No era que andamos todos entregados a los batidos de spirulina con espinaca; rendidos al aguacate no transgénico, entregados al té matcha, el brócoli y el alpiste? ¿Cómo encaja esto con el éxito del huevo liofilizado y la tostada fosilizada? Otro contrasentido que se desprende de la noticia en cuestión es el tema de los envases plásticos. Mientras nos tratan de convencer de que es necesario ir al súper con la bolsa de malla de las bisabuelas y devolver los cascos como en los años sesenta para ser ecológicos y bio responsables, resulta que cada vez proliferan más plásticos. Ni siquiera hablo ahora de cómo están envasados los famosos huevos (de dos en dos y plastificados de arriba abajo). Peccata minuta me parece el asunto comparado con las miles, por no decir millones de botellas de agua, muchas de ellas conteniendo apenas 200 mililitros que se venden por doquier. Incluso se regalan. Va uno a una oficina por ejemplo o una tienda y siempre hay una amabilísima persona que ofrece una botellita de la que, por ser corteses, tomamos un par de sorbitos y allí queda el cuerpo del delito listo para comenzar su turbio peregrinar, de acá para allá y de allá para acá hasta llegar al mar en forma de detritus.
¿Y qué decir de las bolsas de plástico? Menos mal que a una cabeza pensante se le ocurrió la idea de cobrarla en los establecimientos. Mano de santo, oiga. Como somos tan ratas, casi todos renunciamos a ellas antes que pagar diez céntimos. Aun así, y como supongo que ustedes saben, en el norte del océano Pacífico existe descomunal continente 1,6 millones de kilómetros cuadrados de basura formada por plásticos no boidegradables. No se trata de botellas, bolsas o pañales y similares deshechos flotando por ahí, sino de microfragmentos imposibles de eliminar que entran en la cadena alimentaria de modo que, tarde o temprano, en forma de atún, salmón o chanquete nos los acabamos comiendo. Es vox populi que esto es así pero como ese inmenso continente de basura es invisible, allá que seguimos todos embarcados en el Titanic mientras la orquesta toca. Esta metáfora de la orquesta que acompaña el hundimiento de la nave me parece muy sintomática de nuestros días porque otra de las contradicciones actuales es que, en vez de afrontar un problema, hemos descubierto que es mucho más fácil (y queda divinamente) recurrir a lo que ahora llaman gestos solidarios. Así, en vez de cambiar de hábitos (vaya lata) lo que hacemos para que el mundo entero sepa que somos súper solidarios y estamos súper preocupados por el planeta es colgar en Tik Tok un vídeo en el que nos tiramos un cubo de agua helada por la cabeza, por ejemplo, o encendemos un mecherito por la paz mundial, o dibujamos mucho corazoncitos con los que cosechar likes en Facebook. Todo utilísimo, naturalmente, así es como se cambia el mundo. También desayunando batido de brócoli por la mañana, y por la noche zampándonos un par huevos fritos plastificados porque llega uno a casa cansadísimo, oiga, y no tiene ánimo pa ná, además, quién se va a enterar si no lo cuelgo en Instagram… Cuentan que mientras el Titanic se hundía, la orquesta tocaba Más cerca de ti, señor. No pienso hacer un chiste fácil con esto, pero ahí lo dejo, por si sirve de aviso a navegantes.
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